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La Cuestión Brasileña

Brasil es un país de grandes números, que impresionan: tiene una población estimada de 200 millones de habitantes y una superficie terrestre de 8,5 millones de km2.

Brasil fue el último estado independiente de las Américas en abolir la esclavitud, en 1888 y el último en proclamarse como república, en 1889. No hubo revolución en Brasil: la Primera República fue el resultado de un golpe militar gestado por un pequeño número de militares y miembros de la oligarquía terrateniente  y cafetalera de Sao Paulo. En 1930 otro golpe militar le puso fin. Getulio Vargas y los militares ejercieron el poder desde 1930 hasta 1945, cuando debieron ceder a las presiones norteamericanas y entrar en un proceso “democratizador”. Este régimen, el Estado Novo, lideró un camino modernizador y de desarrollo económico y permitió un cierto avance del proceso de organización social. Desde 1945 hasta comienzos de la década de los ´60, en Brasil existió una democracia limitada en alcance y naturaleza, que sobrevivió con éxito algunas asonadas comunistas similares a las habidas en otros países de la región en la misma época; al suicidio de Getulio Vargas reelegido en 1950, y en 1961 a la renuncia de Janio Cuadros, bajo presión militar. Joao Gulart gobernó desde 1961 hasta 1964. Fue un gobierno intenso pero breve, que sobreestimó las fuerzas pro cambio y subestimó gruesamente el poder de los militares aliados con la estructura de poder tradicional. Concluyó en su derrocamiento con escasa, si es que alguna, resistencia popular. Lo sucedió un gobierno militar desarrollista que gobernó Brasil hasta que perdió el dominio sobre el Colegio Electoral, que sumado al repentino deceso de Tancredo Neves, su último representante (civil), determinó que el gobierno pasara a manos de su Vicepresidente, José Sarney, quien inició la marcha, a partir de 1985, hacia la Nova República. Esta marcha tuvo su punto culminante en la aprobación de una nueva ley electoral que sancionó el sufragio universal, incluyendo por esa vía a una importante masa de electores analfabetos, que hasta entonces habían estado excluidos de la representación política. Esta ley produjo un vuelco en el patrón electoral que abrió paso a dos gobiernos “progresistas”: el de Collor de Melo, caído bajo acusaciones de corrupción y el de Fernando Henrique Cardoso, funcionario internacional de izquierda visto por las fuerzas conservadoras como la opción menos mala para contener el avance de Lula y su Partido de los Trabajadores (PT).

Lula y el PT constituyen un caso político  notable. Dadas las características de la historia política de Brasil, descritas anteriormente, el incremento de su votación de 17% en 1989 a 27% en 1994 y a 32% en 1998 y la toma del control de las ciudades de Sao Paulo (1998 y 2000) y Porto Alegre (1988, 1992, 1996 y 2000) son logros impresionantes en un plazo tan breve. Más impactante aun si se considera que ello ocurre precisamente en los años en que la izquierda socialista se batía en retirada en todo el mundo.

Su triunfo en las elecciones del 2002 fue aun más destacable: obtuvo el 46,4% en la primera vuelta y el 61,3% en la segunda, conquistando las preferencias de 52,8 millones de votantes. Un obrero metalúrgico con una educacional formal débil, por decir lo menos, arrinconó políticamente a Henrique Cardoso líder de la izquierda intelectual brasileña y latinoamericana y derrotó en las urnas a su sucesor designado. La sociedad civil, nunca combativa en Brasil, esta vez estaba movilizada. Integrada por una mayoría de personas jóvenes,- casi el 50% es menor de 35 años -, sumidos en una pobreza extrema,- con el 60% de la población económicamente activa ganando menos de US$ 100 al mes,- y con pocas posibilidades de salir de ella debido a un bajísimo nivel educacional, – el 70% de los brasileños cuenta con menos de 7 años de educación básica -. El desafío de Lula era entonces asegurar y consolidar la estabilidad económica, restablecer niveles de crecimiento económico aceptable y crear las condiciones necesarias para una mejor distribución de la riqueza y del poder, y hacer todo lo anterior conjurando la posibilidad de un estallido social, un golpe militar o, lo más probable, una violenta desintegración nacional.

En el plano económico Marco Aurelio García, asesor directo de Lula explicaba: “Hoy en Brasil hay una discusión muy grande para saber en qué medida se estableció una ruptura entre la política (del gobierno) actual y la política precedente, sea en el ámbito económico, en el ámbito social o en el ámbito de la política externa. En el ámbito económico puedo asegurar que los aspectos de continuidad son en realidad una mera coincidencia. Resulta que nosotros fuimos obligados, en esos primeros meses del gobierno de Lula da Silva, a recurrir a una serie de herramientas más bien ortodoxas para hacer frente a la gravísima situación en que encontramos al país cuando empezó el gobierno del presidente Lula” … “El modelo económico que se quiere implantar es distinto de los dos últimos que han fracasado en el país… Lo que nosotros creemos hoy es que es posible desarrollar en el país un gran período de crecimiento con distribución del ingreso y con profundización y radicalización de la democracia y, obviamente, con un proceso de inserción soberana en el mundo. Esos son los ejes con que estamos trabajando”. En breve, según García, el actual régimen brasileño aspiraría a una suerte de “desarrollismo democrático, dinamizado por la satisfacción de la demanda social”.

El modelo brasileño de desarrollo tomó el camino del proteccionismo: el año 2010, una economía de 2 trillones de dólares exportó 201 mil millones (10% de su PIB) y importó solo 180 mil millones (9% de su PIB). Su apertura al comercio global fue de 19%, mucho menos que los otros países latinoamericanos y los Brics o que la media mundial que está entre un 23% y un 28%” (Chile y Perú tienen 50%). Eso significa que Brasil sigue teniendo una economía cerrada, orientada sobre todo a su mercado interno, que siempre es limitado, mientras que el internacional es infinito.

Brasil buscó dinamizar su industria nacional aumentando el consumo interno creando empleos estatales y subsidios para reducir la miseria. Hoy día, más de 60 millones de personas reciben la “Bolsa Familia” y otros programas de subsidios en dinero. “Bancarizó” a esas mismas personas, facilitando su acceso a los créditos de consumo, pero cuando llegaron al límite de endeudamiento, no pudieron seguir consumiendo ni pagar sus deudas.

El auge del crédito y el consumo obedeció, en parte, a los millones de nuevos empleos, los mejores salarios generados por la expansión económica y los altos precios internacionales de los minerales y productos agrícolas, que Brasil exporta en grandes cantidades. El real sobrevaluado frente al dólar volvió mucho más baratos los productos importados que los nacionales. La baja productividad de la industria brasileña, incapaz de competir en el mercado mundial, llevaron al crecimiento de las exportaciones cada vez más basadas en materias primas (70%) sostenido por el alto precio de los commodities en el mercado internacional, y al crecimiento de las importaciones de bienes de consumo mejores y más baratos que los de producción local, empujando a la “desindustrialización”.

Los análisis internos señalan que hoy día Brasil está en una situación de desaceleración económica que tiene múltiples causas, 1.- La desaceleración de China, su principal socio comercial. 2.- La competencia de los productos chinos en el mercado interno, especialmente entre los manufacturados, donde Brasil tiene una “baja competitividad en términos comparativos”. 3.- La carencia de infraestructura, una carga fiscal muy alta, los altos costos laborales, la muy baja inversión pública. 4.- El énfasis excesivo que se ha dado al tema del consumo, apostando a que la demanda estimularía las inversiones, lo que no se concretó.

A fines del año 2011 Brasil superó a Gran Bretaña y se convirtió en la quinta economía del mundo, lo que sumado al anuncio de que el desempleo había alcanzado su mínimo histórico mensual (5,2%) y que el salario mínimo aumentaría de 545 a 622 reales (de unos 300 a 340 dólares) llevó a que Brasil se proclamara y la prensa mundial confirmara que ese país estaba entrando al grupo de las grandes potencias. Pocas semanas después, el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE), reveló que durante todo el año 2011, debido a la crisis internacional, el país había crecido tan sólo un 2,7%, menos que las expectativas oficiales que proyectaban una expansión económica de alrededor de 3,5%, y muy lejos del crecimiento del 7,5% del 2010. El sector industrial cerró el año con un crecimiento de tan sólo 0,3% en relación con 2010, cuando se había expandido al 10,5%. El año 2011 siguió cayendo y para el 2012, las señales rondan cifras menores al 1,2 % de crecimiento y con una inflación en aumento.

En estos momentos la prioridad es estabilizar la economía. Esto implica tomar medidas políticamente impopulares: desacelerar el consumo. Lo señalado tiene un significado profundo: difícilmente el PT, sea bajo el mando de Rousseff o de Lula, pueda hacer un cambio profundo de orientación y por consiguiente no es razonable esperar cambios radicales en el actual estancamiento del crecimiento económico de Brasil.

La imagen de Brasil es mayor que su poder real en el mundo, su influencia real en el panorama internacional es menor en la práctica que lo que sugeriría su presencia mediática. La presencia global en economía, se mide en las exportaciones de materias primas, manufacturas y servicios, la exportación de productos energéticos y la inversión directa del país en el exterior.

Eso explicaría, por ejemplo, el poco peso de Chile en el índice global. Con una clasificación de un 18,9 respecto al valor 1.000 de Estados Unidos, Chile está a la altura de Nueva Zelanda y Colombia, en Chile hay indicadores económicos con valores absolutos muy altos, pero en términos relativos es pequeño. Nuestra economía es potente, pero el poder se mide en el impacto exterior. Así, en el área de economía lo que cuenta es el impacto de cada país en el exterior, no al revés. Para medir la influencia en defensa, se considera el número de tropas desplegadas en misión internacional y la capacidad de despliegue militar en el exterior. El índice también tiene en cuenta el número de inmigrantes recibidos y turistas. En el área de cultura mide la exportación de audiovisuales, la clasificación olímpica, los estudiantes extranjeros recibidos o las patentes registradas en el exterior. El total de estos elementos ponen a Brasil en un nivel de influencia internacional poco significativo, en todo caso menor que México.

Por ello el sueño de la integración sudamericana alrededor de Brasil se está diluyendo por exceso de ambición de liderazgo e intempestivos cambios que afectan a sus socios más cercanos. Brasil, en su actual estado de desarrollo económico, parece no tener ni los instrumentos ni las capacidades económicas para atraer a sus vecinos a su proyecto, carece también de la capacidad política y militar para forzarlos a seguirlo y por otra parte no abandona del todo la opción de seguir a los “estados chavistas” si es que eso satisface en mejor forma sus intereses económicos nacionales. Las ideas que inspiran al actual gobierno del PT y que difunde Marco Aurelio García, tienden a llevar los análisis y expectativas a regiones alejadas de la realidad, adonde no creo que debamos seguirlas, es mas creo que a Brasil le iría mejor alejándose de ellas. Pero eso es solo de su incumbencia.

 

Las cifras parecen indicar que el camino emprendido fue equivocado. Nada terrible, nada novedoso, la marcha de los países se mueve por ensayo y error, pero estos trastabillones y los niveles reales en que se mueve Brasil, en lo político, económico y social muestran que es un gran país en Sudamérica, pero que está lejos de ser el actor de categoría mundial que deba liderarnos en nuestra política diplomática, de seguridad  o comercial, y que junto a Perú, Colombia y México tenemos un mejor futuro como actores autónomos en el Pacífico.

La cuestión brasileña

Brasil es un país de grandes números, que impresionan: tiene una población estimada de 200 millones de habitantes y una superficie terrestre de 8,5 millones de km2.

Brasil fue el último estado independiente de las Américas en abolir la esclavitud, en 1888 y el último en proclamarse como república, en 1889. No hubo revolución en Brasil: la Primera República fue el resultado de un golpe militar gestado por un pequeño número de militares y miembros de la oligarquía terrateniente  y cafetalera de Sao Paulo. En 1930 otro golpe militar le puso fin. Getulio Vargas y los militares ejercieron el poder desde 1930 hasta 1945, cuando debieron ceder a las presiones norteamericanas y entrar en un proceso “democratizador”. Este régimen, el Estado Novo, lideró un camino modernizador y de desarrollo económico y permitió un cierto avance del proceso de organización social. Desde 1945 hasta comienzos de la década de los ´60, en Brasil existió una democracia limitada en alcance y naturaleza, que sobrevivió con éxito algunas asonadas comunistas similares a las habidas en otros países de la región en la misma época; al suicidio de Getulio Vargas reelegido en 1950, y en 1961 a la renuncia de Janio Cuadros, bajo presión militar. Joao Gulart gobernó desde 1961 hasta 1964. Fue un gobierno intenso pero breve, que sobreestimó las fuerzas pro cambio y subestimó gruesamente el poder de los militares aliados con la estructura de poder tradicional. Concluyó en su derrocamiento con escasa, si es que alguna, resistencia popular. Lo sucedió un gobierno militar desarrollista que gobernó Brasil hasta que perdió el dominio sobre el Colegio Electoral, que sumado al repentino deceso de Tancredo Neves, su último representante (civil), determinó que el gobierno pasara a manos de su Vicepresidente, José Sarney, quien inició la marcha, a partir de 1985, hacia la Nova República. Esta marcha tuvo su punto culminante en la aprobación de una nueva ley electoral que sancionó el sufragio universal, incluyendo por esa vía a una importante masa de electores analfabetos, que hasta entonces habían estado excluidos de la representación política. Esta ley produjo un vuelco en el patrón electoral que abrió paso a dos gobiernos “progresistas”: el de Collor de Melo, caído bajo acusaciones de corrupción y el de Fernando Henrique Cardoso, funcionario internacional de izquierda visto por las fuerzas conservadoras como la opción menos mala para contener el avance de Lula y su Partido de los Trabajadores (PT).

Lula y el PT constituyen un caso político  notable. Dadas las características de la historia política de Brasil, descritas anteriormente, el incremento de su votación de 17% en 1989 a 27% en 1994 y a 32% en 1998 y la toma del control de las ciudades de Sao Paulo (1998 y 2000) y Porto Alegre (1988, 1992, 1996 y 2000) son logros impresionantes en un plazo tan breve. Más impactante aun si se considera que ello ocurre precisamente en los años en que la izquierda socialista se batía en retirada en todo el mundo.

Su triunfo en las elecciones del 2002 fue aun más destacable: obtuvo el 46,4% en la primera vuelta y el 61,3% en la segunda, conquistando las preferencias de 52,8 millones de votantes. Un obrero metalúrgico con una educacional formal débil, por decir lo menos, arrinconó políticamente a Henrique Cardoso líder de la izquierda intelectual brasileña y latinoamericana y derrotó en las urnas a su sucesor designado. La sociedad civil, nunca combativa en Brasil, esta vez estaba movilizada. Integrada por una mayoría de personas jóvenes,- casi el 50% es menor de 35 años -, sumidos en una pobreza extrema,- con el 60% de la población económicamente activa ganando menos de US$ 100 al mes,- y con pocas posibilidades de salir de ella debido a un bajísimo nivel educacional, – el 70% de los brasileños cuenta con menos de 7 años de educación básica -. El desafío de Lula era entonces asegurar y consolidar la estabilidad económica, restablecer niveles de crecimiento económico aceptable y crear las condiciones necesarias para una mejor distribución de la riqueza y del poder, y hacer todo lo anterior conjurando la posibilidad de un estallido social, un golpe militar o, lo más probable, una violenta desintegración nacional.

En el plano económico Marco Aurelio García, asesor directo de Lula explicaba: “Hoy en Brasil hay una discusión muy grande para saber en qué medida se estableció una ruptura entre la política (del gobierno) actual y la política precedente, sea en el ámbito económico, en el ámbito social o en el ámbito de la política externa. En el ámbito económico puedo asegurar que los aspectos de continuidad son en realidad una mera coincidencia. Resulta que nosotros fuimos obligados, en esos primeros meses del gobierno de Lula da Silva, a recurrir a una serie de herramientas más bien ortodoxas para hacer frente a la gravísima situación en que encontramos al país cuando empezó el gobierno del presidente Lula” … “El modelo económico que se quiere implantar es distinto de los dos últimos que han fracasado en el país… Lo que nosotros creemos hoy es que es posible desarrollar en el país un gran período de crecimiento con distribución del ingreso y con profundización y radicalización de la democracia y, obviamente, con un proceso de inserción soberana en el mundo. Esos son los ejes con que estamos trabajando”. En breve, según García, el actual régimen brasileño aspiraría a una suerte de “desarrollismo democrático, dinamizado por la satisfacción de la demanda social”.

El modelo brasileño de desarrollo tomó el camino del proteccionismo: el año 2010, una economía de 2 trillones de dólares exportó 201 mil millones (10% de su PIB) y importó solo 180 mil millones (9% de su PIB). Su apertura al comercio global fue de 19%, mucho menos que los otros países latinoamericanos y los Brics o que la media mundial que está entre un 23% y un 28%” (Chile y Perú tienen 50%). Eso significa que Brasil sigue teniendo una economía cerrada, orientada sobre todo a su mercado interno, que siempre es limitado, mientras que el internacional es infinito.

Brasil buscó dinamizar su industria nacional aumentando el consumo interno creando empleos estatales y subsidios para reducir la miseria. Hoy día, más de 60 millones de personas reciben la “Bolsa Familia” y otros programas de subsidios en dinero. “Bancarizó” a esas mismas personas, facilitando su acceso a los créditos de consumo, pero cuando llegaron al límite de endeudamiento, no pudieron seguir consumiendo ni pagar sus deudas.

El auge del crédito y el consumo obedeció, en parte, a los millones de nuevos empleos, los mejores salarios generados por la expansión económica y los altos precios internacionales de los minerales y productos agrícolas, que Brasil exporta en grandes cantidades. El real sobrevaluado frente al dólar volvió mucho más baratos los productos importados que los nacionales. La baja productividad de la industria brasileña, incapaz de competir en el mercado mundial, llevaron al crecimiento de las exportaciones cada vez más basadas en materias primas (70%) sostenido por el alto precio de los commodities en el mercado internacional, y al crecimiento de las importaciones de bienes de consumo mejores y más baratos que los de producción local, empujando a la “desindustrialización”.

Los análisis internos señalan que hoy día Brasil está en una situación de desaceleración económica que tiene múltiples causas, 1.- La desaceleración de China, su principal socio comercial. 2.- La competencia de los productos chinos en el mercado interno, especialmente entre los manufacturados, donde Brasil tiene una “baja competitividad en términos comparativos”. 3.- La carencia de infraestructura, una carga fiscal muy alta, los altos costos laborales, la muy baja inversión pública. 4.- El énfasis excesivo que se ha dado al tema del consumo, apostando a que la demanda estimularía las inversiones, lo que no se concretó.

A fines del año 2011 Brasil superó a Gran Bretaña y se convirtió en la quinta economía del mundo, lo que sumado al anuncio de que el desempleo había alcanzado su mínimo histórico mensual (5,2%) y que el salario mínimo aumentaría de 545 a 622 reales (de unos 300 a 340 dólares) llevó a que Brasil se proclamara y la prensa mundial confirmara que ese país estaba entrando al grupo de las grandes potencias. Pocas semanas después, el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE), reveló que durante todo el año 2011, debido a la crisis internacional, el país había crecido tan sólo un 2,7%, menos que las expectativas oficiales que proyectaban una expansión económica de alrededor de 3,5%, y muy lejos del crecimiento del 7,5% del 2010. El sector industrial cerró el año con un crecimiento de tan sólo 0,3% en relación con 2010, cuando se había expandido al 10,5%. El año 2011 siguió cayendo y para el 2012, las señales rondan cifras menores al 1,2 % de crecimiento y con una inflación en aumento.

En estos momentos la prioridad es estabilizar la economía. Esto implica tomar medidas políticamente impopulares: desacelerar el consumo. Lo señalado tiene un significado profundo: difícilmente el PT, sea bajo el mando de Rousseff o de Lula, pueda hacer un cambio profundo de orientación y por consiguiente no es razonable esperar cambios radicales en el actual estancamiento del crecimiento económico de Brasil.

La imagen de Brasil es mayor que su poder real en el mundo, su influencia real en el panorama internacional es menor en la práctica que lo que sugeriría su presencia mediática. La presencia global en economía, se mide en las exportaciones de materias primas, manufacturas y servicios, la exportación de productos energéticos y la inversión directa del país en el exterior.

Eso explicaría, por ejemplo, el poco peso de Chile en el índice global. Con una clasificación de un 18,9 respecto al valor 1.000 de Estados Unidos, Chile está a la altura de Nueva Zelanda y Colombia, en Chile hay indicadores económicos con valores absolutos muy altos, pero en términos relativos es pequeño. Nuestra economía es potente, pero el poder se mide en el impacto exterior. Así, en el área de economía lo que cuenta es el impacto de cada país en el exterior, no al revés. Para medir la influencia en defensa, se considera el número de tropas desplegadas en misión internacional y la capacidad de despliegue militar en el exterior. El índice también tiene en cuenta el número de inmigrantes recibidos y turistas. En el área de cultura mide la exportación de audiovisuales, la clasificación olímpica, los estudiantes extranjeros recibidos o las patentes registradas en el exterior. El total de estos elementos ponen a Brasil en un nivel de influencia internacional poco significativo, en todo caso menor que México.

Por ello el sueño de la integración sudamericana alrededor de Brasil se está diluyendo por exceso de ambición de liderazgo e intempestivos cambios que afectan a sus socios más cercanos. Brasil, en su actual estado de desarrollo económico, parece no tener ni los instrumentos ni las capacidades económicas para atraer a sus vecinos a su proyecto, carece también de la capacidad política y militar para forzarlos a seguirlo y por otra parte no abandona del todo la opción de seguir a los “estados chavistas” si es que eso satisface en mejor forma sus intereses económicos nacionales. Las ideas que inspiran al actual gobierno del PT y que difunde Marco Aurelio García, tienden a llevar los análisis y expectativas a regiones alejadas de la realidad, adonde no creo que debamos seguirlas, es mas creo que a Brasil le iría mejor alejándose de ellas. Pero eso es solo de su incumbencia.

 

Las cifras parecen indicar que el camino emprendido fue equivocado. Nada terrible, nada novedoso, la marcha de los países se mueve por ensayo y error, pero estos trastabillones y los niveles reales en que se mueve Brasil, en lo político, económico y social muestran que es un gran país en Sudamérica, pero que está lejos de ser el actor de categoría mundial que deba liderarnos en nuestra política diplomática, de seguridad  o comercial, y que junto a Perú, Colombia y México tenemos un mejor futuro como actores autónomos en el Pacífico.

Brasil: antiimperialista o nacionalista

El lema nacional de Brasil, «Ordem e Progresso» («Orden y Progreso»), está inspirado en el lema del positivismo, de Auguste Comte: «El amor por principio, el orden por base, el progreso por fin», del cual se eliminó lo del amor y quedó lo del orden y el progreso.
La influencia positivista ayuda a explicar la historia de Brasil. El culto al progreso basado en la revolución industrial, científica y técnica alcanzó su apoteosis a mediados del siglo XIX. A partir de la década de 1850 la fe positivista, que pretendía dejar atrás los obscurantismos y excesos de todo tipo, se instaló entre profesores y alumnos de diversas instituciones de Río de Janeiro: la Escuela Militar, la Escuela de Marina, el Colegio Pedro II, la Escuela de Medicina, la Escuela Politécnica y adoptó la razón y la ciencia como las únicas guías capaces de instaurar el orden social en la humanidad.
Este movimiento es, en parte, reacción a lo que Comte consideraba “las utopías metafísicas irresponsables e incapaces de otorgar orden social y moral a la humanidad” puestas en práctica por la revolución francesa, y propone un mandatario político en contacto y comunicación directa con el pueblo para que en un diálogo racional entre ambos, resuelvan los problemas del avance de la sociedad hacia el progreso.
Para que el progreso capitalista no se detuviera era necesario que, por encima de los intereses particulares, se impusiera un orden superior y una coordinación nacional centralizada. Este orden racional debería imponerse por medio de normas y leyes. El conocimiento científico positivo tendría entonces la función de contribuir a mantener el orden social.
La hegemonía lograda por este tipo de ideas no es sorprendente si se considera que la revolución independentista fue, en Brasil, poco violenta y posterior a la derrota de las ideas republicanas liberales, es decir fue una revolución conservadora.
Otra influencia relevante en la educación y el pensamiento social brasilero fue la de Alberto Torres, cuyos seguidores -en 1924- impusieron a la política un énfasis «sociológico» crítico del cosmopolitismo intelectual y promotor de la existencia de instituciones “nacionales” que armonizaran con la sociedad y las tradiciones de Brasil. La combinación de nacionalismo cultural, sociología y crítica política se concretó en una nueva arquitectura institucional diseñada por un grupo de intelectuales para los cuales la clave de la reforma y del nuevo sistema político era “una administración nacional fuerte que obrara en conjunto e integradamente con los diversos grupos de interés”.
Estas creencias políticas llegaron a ser tan fuertes, que prácticamente todos los movimientos políticos brasileños, de los más variados signos, se han presentado como un intento de imponer un “orden que lleve al progreso”.
Aquí encontramos la base del ideario de muchos proyectos políticos en Brasil: consolidación institucional; progreso orientado a la creación de Estado; prioridad del “proyecto nacional” por sobre los intereses de grupos; coordinación de los intereses sectoriales; planificación centralizada; estado regulador.
Ahora, si ponemos esta devoción hacia el progreso junto a las grandes dimensiones territoriales y demográficas de Brasil, tenemos como producto natural y obvio una tendencia hacia la “grandeza”, y aquí haré una breve disgresión: A partir de la independencia y hasta las primeras décadas del siglo XX, Argentina fue claramente más potente que Brasil, resultado de su mayor integración, calidad demográfica y desarrollo productivo y comercial, lo que dio origen a esa presunta “amistad chileno – brasilera”, que en realidad fue la coincidencia circunstancial de intereses de cada estado hasta que, llegado el siglo XX, particularmente sus últimos decenios, la decadencia de Argentina dejó obsoleta esta necesidad de apoyo mutuo y, en busca de su grandeza, Brasil se alejó de Chile como quedó claramente demostrado durante las dos crisis entre Argentina y Chile en 1978 y 1982.
Siguiendo con nuestro tema, podemos ver que esta tendencia, que algunos impropiamente llaman “imperial”, estuvo constantemente presente en todos los proyectos políticos brasileros, de izquierda y de derecha. Esta situación vino a cambiar reciente y agudamente con la conquista del poder por parte del Partido de los Trabajadores (PT), bajo el liderazgo de Lula.
El “fenómeno” Lula comienza a materializarse con el repentino deceso de Tancredo Neves que determinó que el gobierno pasara a manos de su Vicepresidente, José Sarney, quien a partir de 1985 inició la marcha hacia una Nova República. Este proceso tuvo su punto culminante en la aprobación de una nueva ley electoral que estableció el sufragio universal incorporando por esa vía a una importante masa de analfabetos, que hasta entonces habían estado excluidos de la representación política. El nuevo padrón electoral quedó conformado por una mayoría de personas jóvenes, casi el 50% menor de 35 años, sumidos en la pobreza extrema, con el 60% de la población económicamente activa ganando menos de US$ 100 al mes y con pocas posibilidades de salir de ella debido a un bajísimo nivel educacional, el año 2004 el 70% de los brasileños contaba con menos de 7 años de educación básica.
Esta ley produjo un vuelco político que abrió paso a dos gobiernos “progresistas”: el de Collor de Melo, caído bajo cargos de corrupción y el de Fernando Henrique Cardoso funcionario internacional de izquierda, considerado por los conservadores como la opción menos mala para contener el avance de Lula y su Partido de los Trabajadores.
El incremento de la votación de Lula del 17% en 1989 a 27% en 1994 y a 32% en 1998, y la toma del control de las ciudades de Sao Paulo (1998 y 2000) y Porto Alegre (1998, 1992, 1996 y 2000) son logros impresionantes en un plazo tan breve. Más impactante aun si se considera que ellas ocurrieron precisamente en los años en que la izquierda socialista se batía en retirada en todo el mundo.
Su triunfo en las elecciones del 2002 fue aun más notable: obtuvo el 46,4% en la primera vuelta y el 61,3% en la segunda, conquistando a 52,8 millones de votantes. Este triunfo, reiterado luego con su reelección y nuevamente con el triunfo de una mujer del mismo PT como sucesora designada por él como candidata al cargo de presidente, marcan un antes y un después en el devenir político de Brasil.
Pero este cambio introduce también una divisoria en la ecuación de “Orden y Progreso” y sus valores políticos asociados. En efecto, hasta los gobiernos de Goulart, Neves, Sarney, Collor de Melo y Henrique Cardoso, el protagonista político central fueron las élites tradicionales brasileras, todas ellas suscriptoras de un proyecto nacionalista que hiciera de Brasil una potencia moderna, seria, respetada, desarrollada, global. Que compitiera y ganara respetando las reglas del juego internacional y que pudiera mostrar todos los atributos, formas y contenidos de las “otras grandes potencias”.
El triunfo de Lula y del PT, abrió paso a un proyecto en el cual el “orden y el progreso” son funcionales a un propósito de liderazgo ideológico de izquierda de alcance regional, desde donde se proyecta al mundo. Ya no aspira a ser una potencia burguesa sino que se posiciona dentro del espectro de las potencias disruptoras, revolucionarias, con las debidas consideraciones a las realidades actuales y al aprendizaje de los intentos revolucionarios que fracasaron durante el siglo XX, pero aún revolucionaria. Es aquí donde se encuentra el fundamento de la afinidad y el compromiso del Brasil actual con Chávez de Venezuela, con Correa de Ecuador, con Fernández de Argentina, con Ahmadinejad de Irán, con Gadafi de Libia y con los hermanos Castro de Cuba; con el antiimperialismo y con la aversión a la globalización y al libre comercio.
En este contexto, el proyecto del PT es conjurar la posibilidad de un estallido social, un golpe militar o, lo más probable, una violenta desintegración nacional, asegurando y consolidando la estabilidad económica; estableciendo niveles de crecimiento económico aceptable y creando las condiciones necesarias para una mejor distribución de la riqueza y del poder. Desde esa condición de poder, Brasil se proyectará al mundo como el líder regional de una Sudamérica de izquierda y antiimperialista.
Hoy día, si se llama a Brasilia, el teléfono ya no lo contesta Itamaraty con su proyecto nacionalista tradicional sino otros actores cuya visión del mundo y de la región es fundamentalmente ideológica. Algo profundo ha cambiado en Brasil, esos cambios llegaron para quedarse y se confirman cuando Lula prepara su regreso para seguir consolidando el proyecto.
Brasil, bajo todos los regímenes, se ha mostrado muy hábil en el proceso de “creación social de la realidad” magnificando hechos en base a palabras y gestos. En esto el gobierno de Lula alcanzó cotas de creatividad nunca antes alcanzadas, consiguiendo una presencia mediática mucho más alta que su influencia real, lo que contribuye a dar una imagen de unanimidad nacional inexistente y una “inevitabilidad” de éxito.
Este cambio de paradigma encuentra alguna resistencia dentro de Brasil y no es completamente percibido en muchas cancillerías latinoamericanas y de países de otras partes del mundo. De hecho, Brasil se encuentra en un proceso de rotación de elites: instituciones respetadas, notablemente su cancillería, están quedando postergadas por una nueva distribución de poder político. El poder económico continúa en las mismas manos tradicionales, subscriptoras, como se dijo, del modelo nacionalista de “Brasil Potencia Mundial” y no reaccionarán mientras sus negocios sigan prosperando, pero el poder político parece haberse desplazado hacia la alianza entre los sectores populares y desposeídos que irán adquiriendo creciente influencia a medida que el Partido de los Trabajadores fortalezca su organización y avance en la materialización de su proyecto ideológico “Brasil, líder regional antiimperialista”
Que Chile, Perú , Colombia y México tengan éxito, individualmente y como Alianza del Pacífico les resulta un trago amargo y explica las airadas expresiones de Aurelio García respecto al devenir de este grupo. Este es también el fundamento de los sucesivos desaires que la Presidente Rousseff hace a Chile, comportamiento que siendo molesto no es relevante.
Parece evidente que nuestro país puede integrarse, complementarse y competir lealmente con el proyecto nacionalista de “Brasil, Potencia Mundial”, pero que al igual que varios otros países de la región, no tiene mucho que ver con este proyecto ideológico de “Brasil, líder regional antiimperialista”.

Brasil: otro proyecto voluntarista

A lo largo del siglo XX Brasil tuvo una variedad de políticas exteriores tanto de izquierda como de derecha, siempre alrededor de la aspiración de ser considerado potencia mundial y estado hegemónico regional. Sucesivamente, fue aliado de EEUU durante la II Guerra Mundial; tercermundista durante los gobiernos de Quadros y Goulart a comienzos de los ´60; “key country” de los EEUU, delegado para la conservación del orden regional hasta comienzos de los ’70, y “díscolo” de los EEUU hasta 1979.
Entrando en el siglo XXI, durante el gobierno del socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso, Brasil se aproximó al esquema del Consenso de Washington hasta el año 2002 en que el Partido de los Trabajadores (PT) conquistó el poder con Luiz Inacio “Lula” da Silva a la cabeza y luego con el régimen actual a cargo de Dilma Rousseff y puso en práctica un modelo de política exterior basado en una combinación de democracia política y neomarxismo económico, manteniendo constantes las dos aspiraciones antes señaladas: ser considerado potencia mundial y ejercer la supremacía regional.
El “cerebro” del proyecto político del PT es Marco Aurelio García, (MAG o El Profesor) de 68 años, egresado de Derecho y Filosofía en Brasil y de Ciencias Sociales en París. Ex – miembro del Partido Comunista Brasileño, estuvo exiliado en Santiago y en París. Miembro fundador del PT y brazo derecho de Lula en su marcha hacia el poder. Se auto clasifica como “consejero” en asuntos latinoamericanos, y trascendiendo el período de Lula, hoy día sigue siendo el custodio del proyecto político del PT. Según La Nación, de Buenos Aires, “Si Lula es … una especie de presidente de toda América latina, Marco Aurelio García vendría a ser una suerte de canciller de la región”.

En cada una de estas sucesivas estrategias políticas, Brasil adoptó los modales y actitudes de gran potencia: Se matriculó con tropas para combatir al Eje junto a las fuerzas norteamericanas en Italia; adquirió un portaaviones; intentó fabricar una bomba atómica (proyecto secreto Solimões de transferencia de tecnología nuclear alemana a la producción de armamento atómico); comenzó la construcción de un submarino nuclear que aun no se termina, anunció grandes inversiones en defensa que generalmente no se materializaron; intentó ser el proveedor regional de armamentos y, a veces con buenas maneras y otras con malas, intentó meter en cintura a los países de la región.

Con Lula se movió como gran potencia: apoyó a Irán, homenajeó a los hermanos Castro, aplaudió a Gadafi y Assad y patrocinó a Chávez. En palabras de García, “a partir de 2003 Brasil comenzó a frecuentar las reuniones del G-8, a tener un papel importante en las negociaciones comerciales y terminó siendo invitado para la instancia máxima de gobernabilidad mundial, que es el G-20”. Son gestos que para la diplomacia tienen significación y que para los medios de comunicación social elevan el perfil de un país, pero de ahí a que ellos importen capacidades y peso real de gran potencia, hay una distancia sideral.
La llegada a la presidencia de Brasil de un sindicalista de izquierda fue acompañada de cierta inquietud internacional que se disipó rápidamente cuando adoptó políticas favorables a los negocios y la inversión, y se convirtió en una grata sorpresa que suscitó el aplauso mundial. La simpatía personal de Lula y el protagonismo mediático y político del progresista García hicieron el resto. Brasil se convirtió en un suceso.

El Plan “hambre cero” y una serie de medidas paliativas de la pobreza extrema y de apoyo al bienestar social puestas en práctica en Brasil son meritorias, pero no bastan para hacerlo una gran potencia. Se necesita más. Ocho ministros destituidos por corrupción en menos de la mitad de un solo período gubernamental son elocuentes de un agudo déficit de institucionalidad. La pacificación de algunas favelas es también significativa, pero lo es menos si se hace con fuerzas de ocupación permanentes de la policía militar. “Marcola”, capo de la droga en las favelas de Rio explica en una entrevista a O´Globo: “Soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me miraron durante décadas y antiguamente era fácil resolver el problema de la miseria … ¿Qué hicieron? Nada.
Ahora somos ricos con la multinacional de la droga. Y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social. ¿Solución? No hay solución, hermano. La propia idea de “solución” ya es un error. ¿Vio el tamaño de las 560 favelas de Río? ¿Anduvo en helicóptero sobre la periferia de San Pablo? ¿Solución, cómo?”

El Mercosur nació 1991 como un acuerdo de arancel externo común entre Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay en vista a crear un espacio cerrado de intercambio comercial, y materializar la expresión política de la nueva alianza. Si hace dos décadas alguien creyó era posible el libre tránsito de bienes entre los países, sin restricciones ni mercadería parada en los puertos, ya debe haberse desengañado. Después de 8 años de creciente superávit comercial, Brasil está en una larga crisis con Argentina para resolver las restricciones a las exportaciones que ésta le impone y el gobierno de Dilma Rousseff está ahora convencido de que la modificación unilateral de las reglas por parte del gobierno de Cristina entorpece el comercio entre los dos socios.
El comercio que los países del Mercosur realizan entre sí representa apenas el 16 % de todas sus transacciones, el otro 84 % va al resto del mundo. Las exportaciones entre los cuatro socios de Mercosur llegan al 15,7 % del total. Y las que son colocadas afuera al 84,3 %. Una relación igual de dispareja arrojan las importaciones: un 16,6 % contra el 83,4 %. La ambiciosa integración regional es cuanto menos pobre y peor aun la salida al mundo de productos originados en el Mercosur.
Marco Aurelio García también percibe estos problemas: “Si uno ve la estructura política del Mercosur, con sede en Montevideo, vemos que es ridícula. No porque sea mala, sino por lo pequeña. Necesitamos tener políticas específicas, como en la Unión Europea (UE), donde hay un Comisario que se ocupa de la infraestructura, de la integración energética, de la integración social, científica… en eso estamos yendo con mucha lentitud … uno de los problemas es que los países presentan resistencias para aceptar instituciones supranacionales”.
Y continúa: “hay otro dato importante, Brasil no es dependiente del comercio exterior, que representa el 14% del PBI. Hoy el eje de la economía brasileña es interno. Por eso estamos sufriendo, pero resistiendo mejor la crisis que los países con más del 40% de su PBI vinculado al exterior”. Es evidente que si para Brasil, principal promotor de Mercosur, la salvación en la crisis actual es precisamente su autarquía económica, -su no dependencia del comercio exterior-, es que Mercosur ha fracasado.
La nueva política, según García, va por el lado de la “integración productiva. Pero visualiza algunos problemas: “Es obvio que … no hay forma de equilibrar el comercio con todos los países de América Latina, a menos que dejemos de exportar cosas que ellos demandan. Y si dejamos de exportarlas, van a comprarlas en Estados Unidos o Europa. La razón es que Brasil tiene una economía muy diversificada, con niveles de productividad creciente y otras cualidades que otros países no tienen”.
La idea de García sería que Brasil proveyera los bienes terminados a la región y el resto de los países le pagara en commodities y productos agrícolas. Lo curioso es que las quejas más enérgicas contra EEUU que hacen los partidos progresistas como el PT son por aplicar ese mismo tipo de políticas.

García, acomodando la realidad a su proyecto, dice que la Alianza del Pacífico “no lo preocupa mayormente. Además sufrió una primera baja con la elección de Humala en Perú. Por otra parte, pienso que con Colombia se puede pensar –mas allá de las preferencias que pudiera tener por eso- que tendría a fin de cuentas una buena integración sudamericana. Y bueno, México y Chile tiene problemas hoy día más grandes que cuidar que el Arco del Pacífico”,

Voluntarismo puro.