El optimismo brasileño no necesita mucho para estallar de júbilo, pero el año 2011 tuvo motivos más que suficientes. La cosa venía desde antes: El año 2007 ya hubo un primer motivo, la FIFA designó a Brasil como sede de la Copa del Mundo de Fútbol de 2014. En Octubre del 2009 se eligió a Rio de Janeiro como sede de los Juegos Olímpicos de 2016, a fines del 2011 la situación era simplemente espectacular: Ese año la economía de Brasil superó en tamaño a la de Gran Bretaña y se convirtió en la sexta economía del mundo; a fin de año, tras el anuncio de que el desempleo había alcanzado su mínimo histórico mensual (5,2%) y que el salario mínimo aumentaría de unos 300 a 340 dólares, miles de cariocas y brasileños celebraron con botellas de champagne francés importado.
Pocos días después, el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE), reveló que, debido a la crisis internacional, el país había crecido tan sólo un 2,7%, menos que las expectativas oficiales que proyectaban una expansión económica de alrededor de 3,5%, y muy lejos del crecimiento del 7,5% de 2010. El sector industrial cerró el año con un crecimiento de tan sólo 0,3% en relación con 2010, cuando se había expandido al 10,5%.
La tasa de interés llegó a estar en el 12%, lo que atrajo grandes cantidades de dinero especulativo, sobrevaluó el real, -la moneda local-, encareció los productos nacionales y redujo el costo de los importados. Las únicas exportaciones que sobrevivieron fueron las materia primas (70%), dañando severamente a la industria local y la inflación aumentó al 6,6%. El Banco Central comenzó a reducir la tasa de interés, pero la industria siguió mal: en enero 2012 el crecimiento se redujo a un 2,1% y, pese a una leve recuperación en febrero (1,3%), la producción industrial en los últimos doce meses registró una caída del -1%. Así, comenzó a tomar fuerza la sensación de que Brasil había llegado al límite de su capacidad de crecimiento y comenzaron las preguntas de qué pasaría ahora.
La corrupción venía fuerte y terminó haciendo que Dilma sacara a siete ministros, y no involucró al mismísimo Lula solo porque era demasiado popular y nadie se atrevía a hablar de su enriquecimiento vertiginoso y descomunal.
En marzo del 2012, Romario ex futbolista y diputado, en su cuenta de Facebook, alertó que el Mundial de 2014 iba a significar «el mayor robo de la historia» por la mala gestión de los políticos: «Esta payasada va a empeorar cuando falte un año y medio para el Mundial. Lo peor está por venir porque el Gobierno dejará que ocurran las obras de emergencia, las que no necesitan licitaciones. Ahí va a ocurrir el mayor robo de la historia de Brasil», «Es una mentira descomunal! y vamos a pasar vergüenza”. Romario el mejor jugador del mundo de 1994, invitó a los brasileños a manifestarse para exigir a los políticos «más seriedad y responsabilidad» en cuestiones importantes como el Mundial.
El ministro de Economía, Guido Mantega, repite como mantra que Estados Unidos, la Unión Europea y China impulsan políticas monetarias expansionistas para solucionar sus dificultades financieras y económicas y que es eso lo que complica a Brasil. Los empresarios no concuerdan y aseguran que «La crisis de la industria es grave y de larga data, no coyuntural. Es una crisis de competitividad que se arrastra desde hace tiempo y que el contexto internacional desnudó». «En los últimos años se puso demasiado acento en el consumo como motor del crecimiento, y no se les prestó atención a las deficiencias estructurales de la industria.» Hoy, la tasa de inversión de Brasil es de apenas 19,3% del PBI. “Es necesario aumentar la competitividad de nuestros productos y servicios; no podemos seguir con la oferta de poca calidad que tenemos».
Pero la ausencia de realismo continuaba: el 2012 “la sexta economía del mundo” anunciaba que emprendería un fuerte rearme acorde a su nuevo peso económico y para darle mayor proyección a su influencia internacional. Se anunció un Plan de Articulación y Equipamiento de Defensa (PAED) con unos gastos de inversión en armamento y equipos estimados entre 30.000 y 35.000 millones de dólares. Desde el 2010, mediante una enérgica campaña comunicacional había sido impuesta (y recogida) en muchos círculos políticos regionales -y obviamente brasileños- la imagen de un “Brasil potencia”, el mismo “Profesor” García nos anunciaba: “Brasil es un gigante que por fin despierta”.
Un analista internacional, en esas mismas fechas comentaba sorprendido: “la combinación de una moneda cara, la euforia de los inversionistas extranjeros, el aumento del consumo y los cuellos de botella que existen para satisfacer una demanda que crece aceleradamente hace que todo sea más caro. Brasil, que sigue siendo una nación muy pobre, es actualmente uno de los países más caros del planeta”.
La droga por su lado seguía su avance por su cuenta y por completo alejada de los sueños de “El Profesor”. O Globo entrevistando a “Marcola” Primer Comando de la Capital (PCC) -una banda de narcotraficantes- consigna: “Soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me miraron durante décadas y antiguamente era fácil resolver el problema de la miseria. El diagnóstico era obvio: migración rural, desnivel de renta, pocas villas miseria, discretas periferias; la solución nunca aparecía… ¿Qué hicieron? Nada.
¿El Gobierno Federal alguna vez reservó algún presupuesto para nosotros? Nosotros sólo éramos noticia en los derrumbes de las favelas en las montañas o en la música romántica sobre “la belleza de esas montañas al amanecer” …
Ahora somos ricos con la multinacional de la droga. Y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social. O Globo: Pero la solución sería… Marcola: ¿Solución? No hay solución, hermano. La propia idea de “solución” ya es un error. ¿Vio el tamaño de las 560 favelas de Río? ¿Anduvo en helicóptero sobre la periferia de San Pablo? ¿Solución, cómo? Sólo la habría con muchos millones de dólares gastados organizadamente, con un gobernante de alto nivel, una inmensa voluntad política, crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general y todo tendría que ser bajo la batuta casi de una “tiranía esclarecida” que saltase por sobre la parálisis burocrática secular, que pasase por encima del Legislativo cómplice. Y del Judicial que impide puniciones. Tendría que haber una reforma radical del proceso penal del país, tendría que haber comunicaciones e inteligencia entre policías municipales, provinciales y federales (nosotros hacemos hasta “conference calls” entre presidiarios…) Y todo eso costaría billones de dólares e implicaría un cambio psico-social profundo en la estructura política del país.
O sea: es imposible. No hay solución. O Globo: ¿Usted no tiene miedo de morir?
Marcola: Ustedes son los que tienen miedo de morir, yo no. Mejor dicho, aquí en la cárcel ustedes no pueden entrar y matarme, pero yo puedo desde aquí mandar matarlos a ustedes allí afuera. Nosotros somos hombres-bombas. En las villas miseria hay cien mil hombres-bombas.
Estamos en el centro de lo insoluble mismo. Ustedes en el bien y el mal y, en medio, la frontera de la muerte, la única frontera. Ya somos una nueva “especie”, ya somos otros bichos, diferentes a ustedes.
La muerte para ustedes es un drama cristiano en una cama, por un ataque al corazón. La muerte para nosotros es la comida diaria, tirados en una fosa común.
¿Ustedes, intelectuales, nos hablan de lucha de clases, de ser marginal, de ser héroe? Entonces ¡llegamos nosotros! ¡Ja, ja, ja…! Yo leo mucho; leí 3.000 libros y leo a Dante, pero mis soldados son extrañas anomalías del desarrollo torcido de este país.
No hay más proletarios, o infelices, o explotados. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad. Ya surgió un nuevo lenguaje. Es otra lengua.
Está delante de una especie de post-miseria.
La post-miseria genera una nueva cultura asesina, ayudada por la tecnología, satélites, celulares, Internet, armas modernas. Es la mierda con chips, con megabytes”.
Con la inflación sobre el 6% y con los intereses en alza, los consumidores se han ha concentrado en la alimentación. La industria en vez de crecer, bajó un 0,3% y sigue parada a pesar de todos los subsidios y rebajas de impuestos a los electrodomésticos y automóviles concedidas por el Gobierno. Con bajo consumo, el crecimiento industrial solo puede venir de las inversiones
En Brasil constantemente se anuncia proyectos gigantes que nunca se materializan principalmente debido a la corrupción y la ineficiente administración pública. Según el diario Fohla de Sao Paulo cercano al gobierno: “El Gobierno debe centrar sus energías en conceder a la iniciativa privada las obras de infraestructura. Más que recuperar el exasperante atraso en las concesiones de aeropuertos y carreteras ya prometidas, es necesario escudriñar el país en busca de oportunidades para la privatización”. Se trata, dice el editorial “de una verdadera limpieza preliminar que entregaría la casa en orden al próximo gabinete, con Dilma Rousseff u otro gobierno”. Es decir, abandonar la política socialista de Lula y su Partido de los Trabajadores y acercarse a la de Fernando Henrique Cardoso y su abominable sistema de libre mercado e iniciativa privada.
Desgraciadamente para Brasil “faltó pista”, la impaciencia de la población estalló antes que se tomaran las medidas adecuadas. Esperemos a ver el epílogo. Lo que ya queda claro es que El Profesor es un ser arcaico, un resabio de un socialismo añejo, utópico, elitista e imperialista y que Dilma y Lula quedaron como reliquias de una alternativa inviable, desprestigiada por su inoperancia, corrupción y utopismo sesentero. Otro milagro brasileño que fracasa.