«La primavera Chilena». ¿Fiesta o Revolución?

En todos los grupos humanos después de un largo invierno viene el jolgorio de la primavera con sus fiestas. Las fiestas son importantes para todas las sociedades: contribuyen a su solidaridad, fortalecen su cohesión y potencian su espíritu de cuerpo.

Las fiestas -mediante ritos que llegan a hacerse “tradicionales”-, generan intensos estados de ánimo entre los participantes. Se inician alegres, pacíficas y familiares aunque a veces incluyen actos vandálicos ajenos a su espíritu. Las personas se ponen atuendos que nunca usarían en público, cantan canciones y adoptan, sin sonrojarse, actitudes que jamás tendrían fuera de la estricta privacidad.

De este modo, quienes han participado en la fiesta viven y siente íntimamente los diversos estados de ánimo impuestos por la ocasión. El cuerpo social vive, en conjunto, una amplia variedad de emociones que de alguna manera irán conformando y reforzando la “cultura” del grupo.

A medida que avanza la sofisticación de las sociedades los rasgos más agudos y violentos de las festividades se van suavizando y éstas se van materializando en formas más sutiles y autocontroladas.

El modo de combinarse de los diversos elementos constitutivos de la fiesta es de una variedad infinita, pero hay cierto número de elementos que siempre aparecen, cualesquiera que sean los tipos de civilización:

Sea un desfile, una peregrinación o una “marcha”, las fiestas son masivas y reúnen a personas habitualmente dispersas y desvinculadas. Esta condición masiva es la que ayuda a romper los tabúes habituales homogeneizando a personas que eran “diferentes” pero que quieren dejar de serlo y fundirse en una nueva identidad. La fiesta es un rito de gastos o despilfarros, el grupo consume, y a veces incluso destruye,  bienes que había acumulado con trabajo y esfuerzo.

En las fiestas siempre hay una destrucción ostentosa sea de bienes materiales o de recursos sociales que hasta cierto momento habían sido considerados valiosos pero que su obsolescencia marca uno de los rasgos de la nueva situación social que se desea establecer, como lo que sucedió con la moda de las fotos masivas de personas desnudas, en que los manifestantes querían mostrar la desvalorización de los pudores tradicionales y el acortamiento de las distancias sociales formales: en cueros, todos somos más o menos iguales.

La fiesta lleva siempre consigo transformaciones, más o menos grandes, de las reglas morales. Se levantan algunos tabúes- y, se permiten hechos que habitualmente son reprobables. Es normal es que en la fiesta haya una cierta subversión de las reglas morales tradicionales. En Roma, durante las Lupercales los esclavos mandaban a los dueños. En el Dies Meretricium, las prostitutas recibían honores de los magistrados y de los pontífices.

Resumiendo, mientras más grande es la fiesta, más lleva consigo el trastorno legítimo de todas las leyes. La fiesta es a la vez un excedente de vitalidad para gastar, una forma de expresar e incorporar cambios sociales y una actividad que rompe con las preocupaciones vitales habituales.

En el caso de Chile, los profundos cambios habidos en los últimos 40 años demandan nuevos ritos de afirmación de la estructura social emergente, de sus símbolos y expresiones; de “fiestas” con características diferentes que reflejen los nuevos valores y formas sociales, de nuevas formas de expresar las alegrías y frustraciones, de reclamar y apoyar.

En este sentido las primeras marchas multitudinarias del año 2012, muestran mucha similitud con una fiesta. Grupos familiares, con abuelas y nietos, con gorros y vestuarios ad – hoc, con cánticos y slogans que mostraban su apoyo o rechazo a una amplia variedad de temas, desde “Aysén sin represas”, a las AFP, a los movimientos homosexuales o a la educación gratuita.

También estuvieron presentes “los encapuchados” y los vándalos a cara descubierta, los apaleos a los policías que lograban capturar, los saqueos a farmacias y sucursales bancarias, la destrucción de inmuebles, señalética y kioskos de periódicos. Culminando con el saqueo de supermercados lanzamiento de bombas molotov a la policía y rayados con pintura a casi todos los inmuebles por donde transcurría la marcha, desmanes efectuados en su mayoría por participantes marginales que no alcanzaban a marcar el espíritu original de la marcha.

Una parte de la concurrencia estaba de fiesta, disfrutando de la satisfacción de “ser parte activa” de algo valioso e importante, que daba cuenta de su nueva identidad de ciudadanos modernos, globalizados, autónomos y empoderados. De ciudadanos libres. La otra parte participaba con otra motivación: iniciar una revolución.

Para los revolucionarios la marcha era la oportunidad para mostrar y agitar una idea completamente diferente: su ambición de constituir una forma distinta de gobierno a la actualmente existente, de dar origen a un cuerpo político nuevo; iniciar la construcción de un nuevo estado.

Para los revolucionarios nada de lo existente es útil para construir su utopía, nada de lo hecho en los últimos 40 años es válido como promesa de progreso social y personal y aspiran a una sociedad radicalmente diferente. El progreso material y social alcanzado son insignificantes, el camino recorrido ha llegado a su fin y ahora es necesario refundar las estructuras políticas desde sus cimientos.

En este sentido, es preciso que cada chileno se auto analice con honestidad y defina si su participación y la de su familia en las “expresiones ciudadanas” multitudinarias es una manifestación festiva de su existencia como ciudadano que expone su nueva forma de integración y participación social para perfeccionar el sistema político existente o si lo que en realidad busca es una revolución que lo reemplace porque cree que el camino seguido por Chile hasta hoy es erróneo, perverso e incapaz de permitir la vida en libertad y dignidad.

En el primer caso, debemos aprender a controlar el desarrollo de nuestras «fiestas» y no dejar que los revolucionarios escamoteen nuestro derecho a expresarnos; si fuera la segunda alternativa y lo que quieren es hacer una revolución, que lo digan con claridad y expliquen cómo es el Chile que quieren.