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Una nueva derecha: Ahora abierta, eficaz y generosa

La Derecha ha actuado con gran creatividad y energía en la destrucción de su candidatura presidencial y parece haber tenido éxito. El Presidente Piñera, actual líder político del sector ha destacado por sus empeños y logrado un amplio apoyo … de la oposición. Así, la candidata de la izquierda tiene altas posibilidades de alcanzar el poder. Su administración será una experiencia educacional muy intensa para la sociedad chilena actual. Desconozco que es lo que intenta hacer la Sra. Bachelet, aun no lo ha dicho, pero es evidente que una parte de sus seguidores esperan algo completamente opuesto a lo que la otra parte cree que va a ser su mandato. La clave parece ser que quiere seguir “avanzando” hacia una sociedad de bienestar, justo cuando sus promotores la abandonan: “El nuevo rey de Holanda, Guillermo Alejandro, manifestó en su primer discurso ante el Parlamento que el “Estado de bienestar clásico de la segunda mitad del siglo XX está terminado” y debe ser sustituido por “una sociedad participativa”. Después de la reedición de “la experiencia chilena” de los ’70 y de la aplicación integral del “otro modelo” habrá necesidad de rehacer la política económica que nos ha traído éxito y se abrirá otra oportunidad para una nueva derecha, de verdad. Hasta ahora, la promoción de la propuesta de una nueva derecha ha corrido por cuenta de los “liberals” con el aplauso de la izquierda. Todo comenzó con un curioso proyecto de Piñera que incorporó a Ravinet a su gabinete y culminó con la descalificación de su base política señalándolos como “cómplices pasivos” del Gobierno Militar en la violación a los derechos humanos. Con esta movida cree haberse ubicado al centro del escenario y como único líder posible, habiendo eliminado todos los que colaboraron o simpatizaron con ese gobierno, al igual que todos los que votaron por el “si” o se abstuvieron. La desgracia es que en esa misma “pasada”, se deshizo también de los partidos que podrían haberlo apoyado en su aventura presidencial del 2017, de un gran número de sus potenciales votantes y mostró rasgos de su carácter que mucha gente desconocía. Piñera carece de sensibilidad política y de empatía por lo que nunca será un líder y su comportamiento materialista, -que valora solo los factores económicos y materiales de la vida humana y política- lo llevan a error respecto a lo que caracterizaría y daría fuerza y legitimidad a su idea de “nueva derecha”. En efecto, su ruptura violenta y descalificatoria con quienes apoyaron al Gobierno Militar no es suficiente para legitimar su “nueva derecha. La izquierda jamás se cambiará de bando, la Democracia Cristiana lo haría solo al precio del suicidio; la derecha partidaria lo abandonó en su gran mayoría y no logrará atraer el voto ni las simpatías de la clase media, -la gran mayoría de los votantes- que nunca podrán considerarlo uno de ellos ni alguien que los entienda y represente, menos tras haber empujado al suicidio a un general anciano y enfermo. Su pasado y presente, ligado al éxito financiero especulativo, lo alienan del común de los chilenos que trabaja, produce, ahorra y cumple las reglas. Su reticencia a deshacerse de sus intereses económicos –de magnitud ofensiva para el ciudadano común- durante su campaña presidencial y hasta ya comenzado su administración, mostró hasta donde su apego a la riqueza disputaba con su ambición política. Un mandatario que, objetivamente, ha hecho un gobierno económicamente exitoso y que sin embargo se columpia en la parte baja de la tabla de la popularidad y aprecio ciudadano señala de manera inequívoca su distanciamiento con el hombre común y una profunda sospecha respecto a la validez de su compromiso. Su movida de alejarse abrupta y súbitamente del gobierno militar no logrará resolver sus deficiencias políticas y personales para lo que tendría que escribir de nuevo su historia personal, alterar por completo su personalidad y rediseñar los parámetros de su comportamiento empresarial. Empujar al suicidio a un general anciano y enfermo es la gota que colmó el vaso. Descontando las opciones marxista y corporativa, desde la perspectiva liberal tenemos dos alternativas: el estado social y el estado subsidiario. El Estado Social es un sistema que apunta a garantizar y potenciar ciertos “derechos” que se consideran imprescindibles para que las personas desarrollen todo su potencial como ciudadanos: Salud; Educación; Trabajo; Vivienda; Jubilación; Cultura; Protección a los desvalidos; Medio ambiente; Asistencia jurídica y varios Derechos Sociales, como integración social, redistribución de renta y compensación de las desigualdades. Todos ellos garantizados en la legislación y exigibles por parte de todas las personas. El Estado Social, al menos en teoría, se ve como un estado intervencionista que modera el capitalismo y garantiza la primacía del bien común y la democracia. En la realidad surgieron una serie de problemas, que no pudieron ser resueltos y hoy destrozan a Europa: Las demandas de los ciudadanos crecieron sin cesar. Surgieron abusadores del sistema, como personas que hicieron de los seguros de cesantía y las licencias médicas una forma de vida. Los costos de la salud y de la previsión crecieron fuera de control. Los beneficios sociales estimularon la inmigración masiva y así se creó un desbalance entre los derechos establecidos para los ciudadanos y la capacidad de los estados para financiarlos. En breve, el Estado Social falló por la tendencia humana a trabajar menos y descansar más; a usar todas las oportunidades disponibles para obtener ventajas personales; a la tendencia de las autoridades a aceptar peticiones antes que a rechazarlas aunque sean insostenibles, y a su disposición a extraer recursos de las actividades productivas hasta hacerla no rentables o no competitivas. El Estado Subsidiario por su parte, tuvo su origen en la Europa Occidental de la pos II Guerra Mundial y fue la reacción social a las experiencias fascistas y marxistas vividas durante ese conflicto. Esas sociedades  rechazaron la intervención activa y directa del estado en el ámbito económico – social y reclamaron mayores espacios de libertad individual rebelándose contra los comisarios y gerentes designados por el partido nazi, fascista o comunista. Estas políticas se materializaron mediante el traspaso de empresas y bienes apropiados por el estado hacia los particulares, privatizándose importantes sectores de la actividad estatal, incluyendo los servicios públicos. Sin perjuicio de lo anterior se reconoció explícitamente que el Estado no podía renunciar a su función complementaria, exclusiva o concurrente con la actuación privada, en materia de previsión social, salud, educación, etcétera, cuando estas actividades no fueran cubiertas suficientemente por los particulares. Así, el “estado subsidiario” quedó definido como: “un Estado que se hace cargo de aquellas funciones o actividades que, por su naturaleza (estrategias y/o bien común y/o monto de recursos requeridos), no pueden afrontar los particulares o no es aconsejable que así sea. La función del Estado se focaliza en el control de las reglas y normas en las cuales desenvolverse”. Las críticas a este tipo de estado argumentan contra el abandono, por parte del estado, de actividades rentables y su entrega al sector privado, reteniendo las que dejan pérdidas. También se plantea que cuando se transfieren monopolios naturales al sector privado que solo aspira a maximizar el lucro, las necesidades sociales básicas quedan desprotegidas. La irresponsabilidad se extiende también a la protección ambiental y cultural. Se dice que el país necesita un Estado que sea capaz de emprender, sin limitantes, inversiones estratégicas, por ejemplo en diversificación energética. Como se puede apreciar, el problema clave gira alrededor de la definición del rol del estado, particularmente en cuanto a su capacidad / eficiencia en el emprendimiento y gestión directa, y la necesidad de que el estado haga una eficaz supervisión, regulación y control de actividades productivas de bienes y servicios por parte de los privados. En Chile los gobiernos de la Concertación cuando arribaron al poder se encontraron con un ordenamiento constitucional, implantado por el Gobierno Militar, que incorporaba la subsidiaridad como un principio rector del modelo de desarrollo económico, social y político, principio que no entendieron ni compartieron nunca. De hecho, cuando sus gobiernos contaron con los recursos necesarios, particularmente durante la segunda parte del gobierno de Lagos y durante todo el gobierno de Bachelet, se aplicaron a la construcción paulatina y de facto de un “estado social” paralelo al estado “subsidiario”, en los ámbitos judiciales, previsionales, de salud y otros. El problema grave estuvo en que esta falta de sintonía entre sus creencias y el tipo de modelo de desarrollo que estaban administrando, sumado a las naturales tendencias humanas, llevaron al descuido de las funciones de “supervisión, regulación y control” imprescindibles para el correcto funcionamiento de un estado subsidiario, y a la asociación de algunos de los miembros de su gobierno con empresarios privados, lo que permitió la creciente concentración de importantes sectores de la economía; la implantación de prácticas abusivas en el retail; en la energía; en las Isapres; en las telecomunicaciones; en las AFP y la introducción ilegal del lucro en la educación – que estaba expresamente prohibido en la ley de educación que permitió la existencia de universidades privadas – y, emblemáticamente y pese a la “revolución de los pingüinos” el descuido del área educacional que por falta de supervisión y control estatal había generado las graves injusticias, insatisfacciones e ilegalidades que hoy estamos viendo hacer eclosión, causando la actual “indignación” de la gente. Si los que creen en la subsidiaridad tampoco logran que la gente deje de sentirse constantemente abusada, serán desplazados junto con su modelo. Una “nueva derecha, de verdad”, requiere un compromiso irreductible con el hombre común y un alejamiento cierto y comprobable de la defensa prioritaria de los intereses empresariales; necesita demostrar con su comportamiento que lucha por la defensa y promoción de principios y no de intereses; la gente deberá sentir que es escuchada, no dirigida; respetada, no utilizada. La clase media no se desvela por “mea culpas” ni por quien votó hace 40 años, sus problemas son de ahora: la colusión de las farmacias, la estafa de La Polar, la violencia callejera, los perros abandonados que muerden a sus hijos; las colas del hospital; el negocio de la educación que los acorrala; los empresarios que le tuercen la nariz a la ley para enriquecerse de manera obscena; las empresas que pagan impuestos ridículos; el maltrato a los empleados de las empresas de retail; el Transantiago que los hace perder días y semanas de vida viajando de un lugar a otro; la polución de las generadoras a carbón; la contaminación de las papeleras; el abuso de las oligarquías sindicales; la corrupción en el gobierno, desde El Jarrón, hasta las Aulas Tecnológicas, y así. Una nueva derecha es aquella comprometida a fondo con el hombre común; alejado de los negocios e intereses empresariales; implacable en el control de las reglas y las leyes; transparente siempre y en todo y con una gran humildad y oreja para escuchar y respetar al chileno común, particularmente al de regiones.