El 19 de febrero, La Tercera publicó una interesante columna referida a los antecedentes que podrían haber incidido en la crisis argentino – británica del ´82.
El año 1978, desde mediados de año, Julio para ser precisos, se iniciaron los preparativos chilenos para enfrentar la agresión argentina que intentaría conquistar parte de la Patagonia chilena y posiblemente otros pedazos de Chile continental.
La firme y decidida postura de nuestro gobierno los llevó a reconsiderar su intención y tras muchos ires y venires, la disputa volvió a los cauces diplomáticos, ahora bajo la mirada del Papa Juan Pablo II, negociación que se prolongaría hasta 1982.
Pero esta crisis no salió de la nada. Desde hacía muchos años, para ciertos círculos nacionalistas argentinos el asunto austral con Chile no era tema cerrado.
Como se recordará en 1878, Argentina y Chile estuvieron próximos a ir a la guerra como resultado del avance argentino sobre la Patagonia, que culminó con la captura del puerto de Santa Cruz, hasta entonces avanzada chilena en la costa del Atlántico.
Las negociaciones entre ambos países, posteriores a la Guerra del Pacífico, pusieron frente a los negociadores argentinos a un gobierno chileno bien armado, triunfante, con experiencia bélica y con una economía sólida. Las cosas se arreglaron lo mejor que se pudo y todo terminó en el Abrazo del Estrecho, entre juramentos de paz y amistad, tras una década larga de crisis y carrera armamentista.
A mediados del siglo XX, en pleno frenesí peronista -Argentina se situaba entre las siete primeras economías del mundo- surgieron de nuevo, renovadas, las frustraciones pendientes de la negociación señalada y en los círculos políticos e intelectuales argentinos nacieron escuelas geopolíticas inspiradas en los modelos alemanes y nazis que encontraban de lo más absurdo que un país de tercer orden como Chile impidiera o restringiera la “natural” supremacía y expansión de su país, y esa expansión pasaba por transformar a Argentina en un país bioceánico, para lo cual Chile era un estorbo; lo que procedía era una “Conquista del Oeste”.
Y así, llegamos a las Malvinas o las Falkland (usted elige, yo me referiré a Las Islas).
La columna señalada al comienzo dice: “David Joy, entonces consejero de la embajada británica (en Buenos Aires) quiere saber lo que su par chileno, Raúl Schmidt, podía contarle sobre aquella experiencia, que pudiera arrojar luces sobre una posible guerra … Joy estaba interesado «particularmente en escuchar sus comentarios sobre el origen común de los problemas actuales de soberanía de Argentina con ambos gobiernos, el británico y el chileno». Schmidt había sido jefe de gabinete del ministro de Relaciones Exteriores de Pinochet hasta 1978, el almirante Patricio Carvajal. Contaba, entonces, con información privilegiada y de primera mano sobre el tema.
«La tesis de Schmidt se basa esencialmente en la necesidad de la Armada argentina de tener un puerto estratégico más al sur de su actual puerto seguro más austral, Puerto Belgrano (en el sur de la provincia de Buenos Aires). La opción obvia, Ushuaia, no es satisfactoria desde este punto de vista, dado que se encuentra bajo constante vigilancia chilena», explica el informe de la diplomacia británica al cual BBC Mundo tuvo acceso.
«Por lo tanto, los argentinos están, según Schmidt, desesperados por conseguir algún otro puerto seguro en el sur, necesidad que puede verse satisfecha accediendo a las islas del sur del Beagle o a las Falklands. En este contexto, él cree que las disputas por la soberanía están vinculadas», continúa el informe”.
Esta es una hipótesis muy interesante que da alguna profundidad a la interpretación de algunos sectores de que la Crisis de 1978 habria sido solo una “excepcción causada por dos dictaduras”, como si un proceso de esta complejidad histórica pudiera reducirse al mero capricho de dos grupos de Poder
En efecto, la estrategia naval no es un asunto que inquiete a muchas personas más allá de los marinos. Hay varias escuelas y un corpus teórico bastante bien desarrollado. No parece este el lugar ni el momento para entrar en profundidades, pero un breve análisis de este caso nos podrá ilustrar adecuadamente y nos permitirá sacar algunas conclusiones.
La etapa final de la crisis del ´78 se configuró con los dos ejércitos frente a frente, con el Ejército de Chile a la defensiva, con pretensiones de contraatacar después de la ofensiva inicial argentina y el Ejército Argentino desplegado para una curiosa maniobra terrestre sin un centro de gravedad definido, más bien orientada a dar lustre a varios generales que, frente a sus huestes, pretendían marchar directamente a la victoria.
Las Armadas, tema que nos inquieta en esta ocasión; cada una en posición para iniciar sus maniobras. La Escuadra chilena desplegada en el gran archipiélago situado entre el Estrecho de Magallanes y el Cabo de Hornos, a caballo entre el Pacífico y el Atlántico. Los argentinos, en Puerto Belgrano, lejos hacia el norte de su país.
Argentina, que quería conquistar la misma área insular en que los marinos chilenos se encontraban desplegados, tenía que venir a desembarcar sus soldados para conquistar las islas, para eso debía eliminar a la Escuadra de Chile y luego proceder a la conquista de las islas en que se encontraban defendidas por nuestra Infantería de Marina.
¿Qué pasó?. El gobierno argentino tomó la decisión de atacar: mediados de diciembre de 1978; oportunamente la Flota de Mar argentina zarpó desde Puerto Belgrano rumbo al área del Canal Beagle. Una larga navegación con las tropas y los helicópteros embarcados, a poco andar se desencadenó un temporal como los que suelen ocurrir en esos lugares, las negociaciones se prologaban. Los buque navegaban con dificultades, el lanzamiento de los aviones desde el portaviones se tornaba un tarea riesgosa o imposible, los buques se golpeaban incesantemente, las tropas se mareaban, el material sufría por el mal trato de los elementos. Mientras tanto, la Escuadra de Chile estaba desplegada en “La Posición” austral, en aguas calmas, con espacio para cambiar de ubicación frecuentemente, con protección antiaérea y contra superficie, sin gastar combustible, con apoyo logístico asegurado, sus tripulaciones descansadas.
Llegó el día 18, la Flota de Mar se acercaba a la boca del Beagle cansada y golpeada, la flota chilena oculta lista para salir cuando quisiera, fresca, full operativa, con la retirada asegurada para aquellos buques que sufrieran daños.
Esta es la diferencia entre tener o no Una Posición. Asi, la hipótesis del Diplomático Señor Schmidt era del todo acertada.
La guerra con Chile quedó postergada. Pero la evidencia de lo difícil que sería combatir contra Chile en el mar, sin contar con la Posición adecuada quedó muy clara en la experiencia naval argentina.
Aquí está una de las motivaciones para el ataque argentino sobre Las Islas el 2 de abril del 82. La otra fue la “escapada hacia adelante” para salir de un atolladero político y económico imposible.
La pregunta es: ¿los actuales afanes del gobierno Kirchner por Las Islas es sólo una nueva “escapada hacia adelante” o persiste la conciencia de que se requiere una buena “Posición” para una estrategía naval austral y antártica?. Esto no implica necesariamente ni siquiera prioritariamente un ataque contra Chile. Hay otros objetivos valiosos que demandan dicha posición en la región austral, desde la explotación de los recursos pesqueros y ahora petroleros y de gas natural del Atlántico y Pacifico Sur hasta la proyección a la Antártica, cuestión que cada día cobra mayor relevancia y a la que Argentina tradicionalmente le ha dedicado mucha atención, y para lo cual una “posicion” es nuevamente muy necesaria.