El mundo vive una situación muy complicada: la democracia está de bajada. La asunción de Trump a la presidencia de EEUU es una muy mala señal; las tendencias autoritarias en Europa no se reducen, crecen, unida a la crisis económica y Rusia en vez de evolucionar hacia una democracia con influencia global derivó hacia una dictadura imperialista. China se equilibra en la cornisa de la crisis económica.
La interacción de los elementos anteriores ha conformado un desastre político y militar en Ucrania y a una matanza genocida por parte de Israel que no ha recibido crítica alguna, dando inicio a un foco de inestabilidad impredecible en Asia Occidental
El mundo no conforma un referente que nos ayude a diseñar un proyecto político viable, local, regional ni global.
La inspiración no vendrá de fuera sino solo de nosotros mismos o no vendrá.
Chile está tratando de recuperar el equilibrio después del terremoto político, social y cultural del 19 de Octubre de 2019 y de la dura reacción popular de rechazo a la propuesta de Constitución revolucionaria de 2022.
Creo que estas dos crisis marcaron el ocaso del “socialismo reaccionario”, rencoroso y violento, incubado a partir de los adultos autoflagelantes y de la Concertación y de la aparición de un sector de universitarios politizados, electoralmente hábiles, corruptos y extremadamente incompetentes como gestores de poder político y económico. En la derecha, por su parte, ha surgido también un “progresismo reaccionario” gritón, cuya habilidad política y de gestión está por verse.
¿Qué nos ha quedado del entramado político y cultural resultante del maridaje involuntario de la herencia de gestión eficaz y conservadurismo político del Gobierno Militar, con el realismo de izquierda y progresismo social de los primeros gobiernos de la Concertación?.
Hoy tenemos un conflicto entre la comodidad del individualismo y la necesidad de la comunidad. Un choque entre la necesidad de integración social y la sensación de despectiva autonomía. Nos tememos y desconfiamos unos de otros. Hemos dejado atrás formas de vida tradicionales que nos articularon como sociedad durante un buen tiempo y adoptado una modernidad que nos asusta y nos angustia. La inmigración caótica y descontrolada agudiza esta sensación. El estancamiento económico pone en duda el futuro. No tenemos claridad respecto a la identidad y forma de vida que queremos para nosotros, nuestras familias y nuestra sociedad.
“Las pertenencias que conferían seguridad –la clase social, la iglesia, la nación- y los relatos culturales que nos sostenían y alimentaban la esperanza colectiva –las ideologías y las creencias- se han debilitado y es probable que uno de nuestros desafíos consista en generar espacios de encuentro en el que todos nos podamos reconocer como iguales. Una sociedad democrática vigorosa y atenta, necesita desarrollar en sus miembros la idea que se trata de una empresa común, que compromete a todos los contemporáneos, pero en la que también los que ya se fueron pusieron su parte y en la que los que vendrán pondrán la suya. Ese tipo de compromiso cívico sobre el que se soporta la democracia, requiere que los miembros de la sociedad se sientan vinculados con las demás personas que forman parte de su comunidad”[1].
En los ámbitos político y económico sentimos la frustración y la ansiedad del retroceso y el estancamiento, de la falla profunda de muchos liderazgos económicos, políticos y empresariales, del egoísmo y el abuso que agudizó la impotencia y atropelló a la dignidad. Del triunfo de la falta de honestidad, de seriedad y la incompetencia obscena e impúdica. Esperamos salir adelante pero no vemos cómo, ni con qué líderes, ni por cuales vías.
La seguridad interior nos tiene antes desafíos que no hemos podido enfrentar con eficacia, las guerrillas en la Araucanía, el crimen organizado, el tráfico de drogas, la violencia juvenil y las pandillas de inmigrantes con sus crímenes atroces.
En el ámbito de la seguridad externa, los escenarios global y regional nos aprietan y desafían como quizás nunca antes. La geopolítica mundial nos llega a través de la Antártica, del paso Drake, del Estrecho de Magallanes, del Canal de Panamá, del Comercio Marítimo Transpacífico, de la presencia agresiva de actores de lejanas partes del planeta y varias situaciones más que ya nos están obligando a tomar posiciones que tendrán consecuencias.
Tal vez el desafío más grande al que debemos encontrar una solución eficaz y duradera es el drama de la educación, principalmente la educación pre escolar, primaria y secundaria. Llevamos decenios en este problema y seguimos siendo incapaces de encontrar una solución que movilice a toda la sociedad. Sin un cambio profundo y sustancial, no podremos resolver otros problemas sociales que parecen independientes pero que surgen desde la pobre educación. La deficiencia, la politización y la decadencia de la educación superior es parte del mismo problema.
Pero todos estos problemas no son sólo materia de “Un Programa de Gobierno”, es mucho más que eso, es algo que debe ser abordado desde una concepción amplia, inclusiva, eficiente, democrática. Parece evidente que Chile ha sido capaz de superar desafíos enormes con éxito sorprendente de los cuales hemos aprendido e incorporado a nuestra cultura valiosas experiencias, formas de organizarnos, de hacer las cosas, de integrar esfuerzos, de comunicarnos y asociarnos.
Hemos desarrollados lealtades, compromisos sociales y ciudadanos que nos han permitido superar desafíos inmensos.
En breve, tenemos mucho bueno que conservar, proteger, potenciar y seguir desarrollando. Chile no comienza mañana, empezó hace mucho y somos una continuidad que nos ha traído hasta donde estamos, que nos identifica, nos define y nos estructura.
Antes de pensar en Programas de Gobierno, hablemos de un Proyecto Político Nacional.
Fernando Thauby García
Capitán de Navío IM (R)
[1] Carlos Peña, 1972.