Un reciente artículo de Fernando Henrique Cardozo bajo el título “Cambiar el rumbo de Brasil”, ofrece una visión de una alternativa que permite ser optimista, no solo respecto a su futuro sino también respecto al rol de su país en la región. Cardozo, de 82 años de edad, es un sociólogo, cientista político y profesor universitario. Como mandatario su gobierno aplicó políticas neoliberales y redujo la inflación hasta el 5%. Consiguió un importante aumento de la inversión extranjera. Tuvo dificultades para controlar el déficit fiscal y el comercial y la reducción del precio de las exportaciones y luego la crisis económica de Rusia afectaron severamente a la economía de Brasil y el crecimiento no fue el esperado. Se vio en la necesidad de devaluar la nueva moneda, el Real. La economía comenzaba a recuperarse cuando se produjeron elecciones presidenciales, en la que su candidato, José Serra, perdió a manos del Partido de los Trabajadores (PT) de Inacio “Lula” da Silva. Cardozo es considerado un líder intelectual de su país.
Él resume así su propuesta: «La política exterior brasileña debería abrirse al Pacífico, estrechar relaciones con Estados Unidos y Europa, establecer múltiples acuerdos comerciales, no temerle a la competencia y ayudar al país a prepararse para ella…».
Su diagnóstico se basa en las siguientes premisas: “El gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), sin decirlo, le apostó todas sus fichas a la «declinación del Occidente»: de la crisis surgiría una nueva situación de poder en la cual los países del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), el mundo árabe y lo que sería el antes llamado Tercer Mundo tendrían un papel destacado. Y Europa, abatida, haría contrapunto a un Estados Unidos menguante”.
“No es eso lo que está sucediendo: los estadounidenses salieron adelante … logrando además un fuerte arranque en la producción de energía barata”, “los próximos decenios serán de «coexistencia competitiva» entre los dos gigantes, Estados Unidos y China, con partes de Europa integradas en el sistema productivo estadounidense y con las potencias emergentes, como nosotros mismos, México, Sudáfrica y tantas otras, en busca de espacios de integración comercial y productiva para no perder relevancia”.
“Es obvio que la política exterior brasileña tendrá que cambiar de foco, abrirse al Pacífico, estrechar relaciones con Estados Unidos y Europa, establecer múltiples acuerdos comerciales, no temerle a la competencia y ayudar al país a prepararse para ella. Brasil tendrá que volver a asumir su papel en América Latina, hoy disminuido por el bolivarianismo prevaleciente en algunos países y por la Cuenca del Pacífico, con la cual debemos integrarnos, pues no puede ni debe ser vista como excluyente del Mercosur.
No debemos quedar aislados en nuestra propia región, vacilantes ante el bolivarianismo, abrazados a la irracionalidad de la política argentina -que ojalá se reduzca- y poco preparados para la embestida estadounidense en el Pacífico”.
Por su parte, Ricardo Lagos, ex Presidente de Chile y amigo personal de Cardozo, en un artículo aparecido en Agosto del 2012, expresa una posición muy similar: “Es necesario hacer un análisis más en profundidad. Y esto con dos afirmaciones previas: ni Brasil puede emprender su trayectoria global desligándose de su entorno, en especial con América del Sur, ni los países de la Alianza del Pacífico pueden construir una relación eficiente con el otro lado del océano sin expresar que también buscan ser puente de países como Brasil, Argentina y otros”… “el peso de Brasil es importante en el mundo por sí solo, pero lo es mucho más cuando el mundo ve a través de Brasil la expresión de un gran subcontinente como es América del Sur””.
“Pero también está la otra realidad: el siglo XXI es el siglo del Océano Pacífico. Allí están ahora las grandes corrientes del comercio mundial, los flujos financieros principales y los países de crecimiento más rápido. Aquí está el despertar de ese gigante que es China y un poco más atrás, la India. La historia muestra cómo el devenir de la humanidad se ha dado en torno de mares y océanos. Y ello ha favorecido a los países o puertos ribereños, pero siempre cuando entendieron que su sentido estratégico estaba en ser puerta de entrada, vínculo o puente con los que estaban más allá de esa geografía cercana al mar”.
Son diagnósticos y propuestas que comparto en gran medida ya que no solo darán profundidad estratégica y volumen comercial a Chile sino que también favorecerán el crecimiento y la estabilidad de Brasil y podría contribuir a su inserción en el contexto regional sudamericano en una forma positiva.
Por otra parte, el programa de gobierno de Bachelet se expresa en términos muy similares a los de Cardozo y Lagos y no podía ser de otra manera considerando la fuerte influencia de ambos sobre la intelectualidad de izquierda en Chile y Latinoamérica. Pero aquí hay una diferencia crítica: los dos primeros son políticos que plantean una alternativa de integración y participación regional en el Pacífico desde una perspectiva académica, especulativa; en cambio el programa de gobierno de Bachelet, se presume que señala una “estrategia” una “hoja de ruta”, una “secuencia de acciones para alcanzar un objetivo”, lo que exige la existencia de ciertas condiciones para que ellas sean factibles.
La primera condición es que Brasil abandone las políticas económicas que lo llevaron al fracaso y “cambie el foco” como lo señala Cardozo. Aun cuando hay fuertes críticas a la estrategia “antimperialista” del PT como la que publicó el editorial del periódico O Globo -«No se sabe hasta cuándo Brasilia estará pasiva, en nombre de un proyecto ideológico de montaje de una barrera en América latina contra el «imperialismo yanqui», un delirio. Al final, Juan Domingo Perón y Getulio Vargas lo intentaron, en la década del 50, y no dio resultado»-, lo más probable, desgraciadamente, es que las próximas elecciones las gane Dilma Rousseff y que las políticas económicas brasileñas cambien poco o nada.
Una segunda condición es que Brasil abandone toda pretensión de incorporarse a la Alianza del Pacífico a la cabeza de Mercosur. Esta es una solicitud inadmisible. La Alianza del Pacífico rechazó el ingreso de Mercosur pero dejó abierta la puerta para que “los países que integran Mercosur” se incorporaran individualmente. Brasil y México ciertamente son las mayores economías de América Latina, pero ningunos nde los dos puede pretender tener súbditos sometidos a su voluntad. Pueden aspirar a tener socios, respecto a los cuales cooperar y liderar, pero siempre en un esquema de respeto mutuo. Algunos brasileros entienden el problema: “O Estado de S. Paulo anticipó que Rousseff recibirá un pliego de recomendaciones para negociar con la Alianza del Pacífico, y para reformular el Mercosur, eliminando el arancel externo común y permitiendo a cada socio la estrategia que considere más ventajosa”, pero también hay políticos brasileños como el inefable Marco Aurelio García, que no parecen entender la diferencia.
En los organismos del Pacifico los compromisos son libremente adquiridos y son para conseguir fines específicos que interesan por igual a todas y cada una de las partes involucradas. Los acuerdos no se toman por mayorías sino por consensos y no van más allá de los propósitos establecidos en cada acuerdo, sin ampliarse a la intervención en los asuntos internos de los estados miembros. Es uno de los grandes valores asiáticos que permite la cooperación entre países diferentes en tamaño, poder y regímenes políticos que los chilenos hemos aprendido a respetar. La base de las organizaciones del Pacífico es que los que participan lo hacen como “países” y no llegan como “grupo” y menos algún país llega como “líder de un grupo”, como es la forma con que Brasil pretende asegurar su preeminencia y poder. Los “Building Blocks” acá no corren.
Brasil y Argentina deben también hacer abandono de su idea de «Sudamérica» como un concepto internacional predominante por sobre el de «América Latina». Esta clasificación, que aspira al aislamiento de México, es la premisa a partir de la cual Brasil intenta armar su liderazgo regional. Ahora, a través de la Alianza del Pacífico, México vuelve para quedarse y si puede no ser bueno para Brasil, claramente aumenta el peso de la región en su conjunto.
El colapso de los proyectos populistas, en su versión chavista en Venezuela, petista en Brasil y del “modelo K” en Argentina, abren paso a una posibilidad que puede ir armándose y adquiriendo solidez en los próximos años. El mensaje de Cardozo es particularmente esperanzador, pero no es el único, en Argentina también han surgido análisis similares a los de Cardozo y proyectos nacionales en esa misma línea.
Pero por ahora son solo deseos, cuando esos grupos políticos alcancen el poder y adopten las conductas correspondientes, será hora de hablar en serio sobre su incorporación a la Alianza del Pacífico.
Por ahora nuestra política exterior debe tratar con las situaciones como son.