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Enclave para Bolivia: Una mala idea y una peor negociación

El problema de la aspiración marítima de Bolivia es de larga data, de hecho, desde la firma del Tratado de 1904, que en Bolivia constituyó una victoria para los “practicistas” y una dolorosa derrota para los “reivindicacionistas”. En pocas palabras, en Bolivia la corriente “practicista” refleja los intereses de los comerciantes de La Paz, de las empresas mineras y en general de los importadores y exportadores. Prefieren tener acceso al puerto (ex – peruano) de Arica, más eficiente y próximo, aunque sea sin soberanía. Los “reivindicacionistas” quieren recuperar la para ellos provincia del Litoral, que para nosotros es la región de Antofagasta, más lejana y de más difícil acceso para los bolivianos. Esta “recuperación” debe ser con soberanía completa y total y sin compensaciones.

Curiosamente y tal vez para aunar criterios, Evo Morales planteó una petición mixta y maximalista: un acceso marítimo por la región de Tarapacá  (ex – peruana) y con soberanía total, en un momento en que contaba con amplia popularidad interna  y el apoyo internacional del vociferante Hugo Chávez.

Como se puede apreciar, cuando existe un conflicto ideológico como el que divide a la sociedad boliviana frente a su pretensión marítima no puede haber política de estado y Bolivia seguirá cambiando su aproximación al problema una y otra vez y Chile seguirá fracasando con sus propuestas y cargando siempre con la “culpabilidad”, como ha sucedido en las tratativas de 1920; 1950; 1975 al 78; 1987 y 2006 al 2013. Incidentalmente, Evo Morales liderando a los “reivindicacionistas”, dirigió la oposición a las intenciones de negociación del gobierno boliviano en 1998, lo que fue decisivo para catapultarlo al poder el año 2002.

La negociación entre Chile y Bolivia ocurrió en un ambiente emocional importante de tener en cuenta. Bachelet sufrió dos humillaciones a manos del presidente de Perú, Alan García: la primera fue la divulgación unilateral de una conversación telefónica personal entre los dos y luego, cuando Perú llevó a nuestro país a La Haya, ante la  impotencia de ella y de su gobierno. Estos hechos fueron agravados por la traición a la presunta sintonía ideológica marxista que se suponía existía entre el PS, partido de Bachelet, y el APRA, partido de García.

Por otro lado, la unía una simpatía personal por Evo Morales, hermanados en su antiimperialismo; nacionalismo sudamericano y admiración a Fidel Castro y su revolución. Así, la situación emocional de base por parte de la autoridad negociadora principal de Chile es la de frustración frente a Perú y afecto hacia Bolivia .

En este contexto, el año 2006 bajo las administraciones de Bachelet y Morales se inició una negociación con una “agenda de 13 puntos” cuyo punto N° 6 era el “Tema Marítimo”. Las cosas marcharon decentemente bien hasta que los negociadores llegaron a una proposición de solución del conflicto por las aguas del rio Silala. El gobierno boliviano apremiado por los “reivindicacionistas” rechazó la propuesta sin apelación y no se volvió a tocar el tema.

Chile por su parte encontró una “solución brillante” para resolver la exigencia boliviana: Ofrecer un espacio geográfico adecuado a las aspiraciones bolivianas en la región de Tarapacá esquivando el posible veto peruano entregándolo a Bolivia como un “arriendo”; un “préstamo”; un “comodato” o una figura que no implicara abiertamente cesión de soberanía, de 99 años de duración. Con esto satisfaría el 100% de las exigencias de Evo.

Según declaración del ex Ministro Bitar, “se exploró la concesión de un territorio costero sin soberanía, (incluyendo) su ubicación, extensión y las normas que podrían regir ese enclave para las empresas y trabajadores bolivianos en industria, servicios, comercio y turismo”. La petición de Morales no era modesta, sus exigencias incluían: soberanía irrestricta; una extensión de costa amplia de entre 10 y 30 kilómetros de frente “de (un) tamaño que pueda verse en un mapa de esos que se utilizan en las escuelas; apto para construir una ciudad, un aeropuerto y sus carreteras, varios puertos; una playa para tomar sol y hacer negocios”, como inocentemente expresó uno de los negociadores bolivianos.

Como esta negociación fue conducida en secreto y no ha habido información por parte de los actores chilenos, debemos apoyarnos en las publicaciones periodísticas bolivianas, -que a diferencia de la prensa chilena, no se ha inhibido de investigar el tema-,  en las que el Vice Canciller boliviano Hugo Fernández explica que “El primer semestre del año 2009 una delegación de tres técnicos del gobierno de Bolivia viajó en forma reservada a la provincia de Tarapacá donde se reunieron con funcionarios de la Cancillería y de la Dirección de Fronteras y Límites (de Chile). Los técnicos viajaron en un transporte regular, vestidos como personas corrientes, los esperaron en Iquique y después fueron en helicóptero al lugar del enclave”. “El viaje duró tres días y la comitiva boliviana se respaldó con mapas y documentos topográficos para inspeccionar las características del terreno y las potencialidades de tal enclave”. “Hay un documento en el que se menciona la visita conjunta sobre la cual se hizo un estudio específico para luego ser elevado como acta de una posible solución”. Según algunos medios periodísticos habría habido un segundo viaje, pero no está confirmado.

El enclave ofrecido el año 2007, que tuvo variaciones entre ese año y el 2009, se lo menciona ubicado “al Norte de Iquique”; en “Mejillones del Norte” cercano a Pisagua; “en un punto al Sur de la Quebrada de Camarones” y en “Tiliviche”.

El asunto de la soberanía merece ser destacado. Como vimos, la ficción chilena era que se trataba de un “préstamo” sin cesión de soberanía, sin embargo la parte boliviana no lo veía de ese modo. Según el Vice Canciller Hugo Fernández, “Nosotros dejamos en claro a Chile que si bien no íbamos a discutir el problema de la soberanía en el principio (de la negociación), si lo íbamos a hacer al final. Hay una norma en diplomacia: nada está acordado, si todo no está acordado”. Parece evidente que alguien está mintiéndose a si mismo y a sus ciudadanos.

También es destacable la afirmación de los medios periodísticos de que “El borrador (del acuerdo) estaba siendo revisado para su ratificación mientras se iniciaba el traspaso del mando a Piñera”, por su parte fuentes de la Cancillería chilena indican que la declaración conjunta que pretendía firmar Bachelet con Evo Morales fue dada a conocer a las nuevas autoridades y que el documento fue considerado “excesivo” por el Presidente Electo.

El nuevo presidente descartó el “enclave” como solución aceptable para Chile y la Agenda de los 13 puntos languideció y murió, lo que es razonable si se considera que el único interés de Bolivia era resolver favorablemente su aspiración marítima.

La creación y entrega de este enclave a un estado semi fallido como Bolivia, tiene una serie de consecuencias que parecen no haber sido debidamente consideradas por la parte chilena, ya que de otro modo les habría sido evidente lo desacertado de su idea: La intención de entregarlo por 99 años con la autorización para construir una ciudad en él, es una muestra clara que se estaba negociando soberanía, aunque se diga lo contrario. No es posible imaginar una ciudad poblada durante un siglo por bolivianos, que no de origen a ciudadanos con esa nacionalidad. La “formula” para saltarse la participación peruana no solo vulnera el espíritu del tratado de 1929, sino que me parece constituye una muestra de perfidia y mala fé, difícil de aceptar por parte de ese país e indigna de las costumbres del nuestro. Una maniobra de este tipo envenenaría irremediablemente la relación con Perú y sería violatoria del respeto a los tratados y su cumplimiento, que constituyen una piedra angular de nuestra política y tradición nacional. La rabieta contra Perú y el cariño hacia Bolivia no justifican una «jugada» de este calibre.

Las “servidumbres” que tal enclave impondría a nuestro país son inmensas: agua, energía, disposición de desechos de todo tipo, servicios sanitarios, carreteras, aduanas, protección de fronteras y muchas más. Un enclave de ese tipo bajo administración boliviana eleva en varios órdenes de magnitud el problema de tráfico de drogas, contrabando y reducción de bienes robados en Chile. La instalación de varios puertos cuyo principal usuario sería Brasil significan el fin comercial del puerto Arica o su eventual dependencia de esos puertos bolivianos. Los problemas de contaminación de todo orden no podrían ser circunscritos al enclave, invadiendo sus efectos a los espacios chilenos aledaños. Las demandas de conectividad entre el enclave y Bolivia sería muy complejas de manejar. Un aspecto de gravedad, por la aparente liviandad en que se habría manejado, es que en ningún momento de habló de si este “enclave” era además de todas las facilidades, excepciones y financiamiento ya concedidas con motivo del tratado de 1904 o si ellas caducarían.

Solo en los estados absolutistas el rey dispone del territorio y la población a su gusto y gana.

Los titulares del territorio son los chilenos, la nación chilena, no solo el gobierno. En un estado democrático no es aceptable que un gobierno negocie y acuerde en secreto, a espaldas de la ciudadanía, la entrega de parte de su territorio y de su soberanía. La forma para hacerlo es un plebiscito, que la misma Carta Constitucional debiera considerar.

Estamos ante una mala idea y estuvimos ante una peor negociación.

 

La Cuestión Brasileña

Brasil es un país de grandes números, que impresionan: tiene una población estimada de 200 millones de habitantes y una superficie terrestre de 8,5 millones de km2.

Brasil fue el último estado independiente de las Américas en abolir la esclavitud, en 1888 y el último en proclamarse como república, en 1889. No hubo revolución en Brasil: la Primera República fue el resultado de un golpe militar gestado por un pequeño número de militares y miembros de la oligarquía terrateniente  y cafetalera de Sao Paulo. En 1930 otro golpe militar le puso fin. Getulio Vargas y los militares ejercieron el poder desde 1930 hasta 1945, cuando debieron ceder a las presiones norteamericanas y entrar en un proceso “democratizador”. Este régimen, el Estado Novo, lideró un camino modernizador y de desarrollo económico y permitió un cierto avance del proceso de organización social. Desde 1945 hasta comienzos de la década de los ´60, en Brasil existió una democracia limitada en alcance y naturaleza, que sobrevivió con éxito algunas asonadas comunistas similares a las habidas en otros países de la región en la misma época; al suicidio de Getulio Vargas reelegido en 1950, y en 1961 a la renuncia de Janio Cuadros, bajo presión militar. Joao Gulart gobernó desde 1961 hasta 1964. Fue un gobierno intenso pero breve, que sobreestimó las fuerzas pro cambio y subestimó gruesamente el poder de los militares aliados con la estructura de poder tradicional. Concluyó en su derrocamiento con escasa, si es que alguna, resistencia popular. Lo sucedió un gobierno militar desarrollista que gobernó Brasil hasta que perdió el dominio sobre el Colegio Electoral, que sumado al repentino deceso de Tancredo Neves, su último representante (civil), determinó que el gobierno pasara a manos de su Vicepresidente, José Sarney, quien inició la marcha, a partir de 1985, hacia la Nova República. Esta marcha tuvo su punto culminante en la aprobación de una nueva ley electoral que sancionó el sufragio universal, incluyendo por esa vía a una importante masa de electores analfabetos, que hasta entonces habían estado excluidos de la representación política. Esta ley produjo un vuelco en el patrón electoral que abrió paso a dos gobiernos “progresistas”: el de Collor de Melo, caído bajo acusaciones de corrupción y el de Fernando Henrique Cardoso, funcionario internacional de izquierda visto por las fuerzas conservadoras como la opción menos mala para contener el avance de Lula y su Partido de los Trabajadores (PT).

Lula y el PT constituyen un caso político  notable. Dadas las características de la historia política de Brasil, descritas anteriormente, el incremento de su votación de 17% en 1989 a 27% en 1994 y a 32% en 1998 y la toma del control de las ciudades de Sao Paulo (1998 y 2000) y Porto Alegre (1988, 1992, 1996 y 2000) son logros impresionantes en un plazo tan breve. Más impactante aun si se considera que ello ocurre precisamente en los años en que la izquierda socialista se batía en retirada en todo el mundo.

Su triunfo en las elecciones del 2002 fue aun más destacable: obtuvo el 46,4% en la primera vuelta y el 61,3% en la segunda, conquistando las preferencias de 52,8 millones de votantes. Un obrero metalúrgico con una educacional formal débil, por decir lo menos, arrinconó políticamente a Henrique Cardoso líder de la izquierda intelectual brasileña y latinoamericana y derrotó en las urnas a su sucesor designado. La sociedad civil, nunca combativa en Brasil, esta vez estaba movilizada. Integrada por una mayoría de personas jóvenes,- casi el 50% es menor de 35 años -, sumidos en una pobreza extrema,- con el 60% de la población económicamente activa ganando menos de US$ 100 al mes,- y con pocas posibilidades de salir de ella debido a un bajísimo nivel educacional, – el 70% de los brasileños cuenta con menos de 7 años de educación básica -. El desafío de Lula era entonces asegurar y consolidar la estabilidad económica, restablecer niveles de crecimiento económico aceptable y crear las condiciones necesarias para una mejor distribución de la riqueza y del poder, y hacer todo lo anterior conjurando la posibilidad de un estallido social, un golpe militar o, lo más probable, una violenta desintegración nacional.

En el plano económico Marco Aurelio García, asesor directo de Lula explicaba: “Hoy en Brasil hay una discusión muy grande para saber en qué medida se estableció una ruptura entre la política (del gobierno) actual y la política precedente, sea en el ámbito económico, en el ámbito social o en el ámbito de la política externa. En el ámbito económico puedo asegurar que los aspectos de continuidad son en realidad una mera coincidencia. Resulta que nosotros fuimos obligados, en esos primeros meses del gobierno de Lula da Silva, a recurrir a una serie de herramientas más bien ortodoxas para hacer frente a la gravísima situación en que encontramos al país cuando empezó el gobierno del presidente Lula” … “El modelo económico que se quiere implantar es distinto de los dos últimos que han fracasado en el país… Lo que nosotros creemos hoy es que es posible desarrollar en el país un gran período de crecimiento con distribución del ingreso y con profundización y radicalización de la democracia y, obviamente, con un proceso de inserción soberana en el mundo. Esos son los ejes con que estamos trabajando”. En breve, según García, el actual régimen brasileño aspiraría a una suerte de “desarrollismo democrático, dinamizado por la satisfacción de la demanda social”.

El modelo brasileño de desarrollo tomó el camino del proteccionismo: el año 2010, una economía de 2 trillones de dólares exportó 201 mil millones (10% de su PIB) y importó solo 180 mil millones (9% de su PIB). Su apertura al comercio global fue de 19%, mucho menos que los otros países latinoamericanos y los Brics o que la media mundial que está entre un 23% y un 28%” (Chile y Perú tienen 50%). Eso significa que Brasil sigue teniendo una economía cerrada, orientada sobre todo a su mercado interno, que siempre es limitado, mientras que el internacional es infinito.

Brasil buscó dinamizar su industria nacional aumentando el consumo interno creando empleos estatales y subsidios para reducir la miseria. Hoy día, más de 60 millones de personas reciben la “Bolsa Familia” y otros programas de subsidios en dinero. “Bancarizó” a esas mismas personas, facilitando su acceso a los créditos de consumo, pero cuando llegaron al límite de endeudamiento, no pudieron seguir consumiendo ni pagar sus deudas.

El auge del crédito y el consumo obedeció, en parte, a los millones de nuevos empleos, los mejores salarios generados por la expansión económica y los altos precios internacionales de los minerales y productos agrícolas, que Brasil exporta en grandes cantidades. El real sobrevaluado frente al dólar volvió mucho más baratos los productos importados que los nacionales. La baja productividad de la industria brasileña, incapaz de competir en el mercado mundial, llevaron al crecimiento de las exportaciones cada vez más basadas en materias primas (70%) sostenido por el alto precio de los commodities en el mercado internacional, y al crecimiento de las importaciones de bienes de consumo mejores y más baratos que los de producción local, empujando a la “desindustrialización”.

Los análisis internos señalan que hoy día Brasil está en una situación de desaceleración económica que tiene múltiples causas, 1.- La desaceleración de China, su principal socio comercial. 2.- La competencia de los productos chinos en el mercado interno, especialmente entre los manufacturados, donde Brasil tiene una “baja competitividad en términos comparativos”. 3.- La carencia de infraestructura, una carga fiscal muy alta, los altos costos laborales, la muy baja inversión pública. 4.- El énfasis excesivo que se ha dado al tema del consumo, apostando a que la demanda estimularía las inversiones, lo que no se concretó.

A fines del año 2011 Brasil superó a Gran Bretaña y se convirtió en la quinta economía del mundo, lo que sumado al anuncio de que el desempleo había alcanzado su mínimo histórico mensual (5,2%) y que el salario mínimo aumentaría de 545 a 622 reales (de unos 300 a 340 dólares) llevó a que Brasil se proclamara y la prensa mundial confirmara que ese país estaba entrando al grupo de las grandes potencias. Pocas semanas después, el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE), reveló que durante todo el año 2011, debido a la crisis internacional, el país había crecido tan sólo un 2,7%, menos que las expectativas oficiales que proyectaban una expansión económica de alrededor de 3,5%, y muy lejos del crecimiento del 7,5% del 2010. El sector industrial cerró el año con un crecimiento de tan sólo 0,3% en relación con 2010, cuando se había expandido al 10,5%. El año 2011 siguió cayendo y para el 2012, las señales rondan cifras menores al 1,2 % de crecimiento y con una inflación en aumento.

En estos momentos la prioridad es estabilizar la economía. Esto implica tomar medidas políticamente impopulares: desacelerar el consumo. Lo señalado tiene un significado profundo: difícilmente el PT, sea bajo el mando de Rousseff o de Lula, pueda hacer un cambio profundo de orientación y por consiguiente no es razonable esperar cambios radicales en el actual estancamiento del crecimiento económico de Brasil.

La imagen de Brasil es mayor que su poder real en el mundo, su influencia real en el panorama internacional es menor en la práctica que lo que sugeriría su presencia mediática. La presencia global en economía, se mide en las exportaciones de materias primas, manufacturas y servicios, la exportación de productos energéticos y la inversión directa del país en el exterior.

Eso explicaría, por ejemplo, el poco peso de Chile en el índice global. Con una clasificación de un 18,9 respecto al valor 1.000 de Estados Unidos, Chile está a la altura de Nueva Zelanda y Colombia, en Chile hay indicadores económicos con valores absolutos muy altos, pero en términos relativos es pequeño. Nuestra economía es potente, pero el poder se mide en el impacto exterior. Así, en el área de economía lo que cuenta es el impacto de cada país en el exterior, no al revés. Para medir la influencia en defensa, se considera el número de tropas desplegadas en misión internacional y la capacidad de despliegue militar en el exterior. El índice también tiene en cuenta el número de inmigrantes recibidos y turistas. En el área de cultura mide la exportación de audiovisuales, la clasificación olímpica, los estudiantes extranjeros recibidos o las patentes registradas en el exterior. El total de estos elementos ponen a Brasil en un nivel de influencia internacional poco significativo, en todo caso menor que México.

Por ello el sueño de la integración sudamericana alrededor de Brasil se está diluyendo por exceso de ambición de liderazgo e intempestivos cambios que afectan a sus socios más cercanos. Brasil, en su actual estado de desarrollo económico, parece no tener ni los instrumentos ni las capacidades económicas para atraer a sus vecinos a su proyecto, carece también de la capacidad política y militar para forzarlos a seguirlo y por otra parte no abandona del todo la opción de seguir a los “estados chavistas” si es que eso satisface en mejor forma sus intereses económicos nacionales. Las ideas que inspiran al actual gobierno del PT y que difunde Marco Aurelio García, tienden a llevar los análisis y expectativas a regiones alejadas de la realidad, adonde no creo que debamos seguirlas, es mas creo que a Brasil le iría mejor alejándose de ellas. Pero eso es solo de su incumbencia.

 

Las cifras parecen indicar que el camino emprendido fue equivocado. Nada terrible, nada novedoso, la marcha de los países se mueve por ensayo y error, pero estos trastabillones y los niveles reales en que se mueve Brasil, en lo político, económico y social muestran que es un gran país en Sudamérica, pero que está lejos de ser el actor de categoría mundial que deba liderarnos en nuestra política diplomática, de seguridad  o comercial, y que junto a Perú, Colombia y México tenemos un mejor futuro como actores autónomos en el Pacífico.