El largo conflicto de Brasil con Chile comenzó en 1999, cuando el entonces presidente Lagos decidió -a mi juicio con gran acierto- firmar un Acuerdo de Libre Comercio con EEUU en vez de unirse al Mercosur. Esta decisión le valió la furia de una parte sustantiva de la elite brasileña, comenzando por el presidente Fernando Henrique Cardozo, antiguo amigo de Lagos que ahora pasó a ser ex – amigo.
Esta primera rabieta se manifestó en forma abierta y reiterada. La amistad “sin fronteras” con Chile como les gusta decir a los brasileños, encontró fronteras precisas y sólidas: el gobierno de Chileno no estaba disponible para tirar por la borda años de esfuerzo para abrir su economía y readecuar su comercio interno y exterior ni menos para sacrificar su evidente y visible progreso económico solo para unirse a otra propuesta proteccionista y estatista ya probada y fracasada.
La segunda reacción vino por cuenta de Luiz Inacio da Silva –Lula- auto declarado amigo de Chile que encabezó, desde el Foro de Sao Paulo, una campaña a nivel regional para forzar a Chile a aceptar la imposición de sus preferencias políticas. Dicho Foro, fundado por el Partido de los Trabajadores de Brasil para unir a los partidos de izquierda revolucionaria de Latinoamérica después de la caída del Muro de Berlín, tuvo su primer triunfo con Hugo Chávez que logró conquistar el poder en Venezuela en 1998, precediendo a Lula que lo hizo en 2002 en Brasil. Chávez, en una de las primeras reuniones del Foro explicaba que en la región habían dos alineamientos en competencia: los “bolivarianos” socialistas del Atlántico, y los libremercadistas “monroístas” del Pacífico. Llamó a la destrucción de los monroístas y expuso su diagnóstico estratégico -también acordado con Lula- respecto a que la integración basada en el nacionalismo latinoamericano y el antiimperialismo requería enfrentar decididamente el “regionalismo abierto” que practicaban Colombia, México y otros países Centroamericanos -y muy conspicuamente- Chile bajo los gobiernos de la Concertación.
Los acuerdos del XIX Foro de Sao Paulo en agosto del 2013 concluyeron fustigando a la Alianza del Pacífico porque en su agenda se hallaba la liberalización del comercio y de los servicios: “Denunciamos las tentativas, inspiradas en potencias extrarregionales, en el sentido de fracturar y sabotear la integración regional, como es el caso de la llamada Alianza del Pacífico y la búsqueda incesante por generar crisis y estimular divisiones en el Mercosur”. También señaló la declaración. “No por casualidad está formada por países que poseen tratados de libre comercio con Estados Unidos”.
La Alianza del Pacífico fue designada como el objeto del odio revolucionario.
Luego vino la tercera voltereta. Entre 2010 y 2012 el gobierno de Rousseff tomó nota del estancamiento de la economía de su país y el 2013 reaccionó con arrogancia planteando “la incorporación de Mercosur, con Brasil a la cabeza, a la Alianza del Pacífico”, petición que fue rechazada ya que a la Alianza no incorporaba asociaciones sino países individuales. La ira se concentró en el gobierno de Chile –concretamente en su presidente Piñera-, a tal punto que Marco Aurelio García –canciller oficioso de Brasil – le informó a Piñera que el rechazo era considerado como una agresión a Brasil.
La cuarta voltereta. A juego perdido, Rousseff, a través del omnipresente García, se aproximó a la candidatura de Bachelet. Sus huellas digitales está nítidas en su programa de gobierno.
En su último viaje antes de la instalación de esa administración, García lanzó una curiosa propuesta de revivir el “ABC”, histórico proyecto de asociación entre Argentina, Brasil y Chile, del cual Chile había sido excluido durante los años de pobreza que siguieron a la crisis de 1929 y a la instalación de la clase media como actor autónomo en el esquema de poder político nacional. Parece que esta idea fue una “volada” personal de García ya que prontamente cayó en el olvido.
La quinta vuelta de carnero fue el lanzamiento de una alternativa que implicaba el regreso de Brasil a las políticas socialdemócratas y el abandono de hecho de sus mojoncitos revolucionarios y populistas.
Asumido el actual gobierno de Chile comenzó la aplicación del Programa que, en palabras del Canciller Muñoz se basa en que que “Existe una diversidad de caminos en la región para avanzar en el desarrollo. Seremos respetuosos con esas diferencias, entendiendo, sin embargo, que es posible construir un todo integrado de partes distintas y desiguales. Hay espacio para proyectos subregionales que pueden ser ladrillos para la construcción de un proyecto mayor y más incluyente de integración latinoamericana” cuyos resultados aun están por verse. Ya han transcurrido un par de reuniones de Chile con Brasil y de ambos con la Alianza, con declaraciones y promesas; habrá que esperar hasta ver su epílogo.
Brasil tiene varias dificultades en su relación con Chile: No se resigna a considerarlo un igual; no percibe que su poder nacional (militar + político + económico) no alcanza para imponernos comportamientos a su gusto. No asume que Chile, siendo una economía abierta, inserta en el medio internacional desde hace varios años, no es susceptible a sus amenazas ni a su dictados. No aprecia que para jugar en el mundo económico del Pacífico es necesario cumplir las reglas, honrar la palabra empeñada y que no hay espacios para aspiraciones de supremacías ni menos para hegemonías.
La existencia de la Alianza es imperdonable para Brasil ya que desafía un axioma de su política exterior: el establecimiento de un sistema “Sudamericano”, que excluya a México. Por eso la propuesta de Rousseff no es acercar a a los países del Mercosur a la Alianza sino a “países de la Alianza”. La diferencia es México. En este sentido la pugna actual es respecto a si la Alianza del Pacífico será Sudamericana o Latinoamericana es decir con o sin México.
Dos elementos claves de la “cultura del Pacífico” son que el éxito o fracaso de los acuerdos se miden por los resultados no por las declaraciones y que la magia verbal latina no emociona a los asiáticos en lo mas mínimo: Se ríen a carcajadas cuando los gobernantes argentinos llaman “buitres” a quienes compraron bonos basura con la expectativa de cobrar una ganancia del 60%, pero que el gobierno Argentino no es “buitre” cuando aplica “una quita” del 75%, es decir devuelve $1 de cada $4 que pidió prestado. Todo un negocio!.
Tampoco va a conseguir jamás acomodar a los socios del Pacífico a sus necesidades: ¿alguien se imagina a Brasil negociando con Asean, con Apec y con el Trans Pacific Partnership, desde su actual perspectiva imperialista sudamericana, antiimperialista (con EEUU), anticapitalista y proteccionista?.
Asociar a un grupo de países que conforma una Unión Aduanera como Mercosur con una asociación de países unidos en torno al Libre Comercio como la Alianza del Pacífico resulta una tarea jamás emprendida hasta ahora, que de tener éxito marcaría un hito en la historia económica mundial. Sería lograr la cuadratura del círculo o la mezcla perfecta del aceite con el vinagre.
La única salida posible es la que recomendó Juan Eduardo Errázuriz uno de los representantes de Chile a la reciente reunión de ABAC el consejo empresarial de la APEC que aglutina a las 21 economías más importantes del Pacífico, en que destacó las expectativas comerciales que se abren para Brasil empleando a Chile como su base de exportaciones al Asia, es decir que los empresarios brasileños invirtieran en Chile para, “desde aquí”, exportar a Asia Pacífico: “Dentro de esos grupos (APEC; TPP y ASEAN) la Alianza del Pacífico juega un papel muy importante, y no segregada del resto de Latinoamérica, sino que (estamos) invitando a Brasil y Argentina a participar vía inversiones acá, de manera de aprovechar mediante esas inversiones toda la apertura que ya ha hecho Chile. De hecho, el acuerdo firmado entre la Sofofa y empresarios brasileños apunta en esa dirección.
Esta vía es algo muy distinto a la pretensión de “unir” a Mercosur con la Alianza, pero algo factible y realista que dadas las característica regionales es muy posible que les resulte menos atractivo que una de esas alternativas retóricas y “mágicas” pero inviables que tanto emocionan en la región.
No cabe duda que para Brasil presentarse en el escenario mundial arropado por los países de la región no es lo mismo que llegar solo. Pero esa compañía no es asumir su representación ni poner la región al servicio de sus objetivos nacionales, mas aun, esa compañía será siempre condicional y caso a caso. Duro, pero así es la vida en el siglo XXI. Lo mismo vale para México. El imperialismo ya no es válido, para nadie.
A diferencia de los siglos XIX y XX, en el actual mundo global y sobre todo en América, Chile tiene otras alternativas (EE.UU. México; Colombia y Argentina cuando se recupere) mas aun cuando la diferencia de poder nacional no es la que solía existir en esos tiempos, Ahora dos o tres países regionales unidos pueden equilibrar fácilmente a Brasil (o a México).