Una conocida revista peruana, ya cerrada, describía así el estado mental de Velasco Alvarado, presidente de Perú, frente el ambiente en la frontera entre Chile y su país en Julio de 1975:
“En sus manos, que ahora temblaban por la enfermedad, se había acumulado todo el poder con que un hombre pudiera soñar. En su voluntad, que ya flaqueaba, se concentraba el destino de un gigantesco poder militar recién construido. Y en su corazón, aún anidaba aquel viejo deseo de recuperar los territorios perdidos por Perú en la Guerra del Pacífico. Juan Velasco Alvarado, el soldado raso que había llegado a Presidente, continuaba siendo para muchos, y a pesar de su malograda salud, el hombre que quería la guerra con Chile … Inserto dentro de un fenómeno continental de militarismo progresista —que en esos años incluía a Omar Torrijos, en Panamá, y Juan José Torres, en Boli¬via—, Velasco fue la cabeza visible de un movimiento que ya llevaba varias décadas incubándose en los regimientos peruanos. Inspirados por un ardiente nacionalismo y una tendencia socialista, fue en el CAEM —Centro de Altos Estudios Militares—donde desde los años 50 se comenzó a formar aquella elite progresista que se tomaría el poder, y que durante siete años gobernaría, inspirados en la teología de la liberación y en autores socialistas, nacionalistas y nostálgicos del imperio incaico. Este grupo estaba convencido que sólo un gobierno de las Fuerzas Armadas de larga duración era capaz de realizar los enormes cambios estructurales que necesitaba la nación.
Juan Velasco Alvarado, entonces Comandante en Jefe del Ejército, sería el paladín del nuevo movimiento que alardeaba erradicar la injusticia en el Perú. Pero también era el hombre que quería reconstruir la integridad nacional, con un país fuerte y seguro. Para esto último se apoyaba en un nacionalismo basado en el patriotismo militar”.
“Desde el primer momento, se mezcló la ambición de cambiar la estructura social del país con la de construir un poder militar tan enorme, que —de darse la ocasión— se pudieran reconquistar los territorios perdidos en la Guerra del Pacífico, fuente de gran trauma nacional … En marzo de 1974 Velasco Alvarado haría declaraciones que rápidamente llegaron al corazón del gobierno chileno, y alcanzaron a filtrarse en la prensa nacional. En una entrevista al diario francés Le Monde, el general peruano habló de la inminencia de una guerra con Chile. En la misma época, la revista inglesa The Economist recogería la tensión que vivían ambos países, informando que Perú montaba bases de submarinos y cohetes soviéticos, preparándose para la guerra con Chile. Desde Brasil, los diarios O Estado de S. Paulo y Jornal do Brasil recogían la misma noticia”.
“Es julio de 1975. Y Arica, con una población de 90.000 personas, está en pie de guerra. El Ejército chileno se ha plegado —listo para el enfrentamiento— en la más grave crisis militar de las últimas décadas. Al otro lado del límite las tropas peruanas se levantan en una gigantesca movilización sobre la frontera con Chile. Desde Lima, el gobierno de Juan Velasco Alvarado vuelve a alistar su poderosa maquinaria militar.
Durante 1974 y 1975 la tensión prebélica ha subido y bajado, como un tobogán. Desde que el general Juan Velasco Alvarado iniciara en el Perú el mayor rearme de su historia, el gobierno del general Pinochet se prepara para enfrentar un posible ataque peruano. Y aunque pocas declaraciones bélicas se han cruzado, en Chile persiste la certeza de que, si puede, Velasco va a intentar recuperar la zona de Arica, perdida en la Guerra del Pacífico.
Los generales chilenos estiman que la única forma de detener a Velasco Alvarado es demostrarle que no le será posible lanzar una ofensiva aplastante y rápida que le permita quedarse con los territorios reivindicados. Para esto, Chile se vuelca a construir un escenario que le hará saber a Perú que si va a la guerra, ésta será larga y revelará la debilidad estratégica vecina. Si bien Perú tiene una gran fuerza ofensiva, no posee, según los generales chilenos, la capacidad logística —o de organización— como para sostener un conflicto prolongado. Con retroexcavadoras, y todo tipo de maquinaria, los regimientos pasan los días y los meses en lo que el general (r) Jorge Dowling llamaría «nuestra agricultura». Se excavan trinchera en eternos kilómetros, se levantan camellones y se instala una fábrica de tetrápodos, enormes figuras de cemento destinadas a formar diques para la contención de tanques”.
“Detrás de esa primera línea, se siembran 20 mil minas, que en 1981 llegarían a ser 60 mil”.
“Sin embargo, más allá de las conjeturas, lo que puso punto final al peligro de guerra fue el derrocamiento del general Velasco Alvarado, en la madrugada del 29 de agosto de 1975. Esa madrugada y poco antes de que (el general) Morales concretara el golpe, dos llamadas telefónicas cruzarían hasta Chile. En una, el general Artemio García, comandante en Tacna, despertaría a las 05:00 horas al comandante Dowling en Arica para informarle que el general Morales Bermúdez sería el nuevo Presidente de Perú. Tras colgar, García se comunicó con la casa del coronel Odlanier Mena en Santiago, quien después de haber servido en Arica, había sido destinado a la Dirección de Inteligencia del Ejército.
Una de las razones que motivó el golpe de Morales Bermúdez, de acuerdo a versiones que circulan tanto en Chile como en Perú, fue evitar la guerra. Morales era un militar mucho más moderado que Velasco, y según una versión recogida por la embajada chilena en Lima, hubo un hecho preciso que lo habría impulsado a derrocar rápidamente a Velasco. En una visita a La Habana, Fidel Castro habría invitado a Morales a visitar unas instalaciones militares, donde había infinidad de tanques. «Tengo todo preparado, los tanques, y 12 mil hombres para caer sobre Arica junto con ustedes», le habría dicho Fidel. Morales, atemorizado de que esa loca idea pudiera convertirse en realidad, acortó su visita a Cuba, volvió a Lima y aceleró su conspiración. Poco tiempo después, en la embajada chilena se subrayarían con rojo los despachos de prensa que informaban que 12 mil soldados cubanos habían partido para Angola”.
Como se puede apreciar, las minas que Chile instaló en la frontera entre ambos países fueron puestas con poderosas razones que Ollanta Humala conoce muy bien.
Dos comentarios: primero, las intenciones ofensivas no eran de Chile, eran de Perú, -reconocido por sus propias autoridades-, y segundo, las minas son de carácter defensivo no ofensivo, lo que técnicamente confirma lo anterior.
En breve, si las minas están ahí es responsabilidad de Perú.
Durante la campaña presidencial de 2006, el entonces candidato Ollanta Humala, en su versión etnopopulista – militarista en la ya conocida línea del CAEM, declaró que “no conocía Chile y que cuando viniera a Arica, lo haría en tanque”. En definitiva no vino; se podría pensar que las minas lo hicieron cambiar de opinión.
En su segunda campaña, y para sorpresa de muchos, surgió el Presidente Humala estadista, un gobernante serio, ponderado y moderno. Sin embargo de cuando en cuando le surgen regurgitaciones antiguas.
No está bien dirigirse a otro país en forma imperativa y estirando los argumentos para parecer razonable. Chile ha cumplido el tratado de Ottawa y lo seguirá haciendo, las admoniciones están de más. Si el señor Víctor Perlacios Canales conduciendo su taxi, de noche, se metió a Chile por un lugar no autorizado y perfectamente señalizado, en forma ilegal, subrepticia y atravesando un campo minado, cuya causa existencial ya analizamos, su muerte, siendo penosa y triste, es de su exclusiva responsabilidad o de quienes lo mandaron, como ese curioso camión lleno de militares peruanos al mando de un coronel que cruzó la frontera donde no hay minas, para después retornar muy orondo por el paso fronterizo Santa Rosa
Con motivo de la misma desgracia, por segunda vez, el Presidente Humala amenaza con no concurrir a Chile a la próxima firma de la Alianza del Pacífico -iniciativa promovida por el mismo Perú- en conjunto con Colombia y México,. Su ausencia sería -sin duda- lamentable, pero Chile ha hecho un largo camino sin el apoyo ni compañía de Perú y puede, perfectamente, seguir haciéndolo.
No creo que el Presidente Humala se haya retrotransformado en otro caudillo latinoamericano patriotero y chovinista; tampoco creo que esté presionando por el sacado de las minas para poder hacer (en forma segura) su anunciada visita militar a Arica, creo más bien, que se trata de un caso de oportuna mala memoria.