Hegemonía cultural de la izquierda

Hace poco Ernesto Ottone nos decía que el cambio de hegemonía en Chile ya había ocurrido y que había sido en beneficio de la izquierda.

En lo económico y social la idea de progreso vía iniciativa, esfuerzo personal y libre competencia habría dado paso a una valoración social generalizada del protagonismo del estado para marcar el rumbo del desarrollo de la sociedad y las personas, ahora solo con una complementación del sector privado.

Ya habría sido superado “El Chile que hizo las reformas que llevaron a su temprana integración a la nueva economía mundial y a desarrollar una visión de lo social como alivio del fenómeno de la pobreza, una acción social apenas subsidiaria del Estado” en que “la idea del Estado de bienestar era vista como una peligrosa perversión maximalista; (en que) las políticas sociales estaban destinadas a ayudar a quienes quedaban a la vera del camino; (donde) la protección social, las pensiones, la salud y la educación abrían sus puertas a la gestión privada (y en la cual) la tesis de que la protección social se resolvía por la vía de los seguros privados ganó fuerza y espacio”.

Sin perjuicio de lo señalado, Ottone reconoce que “Medida por los mismos instrumentos, la pobreza en Chile ha bajado desde 38,6% a 13,7%; la indigencia desde 13% a 3,2%. Ello, entre 1990 y 2006. … Hacia 2006, Chile era el país de América Latina que mostraba el menor porcentaje de población viviendo bajo la línea de pobreza. Pero no sólo eso: Chile, además, ha sido el país que, desde 1990 a la fecha, más ha reducido los niveles de pobreza en América Latina.

Con el tema de la desigualdad, aunque alguna gente diga que nada ha

cambiado, también es posible apreciar cambios, aunque modestos”.

No me parece que los cambios hayan sido tan modestos y para ser veraces, los cambios  más significativos, -como Salvador Valdéz responde a Ottone en “El Chile que viene”-, se hicieron a partir de 1975 durante el gobierno militar, “bajo la dirección de Miguel Kast y apoyados por Pinochet”.

Pero los cambios que de veras importan a la izquierda, son los políticos. La hegemonía que realmente los emociona es la hegemonía ideológica.

En las últimas semanas hemos podido leer una variedad de “nuevas verdades” que están comenzando a ser materializada por los “hegemones” de la izquierda.

Una enérgica partida la marcó Santiago Escobar en El Mostrador: “¿Qué fue lo que impulsó a que militares violaran a mujeres indefensas, asesinaran niños, torturaran a miles de personas o simplemente las ejecutaran y las hicieran desaparecer? ¿Cuál formación ética o doctrinaria permite que tales actos pasen a ser considerados operaciones militares, se transformen en hechos habituales, y den paso a una pedagogía del terror en contra de los ciudadanos de un país? Peor aún, ¿bajo cuáles circunstancias un mando militar olvida lo más esencial de su profesión, que es proteger a la población y se dedica a exterminar adversarios políticos?”.

Las tintas están cargadas y varias afirmaciones son, por lo menos, discutibles. Solo un ejemplo: para proteger a la población a veces hay que reprimir temporalmente a los enemigos de la libertad que quieren constituirse en sus represores permanentes. Una versión perversa de lo mismo la constituyen Fidel Castro y Margot Honecker, esta última huésped de honor de la izquierda local. También están varios expertos nativos -devenidos empresarios y miembros de directorios-, a los que los militares no les dieron tiempo ni oportunidad para poner en práctica sus ideas de control popular.

Lo que Escobar denuncia es detestable, pero es un asunto bastante más complejo. Cabe preguntarse cómo fue que ejércitos democráticos como el francés y el norteamericano cayeron en comportamientos tanto o más graves. Sin mencionar a los ejércitos “populares”, como el cubano con su paredón infame o los de la Unión Soviética con su gigantesco Gulag.

Él lo atribuye a la “locura moral” que hizo presa de los militares chilenos y “Si un loco moral que cometió delitos de lesa humanidad sigue ostentando grados y emblemas que solamente corresponden a militares de honor, aún estando preso o muerto, continúa manchando a su institución. Significa también que ella está confundida, y que ha sido y es incapaz de simbolizar en la condena de esas conductas, con hechos concretos, —por más difíciles que sean— los límites que un militar no puede transgredir”. A continuación demanda la degradación militar y la pérdida de todos sus grados, honores y reconocimientos para Augusto Pinochet y Manuel Contreras.

Y describe la locura moral: “Un loco moral es, según el criterio más extendido, un sujeto que teniendo todas sus funciones psíquicas aparentemente normales y poseyendo una inteligencia normal —o incluso superior— se comporta de un modo contrario a las normas morales, premeditadamente y sin necesidad, porque aún cuando conoce, por así decirlo, el código de la moral, le falta sentirlo para creer en él” (p. 91, Manual de Psicología Jurídica, Salvat 1932).

El comportamiento de Salvador Allende cae bastante bien en esta definición, su forma de burlarse de «los límites que un político no puede transgredir» quedan de manifiesto en su forma de entender y cumplir el “Estatuto de Garantías Constitucionales” a que se comprometió con la Democracia Cristiana para hacerse del poder y que luego, ante Regis Debray, reconociera como “solo una necesidad táctica” justificada con un cínico: “ponte tú en las circunstancias”. Qué decir de su torpe intento de embaucar a las FFAA para que le hicieran la revolución que él mismo era incapaz de sacar adelante. Este loco moral tiene monumento en la Plaza de la Constitución.

Para la izquierda, Pinochet y los militares son instrumentales, lo relevante es recuperar «los ideales de Allende», resucitar la revolución y eso pasa por demonizar al Gobierno Militar y de ahí pasar a la desligitimación total de la democracia y el caricaturesco modelo neo – liberal. Los nuevos “hegemones de la izquierda” buscan dejar establecido que el gobierno militar interrumpió la exitosa marcha de un gobierno popular y democrático y no la del fracasado  gobierno violento, sectario y lleno de odio que los chilenos vivimos y sufrimos.

Carolina Toha, alcaldesa de Santiago, en una columna aparentemente pía y conciliadora nos instruye sobre su “nueva verdad”: “A partir del 11 de septiembre de 1973, Chile se transformó en un país donde las reglas de la convivencia, del derecho y de la República fueron borradas. Perdió sus referencias, sus coordenadas, su identidad. Mientras más nos alejamos de esa mañana del 11 de septiembre, más nos damos cuenta de lo profundo y radical que fue el quiebre de nuestra nación”. Probablemente entre los años 70 y 73 era muy joven para darse cuenta de las realidades nacionales, pero un breve repaso de lo dicho, escrito y hecho por las autoridades de la época, la ayudaría a no caer en falsedades tan burdas.

Concluye con una expresión conmovedora: “Chile ha hecho un gran ejercicio de memoria en estos días: mirar el pasado, asumir su dolor, sin miedo, para ir dejando de lado eufemismos y medias verdades, para que el futuro vuele alto y sea construido por todos los chilenos con la fuerza de un país que aprendió de su historia”.

Difícilmente el país va a aprender de su historia si sus intelectuales y líderes demuestran no solo no haber aprendido nada, sino que continúan engañándose a si mismos y a los nuevos incautos que los siguen; cuya elasticidad moral les permite maldecir a Pinochet mientras protegen a Margot Honecker para que continúe pululando en nuestra ciudad; que lucharon por la democracia en Chile desde sus refugios en Cuba y la República Democrática Alemana sin percatarse de la existencia de la Stasi; que siguen adorando al Che Guevara que inspiró su actuar revolucionario en esta joya del humanismo y la democracia: «El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal». Es una declaración que Contreras probablemente comparta.

Camila Vallejos -revolucionaria y candidata a diputado- por su parte, hace las mismas piruetas verbales que escuchamos en esos años a sus predecesores en el Partido Comunista: “El pueblo tiene derecho a combatir en masa la violencia estructural que existe en la sociedad. Y nosotros nunca hemos descartado la posibilidad de la vía armada, siempre y cuando estén las condiciones. Sin embargo, en este momento, ese camino está totalmente descartado, porque la tensión que hoy existe es neoliberalismo versus democracia”. ¿En qué quedamos?, ¿votos o balas?: ¡depende de las condiciones!.( a propósito, ¿qué será de las armas de Carrizal Bajo?, ya nadie las busca)

La nueva “hegemonía” de la izquierda apunta ahora ya no solo a implantar su verdad, ya lo hizo, ahora pretende que los calumniados la validen. Y seguirán repitiendo sus medias verdades / medias mentiras para que el tema no se olvide, su hegemonía se solidifique y les siga siendo rentable. Ahora a prepararse para la conmemoración de los 45 años, próximos a las elecciones de 2017.

«Siglo XXI», el think tank socialista arrastró al CEP hasta su territorio y le dio una paliza intelectual. Antes citaba a los candidatos socialistas para tomarles examen, ahora invita a Bachelet y a Vallejos para conseguir ser «cooptados» por la izquierda. Fueron «hegemonizados».

Si las FFAA gozan del respeto y cariño de la inmensa mayoría de los chilenos no es gracias a los desvelos de la izquierda ni del Presidente Piñera. Cuando éste último saca lustre a su voto por el «no», apunta con el dedo a los «cómplices pasivos», se luce con su condición de cuasi «detenido desaparecido» e incumple sin atenuantes sus compromisos electorales de justicia para los militares prisioneros, está repitiendo el comportamiento pragmático que le permitió enriquecerse aprovechando las condiciones creadas y mantenidas por los militares, mientras otros políticos se la jugaban apoyando al Gobierno Militar para sacar a Chile del hoyo en que lo dejó la UP, enfrentaban una seria amenaza de guerra con Perú en 1975 y 1976, combatían el regreso de los terroristas con apoyo soviético y cubano -contrabando de armas incluido-, otra amenaza de guerra con Argentina en 1977 y 1978, en medio de un feroz embargo de armas y dos crisis económicas muy dañinas para Chile.

Desde hace años la derecha política, carente de líderes, se debe resignar a seguir a caudillos antropófagos que no respetan a quienes votan por ellos. La derecha económica sigue soñando que tiene poder porque tiene dinero, cuando la verdad es exactamente al revés: tiene dinero porque el Gobierno Militar los proveyó de un ambiente en el cual pudieron enriquecerse y cuando heredaron un poder que no merecían, no lo supieron emplear para el bien de los chilenos y no han sido capaces de conservarlo. Más temprano que tarde el fin de la libertad matará sus negocios.

Y todo Chile estará «hegemonizado».