ISRAEL EN EL LÍMITE

Fernando Thauby

Melosilla, 5 de enero de 2024.

Durante la segunda mitad del siglo XX, en Europa Central y Oriental los nacionalismos étnicos fueron fortaleciéndose y activándose y, como ha sido frecuente, en algunos países tomó un carácter antisemita que potenció el naciente sionismo, un movimiento anterior a la segunda guerra mundial, que promovía la instalación de los judíos étnicos en Palestina.

Estas ideas y acciones encontraron un abono potente en el recuerdo alimentado incesantemente por los judíos respecto a lo sufrido en el Holocausto a manos del nacismo alemán y francés y en los compromisos y promesas hechos por las potencias occidentales, particularmente Gran Bretaña, durante dicha guerra.

El abandono de Palestina, a escape, de las fuerzas militares británicas, dejó el campo abierto a los sionistas para ocupar el vacío de poder que se produjo, lo que mediante el apoyo más o menos encubierto de Francia y los EEUU, les permitió emprender una ofensiva que barrió con la resistencia de palestinos, jordanos, sirios y egipcios y hacerse de un espacio de territorio bajo su control.

La violencia internacional vivida durante la Segunda Guerra Mundial, su continuación en el proceso de descolonización en Medio Oriente, Africa y Lejano Oriente, el proceso de reducción del poder militar y político de las potencias europeas y su relevo por los vencedores en ella, los norteamericanos y soviéticos, creó un ambiente internacional adecuado para que se validara moral, política y militarmente el uso de la agresión y la violencia.

La falta de realismo de los líderes árabes hizo el resto, y así, nació Israel y los palestinos fueron expulsados de su país, hacia Jordania, Egipto y Gaza.

La definición «racial» del pueblo judío era muy común entre los primeros dirigentes y militantes sionistas, tanto de derecha como socialistas. Esta definición fue puesta en duda por los que sostenían que siendo el judaísmo una religión, alegar la existencia de una “raza judía” era tan probable como la existencia de una “raza musulmana” o “católica”. Desde la perspectiva científica, no se sabe de comprobaciones de esta propuesta.

  A falta de la base racial, surgió el proyecto “nacionalista étnico” que encuentra su pegamento en la base religiosa, rabínica. Israel se construye como una sociedad confesional en que judíos ateos y religiosos aceptan convivir bajo las reglas religiosas en que las demás minorías y los extranjeros no judíos, pasan a ser ciudadanos de segunda clase.

Este estado étnico y religioso no deja espacio vivible para los palestinos que quedaron atrapados o insistieron en permanecer en sus territorios ancestrales. La alianza política entre la extrema derecha y la jerarquía rabínica adquirió y mantiene un control incontestable por otras tendencias políticas, en Israel. El eterno gobierno de Benjamín Netanyahu (desde 1996 a 1999, desde 2009 a 2021 y de 2022 hasta el presente) y su tendencia insaciable a tratar de controlarlo todo, así lo confirma.

El proyecto étnico de un estado nacionalista judío se ha demostrado incapaz de sobrevivir sin el uso constante y indiscriminado de la violencia armada contra la población palestina, en y próxima, al territorio ocupado por Israel.

Las condiciones internacionales creadas y mantenidas por más de medio siglo por la Guerra Fría y la competencia entre EEUU y la Unión Soviética les dio un margen de libertad de acción muy amplio, que les permitió hacer caso omiso de la opinión pública internacional, incluida la norteamericana. Eso llegó a su fin y el valor político y estratégico de Israel va en descenso. Sus límites se confirman con la creciente prisa de Netanyahu y sus extremistas en consolidar su Estado expulsando a los palestinos que aún permanecen en los territorios ocupados. Pero el ambiente internacional es otro, muy distinto. Sin entrar en detalles basta recordar la situación actual de China e Irán.

Pareciera que los excesos de Netanyahu y su gobierno teocrático han cruzado líneas desde las cuales es difícil regresar. Las simpatías automáticas hacia las acciones judías ya encuentran rechazo y disgusto.

Lo más grave es que la ciudadanía israelí, en su justa rabia ante una agresión cruel y despiadada de los terroristas de Hamas, parece haber potenciado su intransigencia y extremismo, justo cuando la única salida razonable era la opuesta: la negociación y el acuerdo.

Para verdades, el tiempo.