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EEUU – CHINA: LA ESTRATEGIA QUE FALLÓ

Hace más de un siglo el filosofo social británico John Hobson, en el contexto tecnológico de la primera revolución industrial, propuso que si las potencias de occidente se abstenían de sostener guerras entre ellas, podrían unirse en un proyecto económico mundial común, explotando a Asia en general y a China en particular.

Proponía que los países occidentales -en acuerdo con sus respectivas clases trabajadoras- podían transferir las empresas manufactureras desde Europa a Asia y sacar provecho de la empobrecida población oriental.

La explotación masiva de la mano de obra barata permitiría -mediante la creación de una extensa “sociedad de bienestar” -transformar a la Clase Obrera occidental en “rentistas” que gozaran de un amplio flujo de bienes baratos hechos en China, clase que además no estaría interesada en hacer revoluciones, ya que siempre estaría pendiendo sobre ella la amenaza de ser reemplazados por un “ejército de mercenarios amarillos”.

Hobson visualizaba una clase global y transnacional de grandes inversionistas y empresarios occidentales; secundada por una clase de administradores y gerentes globalizados, también occidentales, comprometidos con las industrias globales; auxiliada localmente por gerentes y capataces nacionales y por último una gran masa de sirvientes y prestadores de servicios personales -jardineros, nanas, actores, artesanos, peluqueros, masajistas, periodistas etc- conformada por los miembros de las clases media y trabajadora occidental que perdería sus puestos de trabajo en la industria manufacturera, ahora desplazada a Asia.

Como vemos, hasta hace poco el sistema financiero, económico, social y productivo internacional parecía estar, mas o menos, avanzando según la propuesta de Hobson.

Hasta hace algunos años, esta propuesta parecía haber estado materializándose -con algunos cambios- principalmente uno mediante el cual, en la “actual economía del conocimiento” controlada por occidente, el sistema transnacional occidental debería proveer trabajos nacionales livianos y rentables a sus trabajadores occidentales para compensar la pérdida de puestos de trabajo derivados de la “desindustrialización”.

Con este cambio se esperaba ayudar a reducir el desempleo y a amortiguar la degradación del estatus social a parte de las clases media y obrera en los estados desarrollados, para asegurar el nivel de paz social necesario para dar estabilidad al sistema.

Pero no todo iba bien, ya antes de la crisis económica -entre el 2008 y el 2012-, el orden liberal de la Pos Guerra Fría estaba crujiendo.

La elección el 2017 del populista Trump en EEUU, reflejó la insatisfacción activa de sus clases trabajadora y media; el sistema de bienestar estaba muy bajo las expectativas de sus beneficiarios y eso no los hacía felices. El efecto disolvente de su política exterior imprevisible generó movimientos que debilitaron el sistema de alianzas y acuerdos que sustentaban el sistema internacional basado en reglas, y por otro lado, el rápido avance tecnológico, económico y militar de China llevó a la creación de un vacío diplomático mundial y desconfianza hacia su gobierno.

Xi Jinping por su parte, precipitó diversos desafíos estratégicos a EEUU embarcádose en una campaña activa y provocativa en diversas partes del mundo, incluyendo países de nuestra región.

En EEUU, la pandemia, su origen y su desarrollo, agudizó la animadversión hacia China y la desconfianza en su forma de hacer política. La decisión norteamericana de restringir la inversión de capitales de sus fondos de pensiones, de adquirir bonos del Tesoro de EEUU y otras trabas financieras hacia China no contribuyó a relajar el ambiente.

El deterioro de las relaciones entre China – EEUU no llegan aun a las que existían en el mundo de los años ´30, pero se están acercando.

La administración Biden posiblemente actuará en forma más convencional, pero no muy diferente. Como sea, la relación entre ambos países parece ser cada dia más confrontacional, sin perjuicio de que en China haya un debate interno sobre la eventual conveniencia de reducir la asertividad y la confrontación y priorizar el desarrollo económico y el avance en reformas sociales y políticas. Estos temas no se resolverán antes del 20º Congreso del PC Chino, el año 2022.

Así, el sistema internacional parece moverse más hacia la bipolaridad que hacia la multipolaridad y más hacia la competencia que hacia la cooperación.

La globalización neoliberal a la Hobson pareció posible sólo durante las primeras décadas posteriores al fin de la Guerra Fría, en que EEUU era la superpotencia única, sin competidor alguno.

Durante los´90, EEUU, junto a Europa, Japón, Corea del Sur y Taiwán funcionaron como el bloque capitalista de Hobson e iniciaron el traslado de su sector manufacturero a China, aportando los capitales, la gestión, la tecnología y sus mercados globales.

Este esquema parece estar llegando a su fin durante el segundo decenio del siglo XXI.

En honor a Hobson, es preciso reconocer que identificó el peligro de que China superara su período de dependencia, asimilando la tecnología y gestión occidental; encontrara sus propias fuentes de recursos naturales; restableciera su independencia económica; cerrara su mercado a occidente; encontrara sus propias fuentes de capital financiero y surgiera como un gran y eficiente competidor en los mercados occidentes, obligándolos a refugiarse en el proteccionismo.

En la era pos Trump que se inicia, en EEUU se consolida un consenso bipartidista, militar, académico y periodístico de que China se ha transformado en una amenaza  vital para los EEUU, en lo económico y lo estratégico. Que la política hacia China ha fracasado y que EEUU necesita una estrategia de contención mucho más dura, ya que China ha emergido como el mayor peligro durante varias de las décadas por venir y que la competencia con ese país será más impredecible, larga y costosa que la sostenida contra la Unión Soviética. 

Se puede prever una relación que alterne la confrontación con la disuasión, en la cual la opinión pública norteamerica cerrará filas en torno a una postura más dura hacia China y sus aliados y amigos, en parte en la creencia de que China ha abusado de la confianza y buena fe de los EEUU obligando a las empresas que han invertido en su país a transferir la tecnología; que ha robado patentes y técnicas productivas y levantado barreras formales e informales a las empresas occidentales.

Los opositores o “desenganchados” de estos sentimientos serán los grandes empresarios globalizado occidentales para los cuales un mercado es eso, solo un mercado, sin ulteriores consideraciones geopolíticas, sociales, culturales ni de seguridad. Sus grandes inversiones en China podrían ser abandonadas, pero de sus ruinas surgiría una capacidad manufacturera nacional china, capaz de reducir significativamente sus ahora amplios márgenes de ganancias.

Considerando el veloz incremento y expansión de la automatización; la robótica; las comunicaciones; el transporte; la inteligencia artificial y el avance tecnológico en general, el panorama no se ve ausente de crisis ni pronto el eventual retorno de la industria manufacturera a los EEUU o Europa, menos aun la mejoría sustancial de las condiciones sociales de las clases trabajadora y media de esos países, que enfrentarán un número creciente de personas desocupadas e inocupables, que se suman a la inmigración cada día más difícil de contener.

Todo este conjunto de desafíos, desajustes, reajustes y cambios son la base de una intensa inestabilidad mundial a la cual no podremos escapar, aunque insistamos en comportarnos como si creyéramos ser una sociedad autónoma.

Seremos forzados a tomar partido y nuestra nueva posición en la economía global podrá ubicarse entre amplios márgenes: desde proveedores de productos y servicios de alto valor agregado, hasta el de modestos peones agrícolas y proveedores de espectáculos folklóricos pintorescos; siempre con un desempleo estructural brutal en las clases media y trabajadora.

Esta segunda Guerra Fría, para Chile será mucho más intensa que la primera