Desde hace ya treinta años vivo en una comuna de la zona central poblada por chilenos comunes, gente corriente, “tradicional”. Sus habitantes son varios cientos de miles de personas que culturalmente viven, piensan, sienten y tienen necesidades en las antípodas de las de los políticos de la nueva derecha liberal que pulula por Santiago y sus alrededores sacando sesudas cuentas y elaborando complejos y sofisticados edificios intelectuales aprendidos en pos grados o impuestos por organismos internacionales.
El futuro de estos chilenos comunes está inextricablemente ligado a su sociedad: su familia, sus (anticuados) valores, su (obsoleta) familia, sus (modestas) aspiraciones materiales y sus (arcaicos y excluyentes) valores morales y más aun a sus (provincianas) costumbres y formas culturales.
Ellos están unidos a un entorno que no quieren ni pueden abandonar, a un territorio, clima, topografía, olores, flores, comida, rituales sociales y expresiones culturales que les gustan y no quieren cambiar.
Sienten que mediante los cambios que les están imponiendo les están construyendo un mundo que no entienden, no les gusta, los asusta y que, en realidad nadie ha podido explicarles de que se trata y como van a vivir en él. No tienen la posibilidad de irse a “otro Chile”, solo tienen éste. Están cansados, temerosos y ven como lo que les interesa, un modesto auto, una casa, educación para sus hijos, salud, seguridad física y estabilidad, no llega. Son ese gran número de personas que la izquierda ridiculiza como “los fachos pobres”porque no les interesa la revolución.
Los liberales globalizados, por su parte, “saben” lo que es bueno para todas las personas, pero no pretenden ni intentan (ni pueden) convencer a la gente común de que el mundo al que parecen dirigirse resultará bueno y mejor para ellos también.
Los iluminados están imponiendo sus ideas y sus preferencias. Decidieron lo que es bueno y lo que es malo, lo que es correcto y lo que no lo es y lo imponen con sus leyes y acuerdos de Starbuck. Son los que que alcanzaron la “liquidez” de Zigmunt Bauman, personas completamente libres de marcos y normas, que pueden cambiar su vida en la forma que quieran, si no lo pueden hacer en Chile, están en condiciones de irse a cualquier lugar del mundo en donde se sentirán perfectamente en sus casas, ya que llegarán a reunirse con sus pares en su mundo globalizado. Para ellos es lo mismo irse a Australia, Nigeria o Alemania. Ubi bene, ubi patria. No tienen ni quieren ninguna estructura de ningún tipo.
Educados en el Grange, Verbo Divino y otros colegios elegantes, con pos grados y doctorados en Harvard, MIT u otra universidad de Francia, Gran Bretaña o EEUU son ciudadanos del mundo. Con currículos parcialmente escritos en inglés y parla salpicada de expresiones en diversos idiomas. En condiciones de abandonar, en cualquier momento, su actual país de residencia (por ahora Chile). Están en condiciones de elegir su destino, el tipo de vida que quieran llevar, las oportunidades que quieran ofrecer a sus hijos y el estilo de vida que les acomode en cada momento. Son ciudadanos del mundo, está cómodos en cualquier parte, tienen redes sociales y profesionales en todas partes y no les asusta ni inquieta el desarraigo, ya que no tiene raíces. Han eliminado todo marco de referencia cultural o social nacional, y están ajustados al estilo de vida “internacional”.
No conocen la realidad nacional ni les interesa, excepto en cuanto a “saber” que es necesario su cambio y su pronta destrucción hasta sus cimientos, para incorporarla a la “globalización” cultural, social y política.
El pueblo chileno no los seguirá, porque en realidad no van a ninguna parte mas allá de sus caprichos personales. Es la siutiquería del nuevo intelectual rico.
Las aspiraciones y metas del chileno común son las que tenían los abuelos de los “globalizados”, que sus nietos ya consideran tan naturales y obvias que los lleva a despreciar a los que recién aspiran a ellas.
En realidad, nuestros liberales son extraterrestres que viven en Babia, recuerdan al Mapu, un “partido de ascensor” durante el gobierno marxista. De ascensor porque vivían en edificios y no en casas modestas como se usaba en esos años, eran poquitos y reunían solo a los del mismo edificio.
Tal vez lo mas pernicioso de este lote es su falta de principios o ser de los que aseguran que “estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”.
Su estrategia comunicacional es adoptar posiciones extremas y llamativas, solo para llamar la atención, como la ley de identidad de género, del matrimonio igualitario o del aborto libre. La tesis de Hernán Larraín Matte en ese contexto fue “que sólo una agenda progresista en lo “valórico” le daría notoriedad mediática al partido”. Y tenía razón: esos temas entregan una presencia mediática mucho mayor que una agenda social. Pero son pocos los que consideran prioritarios esos temas. Este oportunismo contagió al papá del prócer de Evópoli que se les unió con entusiasmo: “Queremos gobernar incorporando a otros grupos que no están en Chile Vamos, porque así aseguramos mayoría en el Parlamento. Mayor razón para tener un criterio de mayor amplitud”.
Para acentuar su “Elitismo Mapucista” cancelaron su intento de ser un partido popular y pasaron a buscar una clientela mas a su medida entre los universitarios pirulos y los miembros jóvenes de la clase ABC-1.
La miseria moral de este grupo es tal que en su frenesí por conseguir un certificado de “honorabilidad” por parte de la izquierda controladora de los medios, han elegido a las FFAA y particularmente a sus prisioneros políticos como blanco para «hacer méritos». Por lo demás, si tienen lo que tienen y si pueden hacer lo que hacen, es porque los militares chilenos estuvieron en lo que estuvieron.
Cabe preguntarse, ¿una vez que Chile Vamos asegure la mayoría en el Congreso ¿qué van a hacer, cómo van a gobernar?, ¿volverán a sus antiguos “principios?, ¿seguirán con “los nuevos”?. Es el drama de tener principios de goma: es lo mismo que no tenerlos.
La intención de estos liberales dicen que es “armar un nuevo partido de derecha que deje atrás las trancas de la dictadura”. Si tiene trancas con Pinochet y los militares, vayan a un siquiatra. En política lo que cuenta es tener historia, recorrido, consistencia, solidez doctrinaria y lealtad con sus seguidores.