PUEBLO, DERECHOS HUMANOS, DELINCUENCIA, PASIÓN,
GOBIERNO, POLICÍAS Y MILITARES.
El tema que abordaré es altamente debatible, pero casi no se debate. Pareciera que nadie quiere cuestionar el estatus quo: no los políticos y tampoco los militares. Los académicos suelen estar alineados con alguno de los dos bandos anteriores.
Por lo señalado, comenzaré con una breve crítica a un autor clásico de la modernidad y hasta hace poco, plenamente vigente, Morris Janowitz[1].
“La guerra, ¿puede ser considerada un caso especial de la teoría general de los conflictos sociales?”. Janowitz sostiene que hay diferencias insalvables: Primero, en la segunda mitad del siglo XX la guerra es una clase de conflicto “especial” ya que son luchas exclusivamente entre estados – naciones. Las guerras entre los “imperios” y los grupos políticos revolucionarios independentistas concluyeron en la formación de nuevos estados-naciones, potencialmente nuevos estados contendores belicosos. Segundo, la guerra se diferencia de otros conflictos sociales en que la actividad guerrera constituye una ocupación altamente profesionalizada y especializada: el soldado profesional. Tercero, la determinación del tránsito de la condición de paz a guerra está determinada por una forma de cálculos que no existen en otros conflictos. La prolongación de la paz no lleva necesariamente a su continuación y fortalecimiento sino que incrementa la incertidumbre y potencia “la anticipación” en el inicio de las acciones bélicas”.
Los modelos de “equilibrio simple”, no son aplicables y la apreciación de los esfuerzos voluntaristas y los cálculos de las élites son más apropiados y esclarecedores de la probable evolución “normal” de las situaciones.
“Otro aspecto relevante es que “el desarrollo de nuevas tecnologías en el largo plazo requiere de la profesionalización de las elites militares, en que las FFAA toman un aspecto mas parecido a las organizaciones de gobierno o de negocios”.
Creo que la tesis de Janowitz ha perdido buena parte de su validez o, por lo menos, es muy discutible.
Otro referente inevitable respecto al fenómeno bélico es la obra de Carl von Clausewitz[2]. Durante el tiempo transcurrido entre su publicación hasta el fin de la II Guerra Mundial y más claramente hasta fines del siglo XX, pareció que su libro era la Teoría General de la Guerra, final y definitiva. Sin embargo, desde el comienzo y sin que invalidara su teoría, aparecieron críticas y planteamientos de insuficiencias, las primeras fueron a raíz de la guerra del pueblo de España contra Napoleón; siguieron las guerras “limitadas” entre imperios coloniales y luego las Grandes Guerras Mundiales, la I y la II que en los análisis ex post, parecieron confirmar los aspectos más clásicos de su teoría. Sin embargo, su epílogo, con el empleo del arma atómica y luego las guerras de la descolonización, la más significativa la Guerra de Vietnam, en que las FFAA norteamericanos nunca tuvieron claro que es lo que quería su Gobierno y fueron derrotadas después de sufrir 60.000 bajas, abrieron paso a una profunda reflexión.
Después de este drama, Clausewitz fue llevado de regreso a las Academias militares de los EEUU, pero poco a poco, la pugna político partidista y las características de las nuevas formas de guerra que surgieron, fueron desvirtuando esta propuesta hasta llegar al fracaso inaudito de EEUU y Europa en su Guerra contra el Terrorismo, que tuvo su punto de inflexión en Afganistán en que las fuerzas de los EEUU y de varios países de Europa huyeron, cansadas de las bajas, en una guerra sin objetivo político y sin objetivos estratégicos, más allá de matar a Bin Laden y castigar a los talibanes. Las guerras en Afganistán, en Siria, en Armenia, en Palestina, en Ucrania parecen señalar que las guerras protagonizadas por estados “des-estructurados” que no coinciden con el formato tradicional de estado decimonónico, son cada vez más frecuentes y difíciles de entender.
La valoración de la teoría de Clausewitz, a mi juicio, se ha reducido entre algunos políticos, académicos y militares debido a una interpretación carente de la flexibilidad necesaria para incorporar el desarrollo y evolución habida en las sociedades en el último siglo. En efecto, al considerar la trilogía, Gobierno, Pueblo y Ejército, podemos comprobar que si bien para Clausewitz los tres elementos son fundamentales y están siempre presente, el marco que permite iniciar y concluir las guerras, está dado por el Gobierno y el Ejército, dejando al Pueblo como elemento fundamental en su duración, persistencia e intensidad.
Por otra parte, los estados se han venido depreciando constantemente, las personas tienen mayores niveles de educación, de exigencias, de autonomía, su crítica hace que los estados -en especial los democráticos- sean cuestionados en forma constante -y a veces afectando directamente a sus procesos de toma de decisiones- por movimientos de opinión pública que se transforman en presiones políticas.
Los medios de comunicación social masiva permiten la existencia de “corrientes de opinión” al margen del control estatal y que llegan a influenciar y determinar su comportamiento. Muchas veces las decisiones de sus dirigentes y de las instituciones tradicionalmente dirigentes, son sobrepasadas por el Pueblo expresándose en forma instantánea, voluble y a veces violenta.
Por otra parte, el factor Militar ha tenido variaciones relevantes. La causa y motivo de la “profesionalización” y especialización del factor Ejército que Janowitz atribuye a su creciente complejidad técnica, se ha vuelto muy variable y discutible. En efecto, la sofisticación y complejidad de muchas de sus armas, las hacen ser materia de técnicos de alto nivel, que suelen no ser militares y los militares suelen ser mayormente usuarios de ellas. Desde otro ángulo, la creciente educación de la humanidad y la difusión del uso de las tecnologías hace que personas con muy poco o ninguna educación técnica puedan operar equipos e instrumentos “amigables” en tal grado que suelen ser incluso más fáciles de usar que muchos juguetes.
Las formas en que se llevan a cabo muchas guerras, incluyen operaciones largas y muy intensas, en que se emplean las armas más complejas que son operadas por personas básicas, mucha veces campesinos o ciudadanos urbanos de bajo nivel de educación.
Esto no implica que las armas y sistema sofisticados no sigan requiriendo usuarios militares de alta preparación, pero se ha establecido una asimetría en que a veces un misil simple, disparado por un operador analfabeto es capaz de destruir una aeronave super sofisticada, o un dron operado por un adolescente puede destruir varios tanques muy complejos de muchos millones de dólares. No cabe duda que la alta dirección militar sigue siendo materia de especialistas, pero a veces también pueden ser obtenidos por voluntariedad o contrato[3].
Estos cambios parecen estar llevando a una extraña situación en que a veces la motivación de uno de los pueblos de los bandos es eminentemente racional y del otro fuertemente irracional o emocional, pero ambos resolutivos.
Las tropas de las formaciones militares del bando racional exigen que se les proporcione explicaciones y motivos explícitos para luchar, y los elementos componentes básicos de su moral serán, las relaciones sociales internas, el liderazgo de sus mandos a todo nivel, los beneficios materiales, el adoctrinamiento ideológico, la justicia y el significado humanitario de la guerra; el bando más emocional, por su parte, requerirá razones religiosas, ideológicas, sociales, nacionales, tribales o familiares, beneficios materiales significativos y prontos, y mucha veces una intensa manipulación y dominación.
En muchas oportunidades los líderes ideológicos, religiosos y sociales reemplazan a los líderes militares y políticos en el fortalecimiento y conservación de la moral.
Quedan en el aire dos conceptos que a mi juicio parecen más bien formas de catalogar el fenómeno, que formas de guerra. Me refiero a la guerra irregular y la guerra hibrida.
La Guerra Irregular es una forma de lucha entre actores estatales y no estatales por la legitimidad y la influencia sobre una determinada población. La guerra irregular favorece las aproximaciones indirectas y asimétricas, aunque puede emplear toda la gama de capacidades militares y de otros tipos, para debilitar el poder, la potencia y la voluntad de un adversario. Es una lucha prolongada que desafía la resolución del estado agredido y sus socios estratégicos.
Su carácter es diferente al de la guerra convencional y no se detiene ante el uso de procedimientos y medios sancionados por los convenios internacionales, como el terrorismo y los asesinatos, empleando medios desde los más básico hasta los tecnológicamente más avanzados. Los procedimientos operativos y tácticos concretos se van adaptando según las circunstancias y disponibilidades en cada momento.
La Guerra Híbrida, por su parte, es una propuesta estratégica que además de emplear todos los recursos de la Guerra Irregular, recurre a los medios y procedimientos convencionales junto a otros que se apoyan en las tecnologías de guerra cibernética, para crear otros métodos de influencia como las noticias falsas, la diplomacia, la guerra jurídica e intervención electoral desde el extranjero y en las que la influencia sobre la población resulta vital.
Es un nuevo tipo de guerra que «viene a dar por superada la guerra asimétrica (ejército convencional contra fuerza insurgente)».
Una ventaja de esta estrategia es que el agresor puede evadir parte o toda la responsabilidad de un ataque (la negación plausible).
A diferencia de lo que ocurre en la guerra convencional, el “centro de gravedad” de la guerra híbrida es la moral de un sector determinado de la población (estrategas, políticos, líderes religiosos, sociales, valores) de valor resolutivo.
Es un concepto aun no aceptado universalmente, pero de uso constante y frecuente, muchas veces tan oculto que el agredido siente los efectos sin identificar el origen.
Un último punto es la expansión creciente de los delitos graves y organizados llevados a cabo por bandas criminales que no reconocen fronteras ni sistemas judiciales o de seguridad nacionales, manejan ingentes cantidades de dinero y su capacidad de corrupción ha destruido a muchos gobiernos. Su funcionamiento está en un lugar indeterminado o confuso entre lo delictual, el terrorismo, el combate militar irregular y regular, organizado como actividad política revolucionaria. En muchos países el crimen organizado está derrotando o ya derrotó al estado.
Las relaciones del conjunto Estado, Fuerzas, Pueblo, parecen entonces estar sufriendo cambios radicales, muchos de los cuales ya están presentes en los conflictos armados actuales.
Otro elemento de muy difícil manejo es la existencia y funcionamiento de los “partidos políticos antisistema”. Partidos que reconociendo su búsqueda de imponer un estado totalitario, usan y abusan de las facilidades de la democracia y la corroen y debilitan actuando “legalmente” desde dentro de las instituciones, incluso apoyando a estados o fuerzas internacionales que las debilitan.
Esto es evidente en el esfuerzo sostenido e incansable de debilitar, enervar o restringir el uso de los recursos de autodefensa propios del Estado, consiguiendo crear condiciones de ingobernabilidad que favorecen sus designios.
La acción de varios movimientos políticos en Chile que intervienen abierta y ostentosamente en favor de movimientos terroristas, delictuales y narcotraficantes es ya tan normal que no causa ningún tipo de inquietud. De la misma manera, organismos financiados por el mismo estado, se esfuerzan y logran debilitar la moral de sus fuerzas de orden y defensa, a partir de una interpretación sesgada de los DDHH, en beneficio de las fuerzas que buscan arrinconarlas.
En Chile se ha establecido una “verdad” indiscutible, “que las FFAA, aun cuando tienen por misión constitucional contribuir a la seguridad interior y asumirla protagónicamente en determinadas condiciones constitucionales, han sido llevadas a una condición de parálisis bajo el pretexto de no “policializarlas” y las FF de OO, han sido restringidas en el uso de sus medios coercitivos, bajo el pretexto de impedir su “militarización”. Llevando al gobierno de Chile a un nivel de impotencia insostenible.
La función Seguridad, frente a las nuevas amenazas
Esta nueva situación lleva a algunas personas a dar por sobrepasados los roles tradicionales de las FF.AA y FFOO proponiendo superponer – incluso a refundir – la función militar de defensa con la función de seguridad tradicionalmente monopolio de las policías y otros organismos civiles especializados, y a involucrar a las FF.AA. en la “producción de seguridad” en ámbitos y tareas que hasta ahora les eran ajenas, y que van desde la lucha contra el narcotráfico, el combate a la contaminación, la inmigración ilegal, el contrabando de drogas, la reducción de la pobreza mediante acciones productivas directas o la conservación de la naturaleza. Seguir este camino significa privar al estado de su capacidad militar para protegerse de otros estados y lleva a conformar fuerzas híbridas que por la presión de las circunstancias terminarán especializándose en funciones originalmente accesorias. Los procedimientos y doctrinas militares y policiales son diferentes en su naturaleza y propósitos, y concluirán replicando el esquema que se quiso eliminar: una parte de las fuerzas dedicadas a la acción policial y otra parte dedicada a la acción militar.
En sentido inverso, otras personas proponen agudizar la distribución tradicional de tareas y llegar a la total ausencia de las FF.AA. en tareas de seguridad interna y combate a la delincuencia, y la negación de su uso en el combate a amenazas que no sean las provenientes de los ejércitos de otros estados. Esta respuesta priva al estado de capacidades disponibles en las fuerzas militares, logradas a alto costo, que no pueden ser empleadas por auto restricciones jurídicas.
Como parece claro que esta aproximación restrictiva al rol de las FF.AA. y de FFOO no da respuesta a la compleja situación actual caracterizada por la existencia de una variedad de amenazas y conflictos de nuevo tipo y por otro lado, que una aproximación que unifique las fuerzas terminaría manteniendo, por “especialización” dentro de la “homogeneidad”, la diferenciación que se intenta eliminar, se propone buscar la solución en otro lugar: en el ámbito de la “capacidad militar equivalente” de los contendores, es decir en el ámbito de la interacción entre las amenazas y los diversos tipos de fuerzas de que dispone el estado – y sus combinaciones – para materializar su función de seguridad en su triple condición: como miembro de la comunidad internacional; como actor nacional soberano responsable de su propia seguridad, y como ordenador de su vida interna.
Ya que las amenazas a la seguridad del estado son flexibles, altamente variables y adaptables a las conveniencias de la situación, el estado necesita equivalerlas y una forma de hacerlo es dándose la libertad para emplear los medios de combate y coercitivos a su disposición en la forma más eficaz, es decir de acuerdo a sus capacidades y a la necesidad de prevenir y controlar amenazas concretas en cualquier escenario o combinación de ellos.
Esto exige una mirada crítica, innovadora y creativa. Ya no basta seguir repitiendo lo mismo. Es necesario esclarecer las responsabilidades políticas, militares, policiales y de los diversos organismos del Estado (Aduanas, Impuestos Internos, Superintendencia de Bancos, Inmigración, Inteligencia, etc.) considerando nuevas orgánicas y nuevos esquemas operativos
En breve, se propone que cuando la amenaza tiene capacidades para atemorizar y doblegar a las personas pero no para desafiar a las policías, tendríamos un problema policial, esto sin importar la naturaleza de su origen ni espacio territorial en que se materialice, es decir, tanto si ella proviene de grupos motivados por objetivos políticos, criminales o incluso por intereses de miembros de organismos de otros estados, descontrolados o corruptos, así sea de alcance nacional o con conexiones y ramificaciones internacionales. Serían amenazas a combatir con doctrinas y procedimientos policiales.
Cuando cualquiera de estos grupos buscan y alcanzan niveles de capacidad militar destinados a imponerse a las fuerzas policiales del estado o a desafiar sistemáticamente a sus fuerzas militares, es decir cuentan con capacidades más allá de las necesarias para cometer sus crímenes contra personas civiles comunes, la amenaza sería de tipo militar, sin importar tampoco la naturaleza de su origen o lugar territorial en que ellas se expresen.
Serían amenazas a ser combatidas con medios y doctrinas militares.
El uso efectivo de la fuerza para la conservación y restablecimiento de la paz requiere la modernización del sistema de seguridad nacional; un marco jurídico que regule y legitime la participación de las fuerzas armadas en la seguridad interna de los estados en las actuales condiciones, y una mejoría sustancial de la interoperatividad entre fuerzas militares y policiales así como entre éstas y otras agencias estatales – aduanas, inmigración, inteligencia, policías, impuestos internos y otros – tanto nacionales como de otros estados.
Y, en forma crítica, cadenas de mando político claras, responsables y eficaces. Miembros activos y determinantes en las actividades de seguridad interna, que siempre tienen delicados y potentes factores políticos.
En este sentido, las autoridades del gobierno y sus representantes regionales o locales NUNCA delegan o pierden la responsabilidad de las acciones que materializan el combate anti criminal.
Como se señaló, la clave de esta forma de emplear las fuerzas reside en que dado que la amenaza es adaptable y flexible en sus métodos y medios, las fuerzas de seguridad deben tener la capacidad para seguirlas o anticiparse a sus mutaciones.
Melosilla 12 de Diciembre de 2023 Fernando Thauby García
[1] Conflict Resolution, vol 1. Morris Janowitz, University of Michigan, Sage Publications, Inc, mar 1957. USA.
[2] De la Guerra,Carl von Clausewitz, Editorial Océano, Buenos Aires.
[3] Caso de la Empresa Wagner, en la guerra Ruso – Ucraniana.
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