Cuarenta años y Cuarenta días después

La conmemoración de los 40 años del 11 de septiembre de 1973 en medio de una campaña electoral fue la ocasión propicia para un repaso intenso de todo lo truculento e impactante ocurrido a partir de esa fecha. La “memorización” corrió por cuenta de los medios de comunicación, que en esta ocasión y dentro de su banalidad habitual, se esmeraron en la búsqueda de imágenes y declaraciones impactantes. La novedad la aportó una entrevista efectuada por tres canales de televisión a un senil e inconexo Manuel Contreras que aportó la cuota de barbaridades que el caso requería. Otra sorpresa fue la aparición de nuevos e impensados “sobrevivientes” de Villa Grimaldi y las rocambolescas peripecias de algunos buenos burgueses que nadie hubiera pensado que estuvieron a un tris de engrosar la lista de los detenidos desaparecidos. La pretensión de haber estado  en ese siniestro lugar parece haberse transformado en certificado de demócrata y «nuevo derechista» reformado; en algo que “viste”.

Luego vino la semana de las Fiestas Patrias y el foco de la atención pública volvió a las elecciones, a las sorpresas que ella pudiera deparar y al cálculo de cómo me afectaría a mi si fuera electo X, Y o Z.

¿Qué dejó a los chilenos este recuento de espantos?, creo que algo comenzó a sonar raro a muchos de los periodistas e intelectuales que enfrentan este tema desde una perspectiva seria y de largo plazo, y de esa incomodidad están comenzando a surgir las preguntas críticas para el devenir de nuestra sociedad, algunas de las cuales podrían ser:
¿Cómo fue que llegamos a eso?; ¿por qué y cómo fue que nuestra sociedad se intoxicó de odio, resentimiento y furia?; desde el 70 hasta el 11 de septiembre del 73, ¿qué pretendían realmente los políticos de ambos bandos en pugna?; ¿es que nadie se daba cuenta de la gravedad de la situación del país?; ¿quiénes eran, política y moralmente -en su fuero interno- los líderes políticos de ese entonces, varios de los cuales siguen en funciones?; -¿cómo se explica que el extremismo revolucionario amenazara de muerte a la oposición y a las FFAA con una escopeta descargada?; ¿cómo fue que sus líderes huyeron abandonando a sus seguidores, sin dar nunca cuenta de su irresponsabilidad y deslealtad?; ¿qué creían los líderes de la UP que resultaría de su intento de que las FFAA se les plegaran para hacer, en su nombre, la revolución que ellos mismos había abortado?; la violencia represiva ¿fue una y la misma en cada momento del Gobierno Militar?; ¿cómo es que hubo militares profesionales que llegaron a eso?; ¿es ese un rasgo derivado de su condición militar o de una déficit cultural general de nuestra sociedad?; ¿cómo la pugna de poder entre los miembros de la Junta de Gobierno se reflejó en la violencia represiva; la intervención norteamericana política y financiera, ¿contribuyó a agravar el enfrentamiento antes y después del 11 de septiembre?; ¿cómo afectaron a la política interna las feroces presiones económicas, políticas y militares extranjeras contra el Gobierno Militar?; ¿la intervención de los gobiernos de Cuba y la Unión Soviética, mediante la organización y apoyo a grupos armados y entrenados en sus territorios, ¿cambiaron la naturaleza del conflicto interno en Chile?; ¿por qué, parte significativa de la opinión pública apoyó al Gobierno Militar y continúa considerándolo necesario?; ¿quiénes eran Pinochet y Allende tanto como personas como en su rol de gobernantes y líderes políticos y que responsabilidades les caben en el desastre ocurrido?; ¿cómo planeaba Allende y la UP continuar su revolución si conseguía el apoyo militar vía Prats?; ¿después de Carrizal Bajo, qué venía?; considerando que el PC sigue validando la vía armada como una opción para conquistar el poder, ¿donde están las armas que internó y nunca fueron habidas?.
Al final del día, la pregunta global es que llevó a Chile a quebrarse y llegar a ser una sociedad de enemigos, y que hoy -a mas de 40 años- algunos grupos sigan intentando considerarse “ganadores” para satisfacer sus complejos y traumas personales, montados sobre una pirámide de muertos, desaparecidos, encarcelados, difamados, dolor y odio, para lo cual necesitan que el resto de Chile siga “perdiendo”. Sería patético si no fuera tan peligroso.

Por otro lado, si todo se olvida, si no se recuerda nada, ¿cómo vamos a obtener algún provecho de la experiencia?. Debemos clarificar para que queremos recordar. Esta no es una cuestión retórica. Se puede recordar con propósitos muy diferentes. Si el ser humano es perfectible, necesita imperiosamente que su código de conducta vaya incorporando sus experiencias, buenas y malas, y para eso es necesario recordarlas. Para olvidar es necesario primero recordar y luego decidir olvidar. Cada persona tiene derecho a ser completamente independiente de su pasado y disponer de él como le plazca.

Pero la memoria tiene buenos y malos usos.

Una buena explicación –para mi- es la de Tzvetan Todorov, que señala que “el acontecimiento recuperado puede ser leído de manera literal y de manera ejemplar. En la manera literal el recuerdo no conduce a nada más allá de si mismo. Todas las interpretaciones se instalan sobre él, se subrayan las causas y consecuencias de ese acto; a su autor, y se extienden todas las consecuencias del trauma a todos los instantes de la existencia de ambos, culpable y víctima. Alternativamente, en una lectura ejemplar, una vez recuperado el recuerdo -sin negar su propia singularidad- se decide utilizarlo como una manifestación de una categoría más general que sirva de modelo para comprender otras situaciones nuevas. Así, el pasado se convierte en principio de acción.
Una vez establecido el pasado, la pregunta sería ¿para qué puede servir y con qué fin?.

¿Qué utilidad tiene el pasado si no permite ver la aberraciones del presente?. Una persona que fue víctima de prisión injusta o de torturas no podría homenajear a Fidel Castro, a Kim Jong Il, ni proteger a Margot Honecker ex – dueña de la Stasi. Un crimen no explica al otro, en ningún sentido, pero ¿si no ayuda a mejorar al presente y el futuro, que utilidad tendría la memoria?. Salvo que existan otros intereses. Sea perpetuarse como víctima eterna, con las ventajas que ello acarrea en cuanto a supremacía moral y otras ventajas, como manera de deslegitimar una visión política adversaria, a un sector social o a instituciones que  desagradan o peor aún, colarse de contrabando entre las víctimas y apoderarse de parte de la deuda simbólica, como está sucediendo en nuestro país.

La memoria tiene otra arista complicada: ¿cómo y quién elije que recordar?.
Siguiendo a Paul Ricoeur, existe la memoria y el olvido, pero éste último, en sociedades complejas, es más bien una decisión de «no recordar»; es decir, decidir si se olvida o no, y que parte de la memoria se olvida. Las opciones selectivas de olvido suelen ser complicadas, pues muchas veces explotan en la cara: sea la supresión de la idea de izquierda durante el Gobierno Militar  u hoy, de la ideología y el comportamiento de la UP previa al 11 de septiembre del ’73.

La razón es que las explicaciones parciales siempre dejan heridos en el camino. Heridos que quedan frustrados con el sistema; que consideran han sido sometidos a un tratamiento «injusto» en la construcción de los consensos sociales y que, por lo mismo, buscan revertirlos. La selección no puede sino ser «un pacto social» de alta legitimidad. Otra conclusión relevante de Ricoeur es que la Historia, por principio, se «niega» a ser de nadie, pues porfiadamente destruye las construcciones oficiales. El intento algo patético de la “ley de olvido selectivo” que significó el proyecto de Ley de Memoria Histórica del año pasado, no es más que una aproximación totalitaria para tratar de «borrar al faraón del registro», como en el antiguo Egipto. Un inconducente intento de “oficializar” que la tragedia chilena comenzó el 11 de septiembre de 1973, que a partir de esa fecha, y solo desde esa fecha, hay buenos y malos, culpables e inocentes, perfectamente identificados.

Eso no solo no funciona, sino que deja preguntas abiertas que normalmente destruyen a los que buscan imponer esa visión restrictiva. Ha llegado el tiempo de pensar y hablar en serio, no hacerlo nos puede llevar a repetir la historia.