En 1990 el Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, con Lula a la cabeza, fundó en Brasil el Foro de Sao Paulo, para rearticular los partidos marxistas sudamericanos después de la debacle de la URRS. El único miembro que ejercía el poder ejecutivo en algún país era Cuba.
A fines del año 2001, con Cardozo al mando, Brasil decaía a ojos vista. Su proyecto social demócrata no pudo sostener el gasto necesario para financiar los servicios y prestaciones que se suponía que el estado debía proveer para satisfacer los derechos de sus ciudadanos. Para poder postular a un cuantioso crédito del FMI, éste les exigió apuntar a tasas de crecimiento anuales no inferiores al 4,5 % o el 5 % del PBI, reducir el tipo básico de interés -en ese momento entre los más elevados del mundo- del 18,5 % al 13 % y reducir la deuda pública de 259. 000 000, que representaba el 70 % de la deuda pública total y el 42 % del PBI; algo imposible para Cardozo y música para el populismo de Lula que ganó las elecciones a finales del 2002.
Lula se lanzó en grande: intentó buscar el liderazgo regional y trató de ganar un puesto como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En conjunto con Chávez obstruyó el ALCA promovido por EEUU. En conjunto con Turquía, propuso mediar para llegar a un acuerdo con el programa nuclear de Irán. Celso Amorín -su Ministro de RREE- se puso a disposición de la ONU para mediar entre Irán y la Agencia Internacional de Energía Atómica (AEIA) sobre la energía nuclear.
El 1º de enero de 2003 en el acto de toma de posesión, Lula anunció el inicio del combate contra la pobreza. Durante los primeros meses de su presidencia, se inició el proyecto Hambre Cero, destinado a seis millones y medio de familias. Con el sustento de la bonanza económica mundial, se lanzó en un muy publicitado programa social que se dijo habría reducido la tasa de pobreza en forma sustancial y potenciado la escolaridad general.
El año 2005 se iniciaron los escándalos por la corrupción. El “Mensalao” o las Mensualidades, que fueron sobornos pagados a legisladores del Partido Laborista Brasileño para que votaran a favor del gobierno. El 1 de octubre de 2006 ganó por amplio margen la reelección hasta el 2011, en que lo sucedió su ahijada política Dilma Rousseff. El 4 de marzo de 2016, Lula fue arrestado y su casa fue allanada en la causa que investiga a Petrobras por corrupción desde hacia varios meses. Lula habría recibido 8 millones de dólares entre pagos por conferencias, viajes y regalos.
En medio de este escándalo, el 16 de marzo la Presidenta Dilma Rousseff lo nombró Ministro de la Casa Civil, equivalente a Primer Ministro, en una estrategia para evitar que Lula llegara a la cárcel, lo que derivó en un juicio político a Dilma que se fue complicando con nuevas acusaciones y concluyó con su destitución.
Durante el período de bonanza el PBI subió sustancialmente y se aseguró que la clase media hasta entonces débil, había crecido hasta ser mayoritaria, con mas del 50% de la población. Las estadísticas de comercio exterior mostraban que las exportaciones crecieron por sobre las importaciones. Los altos aranceles para las importaciones -hasta el 50% en algunos casos- siguieron altos en el criterio de que la fabricación en el país siempre significaba crecimiento.
El año 2015 Brasil se encontraba de nuevo en una veloz y profunda crisis. El PIB disminuyó en el 3.8% con una previsión de profundización para el año 2016. Según el gobierno de Rousseff la culpa era de la sequía y la disminución de la actividad económica en China. Se optó por la la conocida receta tipo FMI, austeridad y el incremento de impuestos. Esto redujo el consumo y la economía cayó en picada. Cayó el empleo (en 1,5 millones de empleos) y se estableció el control de precios. La corrupción detuvo las inversiones estatales en infraestructura. Un ejemplo fue Petrobras que detuvo la inversión de US$ 32.000 millones, a efectuarse en cuatro años, aunque la caída del precio del petróleo también contribuyó a desinflar las expectativas sobredimensionadas. El escándalo de corrupción comprometió empresas brasileñas de ingeniería y construcción, como Odebrecht, Andrade Gutierrez y OAS, sin mencionar la estrepitosa caída de Eike Batista, protegido de Lula y modelo de Lobo de Wall Street brasileño, que también incursionó en nuestro país.
El primer pulso electoral después de la debacle fueron las elecciones municipales, en que el PT bajó de 630 municipios controlados el 2012, a solo 256, es decir el 60%. Decayó brutalmente en la credibilidad ciudadana.
Según los líderes del PT, “el período de gobierno de Lula (2002-2010) fue el mejor de toda la historia nacional. Ricos y pobres han disfrutado de los beneficios de un país cuyo producto interior bruto (PIB) creció a una tasa promedio del 4% anual, con una inflación bajo control y baja tasa de desempleo (6,7% en promedio). Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), casi 30 millones de personas salieron de la pobreza entre 2001 y 2009, una hazaña reconocida internacionalmente, y que dieron lugar a la llamada nueva Clase C”. “Al igual que en la crisis argentina, los problemas comenzaron con el deterioro de los términos del intercambio, el debilitamiento del gobierno y la reversión de la cuenta de capital, y fueron acentuados por el crecimiento del gasto público”.
Según Carlos Ominami, tratando de tapar el sol con un dedo: “La destitución de Dilma no fue simplemente cambiar un Presidente. Se trata de algo mucho mayor aún: cambiar de modelo, derrotar un proyecto y para ello es imprescindible destruir a Lula y al Partido de los Trabajadores. La política que está poniendo en práctica el gobierno de Temer no tiene misterios. Se trata del triángulo clásico: recorte del gasto fiscal, disminución de impuestos y privatizaciones”. “La derecha llegó a la conclusión de que el ciclo progresista abierto por el primer gobierno de Lula era muy difícil de detener. Por ello, el objetivo principal, la presa mayor, finalmente no era Dilma: es Lula … que había llegado a ser el principal referente del progresismo a nivel mundial”.
La pobreza ocurre automáticamente; la riqueza en cambio, debe ser producida y explicada. Esto que parece tan obvio no lo es. Las políticos populistas se aplican a la distribución y dejan de lado la producción, es por eso que cuando se acaba al dinero que había llega inevitablemente la pobreza. Las políticas de Lula tarde o temprano debían hacer crisis y llevar a Brasil de vuelta a la pobreza. No cabe en alguien racional que explique que “Al igual que en la crisis argentina, los problemas comenzaron con el deterioro de los términos del intercambio”, porque ese cambio es de normal e inevitable ocurrencia y cualquier política económica basada en condiciones excepcionales de los términos de intercambio anormalmente favorables, es una irresponsabilidad y, con todo respeto, una estupidez.
En Brasil, Cardozo falló porque quiso crear, esta vez a escala regional, el probadamente fallido sistema económico de economía cerrada por altos aranceles (Mercosur), que debía “proteger temporalmente” a la oligarquía nacional con la ilusión que Brasil colonizaría económicamente al resto de sus miembros. Para colmo comenzó tratando de distribuir consiguiendo préstamos del FMI.
Lula se subió a los altos precios internacionales y se creyó rico. Estaba cantado que la plata se acabaría. Y se acabó. Gastó como loco dando amplias ventajas a los empresarios locales que hicieron mucho dinero y, como ya saben de que se trata este juego, no invirtieron, no mejoraron la productividad y apostaron todo a la especulación. De paso se embolsicaron cantidades siderales de dinero público administrado por funcionarios deseosos de ser corrompidos. La afición del propio Lula a los empresarios que deberían llevar la bandera imperial de Brasil a los confines de Sudamérica no fue completamente inocente, también mordió su pedazo.
Los grandes empresarios han jugado muchas veces a la política de la colonización regional que tanto gusta a todos los sectores políticos brasileños, desde Cardozo a Aurelio García –El Profesor-; desde Lula a los generales; desde los Teresinha de Castro a Itamaratí. A todos les gustaría expandir y controlar mercados y gobiernos regionales; ofrecer o imponer su tutela y tratar de apabullar con las enormes cifras que su país puede mostrar, que señalan un potencial pero no una realidad y en esas fantasías, dejan atrás la realidad, lo concreto y lo factible.
En pocos años, -uno o dos-, veremos un nuevo “milagro brasileño”. Con los mismos actores: la oligarquía prebendaria/nacionalista; los partidos políticos en busca de lechar la vaca rápida y exhaustivamente y a los académicos/ideólogos/geopolíticos iluminados, todos explicando al mundo, ahora con diferentes discursos, que Brasil “está condenado el éxito”, haga lo que haga.
Nada va a cambiar mientras no se le cobren sus errores a ese trío fatal y los impostores sean reemplazados por gente real.