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Chile y Perú: Disuasión y Amenazas

Se habla mucho de disuasión. Demasiado. Se habla de armas disuasivas, de sistemas de vigilancia disuasivos, de despliegues y ejercicios disuasivos, de reforzar la disuasión.

Todo con una aproximación militarista, con un lenguaje veladamente agresivo y sobre todo con imprecisiones y falta de rigor intelectual que transforman la palabra en algo antipolítico, negativo y hasta peligroso.

Lo primero que es necesario destacar es que una cosa es la “academia” y otra la “política”. Es muy conveniente que los políticos, los militares y las personas que se interesan en las cosas públicas tengan una buena formación académica en ciencias sociales, pero sería ingenuo pensar todo aquel haya estudiado ciencia política, relaciones internacionales o estrategia necesariamente va a ser un buen gobernante o un buen líder militar o que sus estudios son garantía de compresión y manejo de las realidades del ejercicio práctico de la función y de excelencia en ello.

También sería un grueso error trasladar los conceptos, definiciones y aproximaciones teóricas al mundo político real sin incorporar los variados y complejos matices que diferencian a una situación de la otra, percepción que está determinada por la experiencia, sensibilidad y visión, características fundamentales de un buen político.

El concepto base de la estrategia de seguridad nacional de Chile, compartido por una amplia mayoría social, es que nuestro país intenta obtener sus objetivos nacionales pacíficamente, a través de la cooperación, la negociación y el acuerdo con otros estados, neutralizando las amenazas a sus intereses por la vía de la disuasión y enfrentándolas militarmente sólo si la guerra nos fuera impuesta y no hubiera otra alternativa.

Si nosotros no somos los agresores y aspiramos a obtener nuestros objetivos por la vía de la negociación y el acuerdo, nuestra alternativa a una estrategia de fuerza es una estrategia de disuasión, es decir una estrategia que renuncia a emplear la fuerza o la amenaza de su uso; que se orienta a crear y mantener una condición de paz, y que intenta asegurar que la alternativa que adopten nuestros vecinos para tratar de obtener sus respectivos objetivos políticos, sea de la misma naturaleza.
El objeto de una estrategia de disuasión entonces es desincentivar, o mejor eliminar, la alternativa del uso de la coacción o la fuerza como opción aceptable y conveniente por parte de otro país, para imponernos su voluntad en un asunto en disputa.

Otro problema es que esta relación entre oponentes es dialéctica y entre actores diferenciados, lo que hace que la interacción disuasiva sea muy interesante, compleja y difícil de predecir: Un primer elemento es el de la diferencia cultural. Los dos bandos no valorizan ni entienden el tema en disputa de la misma manera y un mensaje que el bando que lo envía aprecia como unívoco, puede ser interpretado por el otro con un significado completamente diferente. La imagen que un país pretende proyectar y la idea que se forman los países receptores de esa proyección no siempre son coincidentes. Esta diferenciación se refleja también en las características de los procesos de toma de decisiones políticas y militares. Ambos elementos interactúan con estados sicológicos diferenciados en los cuales la equivocación más común es que un actor no entienda las motivaciones y procesos de razonamiento del otro, creyendo que éste se rige por los mismos estándares de racionalidad y emocionalidad que él.

La disuasión se basa en la creación ,- en la mente del oponente -, de un efecto psicológico que funciona en dos tiempos: el cálculo, es decir la evaluación de sus posibilidades de vencer, que surge de la comparación de sus capacidades totales contra las nuestras, y el temor a los riesgos del conflicto, que emerge de una combinación del cálculo anterior con otros elementos intangibles, tales como el prestigio militar de nuestras FF.AA, la determinación a luchar de nuestra nación, la eventual duración de la guerra y la estabilidad de la situación internacional bilateral y multilateral de pos – guerra y, en casos de interdependencia compleja como la que estamos desarrollando con nuestros vecinos, con la incorporación de un tercer elemento: los costos de oportunidad ocultos ante la alternativa de continuar o interrumpir la relación de cooperación.

Esto significa que hay que comparar potenciales militares – armas -; potenciales morales y políticos – economía, diplomacia, sociedad; – y la posibilidad de hipotecar el futuro favorable que pueda derivarse de una relación de paz y cooperación.

¿A quién disuadir y de qué disuadirlo?: Este es un problema clave que debe ser establecido con claridad, ya que la disuasión comienza con la notificación de nuestra decisión al potencial agresor y debe basarse en conceptos claros, compartidos por toda la sociedad y conocidos por la comunidad internacional.
La disuasión es entonces un conjunto de previsiones y acciones destinado a producir un efecto paralizador del recurso a la fuerza militar o a la presión política por parte de un determinado país, frente a una situación específica y en un escenario internacional también concreto.

La pregunta clave es entonces: frente a Perú: ¿de qué queremos disuadirlo?, ¿qué decisión o acción perjudicial para Chile queremos que no tome o emprenda?. En el contencioso jurídico levantado por Perú respecto a la delimitación marítima internacional entre ambos países, resulta evidente que no lo disuadimos de crear ese conflicto diplomático. En el estado actual de la crisis deberíamos disuadirlo de recurrir al empleo de las armas o a acciones políticas y comerciales hostiles, si sus aspiraciones no fueran acogidas por el Tribunal Penal Internacional.

En el caso que nos ocupa, para Chile, llegar a una situación de conflicto armado con Perú implica cerrar toda posibilidad de cooperación económica y política con ese país, por muchos años; el fin de toda posibilidad real de integrarnos con otros países latinoamericanos del Pacífico, y el seguro fin de la presencia cooperativa y corporativa de la región en Asia, el mercado más grande y activo del mundo. Para Perú implicaría daños similares sumados a una crisis política y social en los momentos en que inicia su muy añorado y esperado despegue.
Esto señala que no es suficiente considerar solo, ni prioritariamente, las armas y los aspectos morales y políticos internos.

Este es un tema complejo poco adecuado para ser tratado en un artículo breve, por lo que no aspiro a ingresar a él en profundidad. Mi intención es sólo levantar una voz de alerta para evitar que la liviandad o la superficialidad se instalen en el lenguaje político, diplomático, militar y comunicacional.
Es mucho lo que está en juego.

A los lectores se les ruega, en sus comentarios, atenerse al tema del artículo.