La constante revisión de las redes sociales y medios de comunicación en general me ha permitido constatar, con gran agrado, que nuestro sector político ha ido abandonando su zona de confort, su silencio y su falta de carácter tradicional en los últimos años. En efecto, muchas personas han roto su silencio, se han aventurado en el uso de las tecnologías y han salido a expresar sus preferencias, opiniones y a exponer sus argumentos.
Es un gran logro, más aun, hemos entrado en un medio en que somos muy superiores a la izquierda. Tenemos más cultura, más educación, somos capaces de exponer argumentos con más solidez y lógica.
Lo he dicho muchas veces: SOMOS MAS Y SOMOS MEJORES. Ahora o estamos haciéndolo sentir y valer.
Podemos ver a nuestros adherentes en Facebook, en Instagram, en Twitter, en innumerables videos en Youtube y aun mas en las redes de Whassap que proliferan entre nosotros, participando activamente. Es un gran paso adelante.
Pero no todo es perfecto, mientras más nos familiarizamos con esos medios, más se acentúa una natural y frecuente tendencia -que ocurre en todas de partes- de ir adquiriendo una forma y tono beligerante, soberbio o intolerante. Es frecuente ver cómo las críticas se desplazan desde la disconformidad al conflicto, desde la energía a las malas maneras, del apasionamiento a la riña, de la discrepancia a la marginación o la retirada. La política -eso es en los nos hemos metido- es, en su naturaleza más profunda, una forma de negociar las diferencias, de encontrar la combinación más importante, más valiosa y más conveniente.
La discrepancia no solo es normal e inevitable, también es necesaria, es lo que nos permite revaluar constantemente nuestras opiniones y juicios, revisar nuestros prejuicios, es lo que nos permite revisar nuestras propias ideas para ir superando aquellas que dejaron de ser válidas o útiles es, en definitiva, es lo que nos ayuda a crecer como personas. Pero para que su efecto sea benéfico y no disolvente, debemos aprender a disentir: escuchar con atención; explicar nuestra posición con razones claras y breves -es decir bien pensadas-; tratar de entender en qué lugar se encuentra la discrepancia, determinar si es de fondo o sólo de forma, intentar convencer a los otros y ceder cuando veamos que no lo logramos. Ceder no es ser vencido, es sólo una muestra temporal de la incapacidad de exponer nuestras ideas en forma convincente y eficaz. Tendremos otras oportunidades para insistir. En fin, habrá veces en que deberemos ceder y aceptar que los otros son más y argumentan mejor. No es denigrante ni es doloroso si lo tomamos con calma y espíritu deportivo.
Vemos también como en la práctica de la política, (esta nueva disciplina que, por fin, incorporamos a nuestra vida diaria), a veces los grupos se quiebran o parte de sus miembros abandonan y se separan. En efecto, al igual que en otras cosas de la vida, a veces surgen incompatibilidades insolubles, que no pueden ser resueltas y llevan a un quiebre, pero, esto no implica que los disidentes se transformen en traidores ni en enemigos más enemigos que los verdaderos enemigos.
En política la mayoría de los oponentes son adversarios, es decir grupos cuyas creencias y proyectos pueden existir sin que sientan la necesidad de eliminarnos y con los cuales podemos negociar. Desgraciadamente, la existencia de doctrinas totalitarias, es decir que pretenden acaparar la totalidad de la vida social, económica, espiritual y política de todas las personas, que todo debe estar bajo su sólo y exclusivo control -el marxismo- hace surgir la existencia de enemigos, oponentes integrales que incluyen la violencia en su arsenal opresivo. Con ellos solo podemos relacionarlos en una condición de lucha total.
Pero, por ningún motivo las discrepancia internas y entre grupos del mismos sector y cuyos valores coinciden en lo principal, pueden igualarse o compararse a ellos.
En esta nueva etapa que iniciamos en nuestra marcha hacia las elecciones del Congreso y de Presidente de la República debemos tener muy a la vista estos conceptos. Entre nosotros tendremos que conversar, negociar, argumentar y discutir, pero jamás odiarnos ni sentirnos enemigos.
Nuestra meta obligatoria es llegar a acuerdos, competir y GANAR.
Derrotar a nuestros enemigos aunque haya que ceder antes los amigos.
Tolerancia, buena fe, paciencia, argumentos, calma, hasta que duela.
En Política la gran mayoría de las veces las discrepancias son manejables.