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Chile y Bolivia – Política de Estado

La Asamblea de Naciones Unidas, se reunió a comienzos de la presente semana en Nueva York donde Evo Morales volvió a expedirse sobre varios tópicos. Previo los insultos de rigor a nuestro país, a nuestro gobierno y a sus diplomáticos, recordó que Bolivia acudió a la Corte Internacional de Justicia para que obligue a Chile a negociar de manera “oportuna, efectiva y de buena fe” un acceso soberano al mar para Bolivia. Propuso la creación de un “tribunal de los pueblos” para juzgar a Barak Obama por “delitos de lesa humanidad” y exigió el traslado de la sede de las Naciones Unidas “a cualquier otro país del globo”. En breve, el tipo sigue comportándose como si el mundo fuera El Alto y sus habitantes tuvieran toda la paciencia del mundo para escuchar sus payasadas.

Pero hay mucho más. Evo Morales no es “Bolivia”, es solo un presidente más y Bolivia es nuestro vecino y lo será hasta el fin de los tiempos. Bolivia actual es un estado rudimentario y sus instituciones funcionalmente inexistentes, pero esto no será así para siempre y en el intertanto, debemos mantener una relación civilizada con ese país y con quienes lo gobiernen. Las políticas de Chile han variado a lo largo del tiempo desorientando a nuestros interlocutores bolivianos y dando pié a su creencia en curiosos “derechos expectaticios”.

Parece fundamental acordar una política de estado que establezca con claridad que queremos y como actuaremos en nuestra relación con ese país. A continuación les someto algunas ideas para enfrentar, en el largo plazo, este incordio.

En términos generales caben tres posibles alternativas de relacionamiento con Bolivia:

Ignorarla: Esta opción implica dos pérdidas: no beneficiarse del potencial de comercio e inversión existente en ese país y privar a la I y II regiones de la actividad económica transfronteriza que le puede aportar dinamismo y ganancias. Implica también el peligro de que el problema de la droga; la delincuencia; el terrorismo;  el tráfico de armas y el desgobierno terminen traspasándose a Chile, más allá de todas las barreras que interpongamos.

Debilitarla: Esta opción incluye apoyar las fuerzas centrífugas que existen en ese país y contribuir a su desmembramiento nacional. Esta alternativa apuntaría a establecer una relación positiva con la región sur de Bolivia donde existen algunas posibilidades de cooperación. Existe el grave riesgo de que se instale, en el corazón de Sudamérica una zona de inestabilidad y anarquía permanente.

Cooperación e integración: Parece ser la opción más conveniente, ya que es la que avanza más rápida y seguramente hacia la promoción de nuestros intereses nacionales, la que parece menos difícil de conseguir y la más ética.

Una política de Estado

Chile requiere objetivos de largo plazo, estables, acompañados de la constante revisión de sus objetivos de mediano y corto plazo y del empleo de sus recursos de poder.

¿Qué queremos en Bolivia?

En Chile no existe la intención de imponer un diseño geopolítico, ideológico o hegemónico a Bolivia. Chile tiene en ese país intereses concretos que derivan principalmente de la vitalidad económica y empresarial de nuestra sociedad y de sus necesidades de desarrollo, a nivel nacional y de dos regiones específicas, y como se señaló la mejor vía para lograrlo pasa por la cooperación e integración.

¿Cuál es entonces el “estado final deseado?, ¿La situación final que deseamos establecer y mantener respecto a Bolivia en el largo plazo?.

Esa situación podemos caracterizarla como de “Amigos y Socios en el desarrollo y la modernidad”, es decir una situación en que Bolivia sea un estado democrático, bien estructurado, con instituciones sólidas, en pleno control de su territorio, con participación activa en la Cuenca del Pacífico, con valores sociales y políticos compatibles con los nuestros, próspero y amistoso hacia Chile. Una Bolivia en la cual los chilenos puedan hacer negocios y viceversa en una forma fluida, que haya una fuerte corriente de intercambio y cooperación política, social, educacional y de seguridad.

Alcanzada esta situación, la aspiración marítima boliviana posiblemente podrá seguir existiendo, pero en un marco de interdependencia económica y de sintonía política que permitirá buscar y encontrar un acuerdo que entonces si podría ser factible y duradero. Este acuerdo deberá ser mutuamente conveniente, y conllevar un beneficio evidente para ambas partes, lo que en el caso de Chile no puede ser algo como “el gas”, necesidad coyuntural no comparable a algo permanente como “el territorio”, y sobre la base de que Bolivia tiene una “aspiración marítima” y no “un derecho al mar”.

Para considerar el diseño de una estrategia es necesaria la identificación de los objetivos sobre los cuales es necesario establecer un grado de influencia que permita el avance hacia el “estado final deseado” sin obstrucciones graves.

 

Objetivos y líneas estratégicas

Favorecer la toma del control político y económico de Bolivia por parte de un grupo social con intereses y valores compatibles con los nuestros. Por lo señalado anteriormente, esto pasa por establecer alianza con la clase media emergente, facilitando, apoyando y reconociendo el avance de este grupo político y socio económico.

Reducir la conflictividad de la elite actualmente dirigente: esto transita por cooptar a la elite dirigente de la Paz, apoyándonos en su interés en modernizar y desarrollar la economía boliviana. Apoyar y cooperar en el ámbito económico con la elite dirigente del Sur de Bolivia. Reconociendo sus diferencias con la Paz, apoyando su desarrollo y fortaleciendo los intereses comunes, políticos y económicos.

Construir puentes de cooperación directa con los grupos indígenas y sus organizaciones, contribuyendo a su desarrollo económico y social en el nivel comunitario e individual. Reemplazar en la relación, una percepción de egoísmo y autobeneficio de Chile, por otra de generosidad y beneficio mutuo. Identificando y destacando objetivos intermedios comunes: Lucha contra el narcotráfico, reducción de la pobreza, difusión de la educación, promoción de la salud, mejorar las condiciones de habitabilidad.

Proyectando nuestro progreso nacional como una oportunidad para compartir nuestros logros y capacidades: Acceso de su economía a la Cuenca del Pacífico, a los beneficios que entregue la Alianza del Pacífico, apoyo a su ingreso a TPP y apoyo a sus negociaciones de tratados comerciales. Favorecer la modernización del sistema político boliviano, y propender a su estabilidad política alrededor de un sistema económico de libre mercado.

Recursos de poder

Para obtener los objetivos señalados Chile cuenta con recursos de poder de diverso tipo: Clase media amplia, establecida y que comparte el poder económico, que ejerce el poder político a través de partidos políticos sólidos y bien organizados. Clase empresarial emprendedora. Política económica que funciona y genera crecientes beneficios sociales. Sistema educacional privado y público de buena calidad, interesado en la cooperación internacional. Una red amplia y cooperativa de organizaciones académicas. Fuerza militar efectivamente disuasiva. Amplia gama de organizaciones de la sociedad civil con práctica y experiencia en la materialización de acciones de solidaridad social.

Consideraciones Finales

Para la existencia de una política de Estado frente a Bolivia es fundamental identificar objetivos de largo plazo y dar orientación y coherencia a los objetivos y las estrategias de mediano y corto plazo.

La proposición de soluciones a la aspiración marítima de Bolivia, inspiradas en el manejo de crisis coyunturales, solo lleva a complicar el tema sin resolverlo, y genera expectativas imposibles de satisfacer por parte de Chile sin vulnerar gravemente sus propios intereses nacionales.

Los aspectos críticos de nuestra relación con Bolivia son políticos,- la ausencia de interlocutores válidos en ese país,- y cultural,- la incapacidad de comunicarnos eficientemente -. Chile no puede resolver esos déficits por si solo, requiere que ocurra un cambio en Bolivia.

Está de moda que los débiles tengan más derechos que los fuertes. Pero las cosas tienen límites, Bolivia no puede pretender prolongar la extraña situación de pretender negociar con Chile y no tener relaciones diplomáticas. Esta es una condición sine que non.

Este asunto, ¿interesará para algo a algún candidato Presidencial?. Lo dudo.

La Derecha y el Mundo Militar

Entendiendo como “Mundo Militar” al conjunto de militares en retiro -oficiales y suboficiales- organizados en varias estructuras; a sus familias y a las personas y grupos que se relacionan con ellos y sobre los cuales éstos ejercen influencia o atracción. La relación entre la derecha y el «mundo militar» es un tema sobre el cual existen estereotipos que pocas veces son sometidos a análisis y cuestionamiento.

Desde un punto de vista sociológico, el mundo militar es una parte de la elite social, entendida ésta como un conjunto de individuos o grupos que ocupan posiciones de autoridad y ejercen influencia por cuanto poseen determinadas características que son valoradas socialmente. La capa superior de la sociedad la conforma la “elite gobernante” bajo la cual se sitúa una “elite no gobernante”. Los militares se encuentran en este segundo nivel. Para que cumplan su función, es fundamental que se sientan comprometidos con la elite gobernante, lo que requiere conocimiento y confianza mutua.

La organización militar chilena -desde su fundación por O´Higgins- fue una elite “abierta”, es decir accesible a cualquier persona que compartiera sus valores y doctrinas, tanto es así que en Chile, particularmente durante el siglo XX, se constituyó en uno de los mecanismos de movilidad social más eficaces, en particular para la clase baja en su avance hacia la clase media; para el movimiento del pueblo desde el campo hacia las zonas urbanas y de educación para los sectores más pobres de la sociedad.

Desde fines del siglo XIX este rol de movilidad social de la organización militar se acentuó, lo que sumado a sus tradicionales bajas rentas les ganó el desprecio de la aristocracia nacional y su apelativo de “siúticos” y “medio pelo” más aún a partir de los años ´30 del siglo XX en que su apoyo a las reformas sociales los terminó de alejar de la derecha. Este desprecio fue mutuo, ya que el contacto frecuente de la generalidad de los militares con la aristocracia provinciana, y de sus mandos con la aristocracia santiaguina, les mostró una clase anticuada, prejuiciosa y con una visión de mundo obsoleta y simple.

La asunción del gobierno de la Unidad Popular se encontró con el mundo militar cercano al partido mesocrático -la Democracia Cristiana- ; alejados de la Derecha por las razones expuestas, y profundamente anticomunista y antimarxista por su contacto generalmente conflictivo con esos partidos; en parte consecuencia del antimilitarismo ideológico de la izquierda y por el antagonismo generado por el empleo político de los militares para el control de huelgas y conflictos laborales. Era un choque de culturas entre un grupo tradicionalista, nacionalista y de clase media, con los partidos revolucionarios con una visión internacionalista y una vocación proletaria, exacerbada por la Guerra Fría y la nueva versión del socialismo castrista militarizado.

La “agudización de las contradicciones” por parte de la UP y otros movimientos de izquierda -como el MIR- que la entendían como motor de la revolución, agravó este antagonismo, pese a los esfuerzos de Allende por atraerlos en su apoyo. En este  proceso se fue produciendo la convergencia de la DC, los partidos de derecha y el mundo militar, y su agrupamiento en torno a un conjunto de valores democráticos occidentales y representativos de las clases medias, a los que la derecha adhirió con el fervor de alguien que se ahoga. El único punto de unión real era solo el sentirse igualmente atacados por la UP.

Se produjo así una alianza en que los militares actuaban en función de valores que representaban a la clase media –la generalidad de los chilenos- y con el propósito de “salvar a la república”; la DC –nunca amiga de los militares- envuelta en una lucha ideológica a muerte con el marxismo, necesitaba todos los apoyos que pudiera conseguir para derrocar a la UP, y la Derecha, articulada en torno a la defensa de su estilo de vida tradicional, de sus negocios, empresas y propiedades agrícolas, intereses que, por esta vez, convergían con los de los otros dos actores principales: los militares y el grueso del partido mesocrático.

A poco andar después del “11”, la DC se alejó del Gobierno Militar y éstos quedaron en el gobierno en compañía de la derecha, comprometidos en un programa político y económico compartido intensamente, pero por diferentes razones: los militares pensaban que era positivo para Chile y la derecha lo promovía porque “además” de ser positivo para Chile, lo era para sus intereses -y también lo fue-.

Sobre estas interpretaciones se construyó una presunta alianza. Pero en el fondo la diferencia sociológica de base se mantenía. Rosario Guzmán, hermana del asesinado senador Jaime Guzmán lo señala con crudeza: “(Jaime) supo que (ciertos próceres aristocráticos) lo despreciaban porque él nunca miró en menos a los militares. Entendía que la lógica y formación militares son diametralmente diferentes a los del mundo civil, pero él no se sentía superior a ellos ni les parecía justo haberlos utilizado para que pusieran orden en medio del caos y luego abandonarlos a su suerte y hacerles la desconocida”. Asi, en la misma medida que la distancia entre los valores de unos y los intereses de otros crecían, aumentaba la distancia entre los militares y la derecha. Durante veinte años la derecha esgrimió su condición de minoría parlamentaria como excusa para no hacer nada, y cada vez en forma más abierta destacó como la memoria del Gobierno Militar debilitaba su postura política y abría flancos para la defensa de sus intereses político – partidistas y económicos. El mundo militar debía callarse y agradecer que no les pegaran más de lo que ya estaban recibiendo.

Así las cosas llegó el gobierno de Piñera quien en su campaña electoral se comprometió a que se haría justicia con los militares prisioneros. Sin ser requerido, prometió:“En nuestro gobierno vamos a velar para que la justicia se aplique a todos los ciudadanos de nuestro país, incluyendo por supuesto a las personas que están en servicio activo o en retiro de nuestras Fuerzas Armadas y de Orden, sin arbitrariedades, en forma oportuna y sin mantener procesos eternos que nunca terminan, respetando garantías fundamentales como es el debido proceso, como es la presunción de inocencia y como es también la imparcialidad del tribunal que debe juzgar los casos, y también la aplicación correcta de acuerdo a nuestra legislación y de los tratados internacionales del principio de prescripción de los delitos”.

A semanas de asumir el cargo, se negó a conceder a los militares prisioneros los beneficios carcelarios que se les concedían a los criminales comunes y que le habían sido dados a todos los violentistas de la izquierda, incluidos los condenados por crímenes cometidos después del Gobierno Militar. El Ministerio de Justicia con Felipe Bulnes primero y luego con Teodoro Ribera, endureció las condiciones de los prisioneros, el número de procesados aumentó en forma exponencial y se incrementó el número de persecutores, sumando nuevos abogados y manteniendo a los que dejaron los gobiernos de la Concertación. Claramente las promesas electorales no significaban nada para quien las firmó.

El shock más fuerte fue su manejo de la Defensa: la designación de un ex ministro DC, Jaime Ravinet, quien llegó a continuar su agenda personal tal como lo había hecho en su desempeño ministerial durante la Concertación, y luego la designación de Allamand, acompañado de un grupo de jóvenes de la fronda aristocrática, encabezados por su jefe de gabinete, Eduardo Riquelme, que no perdió oportunidad de ofender, pasar a llevar y manifestar su desprecio a cuanto general pasó por su oficina. Allamand llegó a limpiar “los establos de Augías” de la corrupción, a poner orden y a mostrar su autoridad y “liderazgo”, y sobre todo a promover su candidatura presidencial. El broche de oro lo puso Piñera en persona con su abrupta descalificación de buena parte de los miembros de su Alianza de gobierno como “cómplices” del Gobierno Militar.

La situación actual es la previa al 11 de septiembre de 1973, los militares y la derecha no tienen nada en común. Los primeros tratando de regirse por principios y por los intereses nacionales, los segundos manejándose por conveniencias e intereses sectoriales. Ocasionalmente ambos podrán coincidir, pero será solo un accidente, no el motivo de una relación de fondo. No existe apoyo automático de uno hacia el otro y no hay afectio societatis de ninguna especie. Ambos grupos tiene diferentes visiones de mundo respecto a Chile.

La mejor muestra de lo dicho es un diálogo entre un conspicuo parlamentario de la UDI y la señora de un militar en retiro, en una reunión convocada por el primero en el Congreso en que el político, algo molesto ya que sus candidatos no estaba encontrando eco en el mundo militar, manifiesta: – “Tienen que apoyarnos para que la Concertación no logre una gran mayoría parlamentaria”; – “Se equivoca, no votaremos por ustedes. No nos representan”; … -cara de sorpresa … -“Si, mientras nuestros maridos arriesgaban sus vidas, ustedes se enriquecían y cuando hubo que defenderlos, ustedes los abandonaron”.

La Derecha parece creer, por motivos inexplicables, que los militares están “amarrados” a votar por ella, que no tienen libertad política. No asimilan que el presidente y su grupo «quemó las naves». Se trata de que “la Nueva Derecha” nuevamente está tratando de repetir su juego de 1891 y 1925. Las consecuencias serán, obviamente de su responsabilidad.

Para mal de males, “los militares” han adquirido conciencia del poder que les da disponer de un gran número de adherentes disciplinados capaces de organizarse para hacer sentir su peso electoral.

Varios miles de votos: los que le faltaron a Allamand en las primarias y que le seguirán faltando a la «nueva derecha», que se reparte a los votantes como si fueran monos amaestrados.