La Democracia Cristiana en Chile es una variedad original y en muchos aspectos divergente de los partidos demócrata cristianos europeos. Su tendencia de izquierda se ha impuesto sobre otras vertientes ideológicas internas, en parte por accidentes de la historia; en parte por sus orígenes disidentes de la derecha tradicional y últimamente por la creciente variedad de tendencias radicales existentes entre sus miembros.
Es justo reconocer que aun desde sus comienzos mas doctrinarios, hubo miembros del PDC que mostraron inclinación hacia formas edulcoradas del marxismo, así como hubo tendencias capitalistas y también hacia el liberalismo social y económico.
Esta tradición tiene una amplia variedad de características distintivas, de las que solo me referiré a las que inciden en lo que nos ocupa: la relación entre la Democracia Cristiana y los Militares.
Cristián Gazmuri, historiador de fuste y simpatizante DC, en su obra “Eduardo Frei Montalva y su época” describe muy bien las dudas, esperanzas y aspiraciones de Frei Montalva y de la DC en sus dos experiencias de golpes de estado, antes de1930 y el de 1973, en los que la actitud y lógica DC frente a las FFAA queda en clara evidencia.
La crisis económica mundial de 1929 destruyó la economía liberal imperante en Chile desde la revolución del 91 y debilitó gravemente al gobierno dictatorial de Carlos Ibáñez. Es generalmente aceptado que Chile fue el país mas severamente golpeado por esta crisis mundial y que el gobierno de ese entonces debió hacer una travesía en extremo difícil: abandonar el sistema económico liberal, de libre comercio, e implantar otro de economía bajo dirección gubernamental, de comercio regulado, de sustitución de importaciones y con un fuerte tinte socialista que permitiera hacerse cargo del desastre social que provocaba la crisis en la población.
A partir de 1930, los jóvenes que años después conformarían la DC bajo el liderazgo intelectual de Eduardo Frei Montalva, se tomaron e instalaron en la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos, (ANEC)», creada en 1915, la que a través de un proceso de politización paulatina se fueron involucrando en la acción política “antidictatorial.
Es necesario también recordar que “la dictadura de Ibáñez” fue la respuesta política nacional, encabezada por los militares, para imponer leyes “sociales” que establecieran mejores condiciones para una masa de trabajadores desprotegidos y muchas veces duramente explotados y para poner algún atajo a una oligarquía política que legislaba en beneficio propio y de sus aliados terratenientes, mineros y navieros.
Ya en 1932 Eduardo Frei Montalva reconoció que “el régimen se deterioraba a ojos vistas” y se incorporó suavemente a la oposición. El principal foco de resistencia al gobierno de Ibáñez se alojaba en la Universidad de Chile y los estudiantes de la Universidad Católica desde la ANEC liderada por Frei aportaron un tibio apoyo: “El alumnado de la UC acuerda suspender las clases hasta el definitivo derrocamiento del régimen dictatorial, al que combatirá por todos los medios que tenga a su alcance”.
A la caída de Ibáñez asumió Juan Esteban Montero cuya caída a su vez fue precipitada por una sublevación militar a las órdenes del Coronel Marmaduque Grove que encabezó su “República Socialista”.
Los jóvenes de la ANEC (futuros Falangistas y luego Demócrata Cristianos) que habían hecho campaña por Juan Esteban Montero reconocieron que “su falta de gravitación política conspiraba contra la defensa del régimen (de Montero) y que no podían frenar el golpe militar, (y) comenzaron a darse cuenta que debían definirse en el orden político contingente”. “Alejandro Silva Bascuñán relata “que la profunda emoción sentida por dicho acontecimiento, no tuvo otra forma de manifestarse que en numerosas reuniones privadas en que se discutía estérilmente acerca de lo que podía hacerse (… ) Eran justas de mera academia”, “con todo, un grupo de estudiantes firmaron un documento que titularon “Digamos la verdad” en apoyo a la legitimidad y constitucionalidad del gobierno de Montero”. Frei no firmó.
Según Gazmuri, “Durante 1932, los militares, que habían estado tras todos estos cambios y cuartelazos, habían caído en el descrédito. De ahí que se llegara a formar una Milicia Republicana con el fin de evitar otros golpes militares” a la que se incorporaron muchos políticos. “Frei no; por su cultura, no se avenía con el espíritu castrense”.
Esta milicia, de completa inutilidad militar, de hecho, fue una provocación innecesaria ya que para que hubieran golpes de estado era necesario que existieran las condiciones que movilizaran intereses políticos y sociales que concurrieran a pedir apoyo militar, como había sucedido en los años anteriores a 1930. Gazmuri omite a los grupos sociales, económicos y partidos políticos que habían alentado, apoyado y beneficiado “de todos estos cambios y cuartelazos”. Como muestra, el origen del actual Partido Socialista es el grupo del “cuartelazo” de Marmaduque Grove.
En “Chile desconocido” Frei explica así la obra de Ibáñez: “En esa época se produce un cambio en la orientación política. Práctica y teóricamente se liquida el Estado Liberal. Este gobierno, sin saberlo y sin quererlo meditadamente, implanta un avanzado socialismo estatal” … Gazmuri dice, “En todo caso, por relativamente suave y positiva para el país que haya sido la dictadura del General Ibáñez constituyó la primera impresión que tuvo el joven Eduardo Frei de un gobierno autoritario y quizás creó en su sicología una resistencia inconsciente a ese tipo de regímenes. Esta pudo pesar, junto a aspectos propiamente doctrinales, en particular su fe en la democracia, y a pesar de comprender lo inevitable del golpe de Estado de 1973, en su negativa a colaborar con el gobierno de Pinochet cuarenta años después”.
En esta muy breve síntesis podemos ver los elementos iniciales que conformarían la cultura antimilitar del PDC desde antes de su existencia formal hasta hoy: Toma de conciencia tardía y a regañadientes de la magnitud e intensidad de la crisis que se vive; aproximación ideológica al problema, aunque sea prácticamente inaplicable; doctrinarismo a todo trance; frustración frente a la impotencia del debate académico cuando se enfrenta a la fuerza o al caos; duda e indecisión ante a una realidad adversa; apreciación de la necesidad de la fuerza y simultáneamente, rechazo a su aplicación y consecuencias. Desconocimiento de la cultura militar y asimilación de su incomprensión a un presunto “déficit intelectual y a falta de sofisticación” militar. Consideración de lo militar como antítesis de lo intelectual.
Esta visión concluye lógicamente en el desconocimiento de la magnitud y éxito de los cambio efectuados por el régimen militar, a partir de una situación de crisis y caos. Para Frei, si Ibáñez, a partir de una economía liberal, creó en Chile una potente red social (socialista) para controlar la crisis, no fue como una respuesta realista para enfrentar una crisis brutal sino algo accidental, “sin quererlo meditadamente”.
Desde el punto de vista político e ideológico de la Democracia Cristiana, la crisis de 1973 tiene un desarrollo similar: reconocimiento tardío de la crisis terminal; aceptación en privado y a regañadientes de la inevitabilidad de la intervención militar; sorpresa y rechazo ante la violencia en acción; apoyo inicial; esperanza de que el Partido “fuera llamado a hacerse cargo del gobierno” confirmando la incapacidad intelectual de los militares; rechazo político y paso paulatino a la oposición en base a críticas morales y de falta de “democracia”. Desconocimiento de la profundidad y eficacia de los cambios efectuados por el gobierno militar.
Frei apoyó el golpe de Estado, en esto no hay dos posiciones; también es cierto que rápidamente se dio cuenta que por ese camino no iba políticamente a ninguna parte, por lo mismo también concuerda con la izquierda en que la historia de Chile comenzó el día 11 de septiembre de 1973 y que los tres años previos nunca existieron. Esta amnesia selectiva no resiste el paso del tiempo y mas temprano que tarde el tema saltará al centro del escenario. Por mucho que los deudos de Frei Montalva quieran hacer de su padre un mártir y víctima de «los militares», la verdad es otra, fue aliado y mentor de las fuerzas que derrocaron a Allende y tratar de camuflarlo es tratar de tapar el sol con un dedo. La realidad es que el gobierno de Allende no tenía solución, pero cuando la realidad no coincide con las conveniencias, peor para la realidad.
No quiero calificar el comportamiento del partido, pero si podemos identificar algunas constantes: la disociación entre realidad e ideología; el conflicto dubitativo entre la violencia y la necesidad política, y la sorpresa ante la acción militar tanto en combate como en la gestión de gobierno.
Los líderes democratacristianos son herederos de esta tradición cultural, que rechaza y condena el uso de la fuerza y la violencia con fines políticos, aunque no propone ninguna alternativa viable para casos de ruptura institucional ni rechaza los efectos de este uso que resultaron eficaces para la nación y para ellos como particulares.
Es muy interesante esta ambivalencia cuando se trata de la violencia aplicada por las FFAA y cuando lo es por parte de grupos armados o por gobiernos de izquierda.
Su actitud frente a la lucha entre las fuerzas de seguridad del gobierno militar y las fuerzas, primero del castrismo, representado por el MIR y luego del Partido Comunista, bajo la marca de Frente Patriótico Manuel Rodríguez es ejemplar.
A comienzo de los ochenta, el Partido Comunista cambió su estrategia militar y comenzó a desarrollar su nueva “política de rebelión popular de masas”. Se inició una activa campaña de ataque terroristas; se dio comienzo al “trabajo militar de masas” y se mantuvo “el trabajo hacia las FFAA”. Para dirigir este esfuerzo se inició el retorno de cuadros entrenados militarmente y se reactivó la directiva del PC. En esta batalla, las fuerzas de seguridad del gobierno militar destruyeron a tres directivas completas del PC insertadas desde el extranjero y capturaron y dieron de baja a un número apreciable de sus cuadros, capturando una gran cantidad de armamento y documentación.
Es interesante apreciar que el PDC puso y sigue poniendo toda la carga de la culpabilidad de la violencia en las fuerzas de seguridad y no en los miembros del PC, que son victimizados como el objeto de la represión militar.
Es evidente que la iniciación de las acciones militares contra el gobierno de Chile fue una decisión y una directiva del PC y que la agresión fue materializada por sus miembros con el apoyo de Cuba, la URRS y Alemania Oriental, comenzando por la internación por parte del Gobierno de Cuba de un gran cargamento de armas, municiones y explosivos por Carrizal Bajo y con el ingreso clandestino de fuerzas militares entrenadas en esos mismos países. Si eso no es una agresión, esa palabra no tiene significado.
Pero para el PDC toda la responsabilidad de la «represión» cae única y exclusivamente en las fuerzas de seguridad del Gobierno de Chile, tratándose en realidad de una respuesta netamente defensiva por parte del gobierno ante una acción ofensiva militar y política del Partido Comunista.
La pregunta que el PDC nunca podrá responder es como se habría desarrollado la situación para ellos si su archi enemigo, el Gobierno Militar, hubiera sido derrotado por el PC. Este tipo de análisis y reflexiones es rechazado frontal y totalmente por el PDC y se mantiene en el plano de la teoría política y de los gustos y preferencias doctrinarias, aunque sean impracticables. Esto es lo que les permite mantenerse moralmente impolutos y medrar a costas de la suciedad y la sangre de otros, en este caso, de los militares.
La incongruencia de su posición política y moral frente a los militares ha encontrado una solución en el refugio detrás del poder judicial, y como ese poder fue paulatinamente cooptado por la izquierda a lo largo de los gobiernos de la Concertación, han concluido en una posición incómoda, aliados con el PC en la estrategia de “ni perdón ni olvido” para agudización de las contradicciones en vista de “avanzar” hacia el enfrentamiento y la síntesis, enfrentamiento que la burguesía solo puede perder.
El encierro de ancianos de 95 y mas años, aquejados de enfermedades terminales y las sucesivas y violenta campañas del PC contra la prisión de Punta Peuco en un contexto de total impunidad para los miembros paramilitares del PC es algo que no resiste cinco minutos de análisis, pero la solución DC es no concederle ni siquiera esos cinco minutos, como si así el tema desapareciera y no hubiera nada que decidir. Si alguien cree que la sucesión de abusos y atropellos contra esos ancianos ex miembros de las FFAA quedará en nada, creo que está equivocado.
Si el PDC piensa que ya se sacudió del problema y se lo endosó a los jueces, también está equivocado. Mas temprano que tarde el muerto saldrá de su tumba y lo hará en el momento menos conveniente para ellos y para Chile.
Una revisión profunda y seria en el PDC sobre su forma de entender y relacionarse con los militares y con la verdad histórica es fundamental para la salud de nuestro país. Como decía Eduardo Frei, «La Verdad tiene su Hora».