El año 2009 el Centro de Estudios Públicos publicó un conjunto de ensayos bajo el título “El Chile que Viene. De dónde venimos, dónde estamos y a dónde vamos” en el cual un grupo amplio y diverso de intelectuales de prestigio analizó los elementos que configuraban las distintas respuestas. Su relectura en estos días de crisis lleva a preguntarse ¿cómo fue que no tomamos conciencia ni hicimos nada?. El descrédito de las instituciones republicanas; el desprestigio de la política y los políticos; la desigualdad económica y social; la anomía con la vergüenza de la evasión en el Transantiago; la banalidad y turbiedad de la justicia; la codicia y la colusión entre empresarios y la corrupción de los funcionarios; la falta de un “relato” que uniera a los chilenos en un proyecto común mas allá de ir de vacaciones al Caribe o cambiar el auto; la mala calidad de la educación y la salud para parte importante de la población y el egoísmo llevado a la condición de virtud personal y social.
Me parece que la veloz marcha de la economía cubría todo, el crecimiento adormecía y hacía creer que todos los problemas se resolverían poniéndoles dinero encima, propio o de préstamos. Luego vino el período de los “bonos” que “resolvían” los cuellos de botella estacionales mientras aumentaba el gasto fiscal. No fue suficiente, el endeudamiento llegó al límite, los bajos sueldos ya no pudieron pagar las deudas. Luego las soluciones demagógicas y las mentiras, la frivolidad del Congreso y los políticos, la impudicia de las “dietas” parlamentarias y el broche de oro, el Ejército y Carabinero, dos de las instituciones mas queridas y respetadas cayeron también en horribles delitos de probidad; un Ejecutivo irresoluto y carente de sensibilidad política y social pusieron la lápida. La Iglesia Católica vino a dar la paletada final con sus escándalos de pedofilia y homosexualidad.
El año 2011 “la revolución de los pinguinos”, un período de desórdenes basados en deficiencias reales, estimulados por los políticos de oposición y mal enfrentados por el gobierno, llevaron a un serio descrédito de la autoridad y a la profesionalización de la violencia impune por parte de los menores. En el fondo de la crisis de los pingüinos y luego del Instituto Nacional estaba el rechazo a la excelencia; a la meritocracia; a la valorización del esfuerzo personal; de la selección y la competencia, en beneficio de un igualitarismo demagógico; el ideologismo de muchos de sus profesores y directivos y la existencia creciente de grandes grupos de profesionales egresados de malas universidades que no recibían la retribución económica y social que esperaban de la gran inversión de dinero y sacrificio hechos por sus padres.
Este conflicto recrudeció en el Instituto Nacional y otros colegios públicos tradicionales con tomas, enfrentamientos, con empleo de bombas incendiarias por parte de los alumnos y un despliegue de violencia y de duración no vista en años. Su desarrollo continuó hasta llegar a la instrucción -en las aulas- de terrorismo e insurgencia urbana por parte de terroristas de extrema izquierda, veteranos de la UP y su continuación durante y después del Gobierno Militar. Su larga duración permitió la formación y consolidación de grupos pequeños pero profesionales de jóvenes violentistas que pronto recibieron el aporte de anarquista y terroristas jubilados. Asi comenzó la campaña “evade” para no pagar el uso del Metro que se prolongó por meses en forma crecientemente eficiente y organizada, ante la serena impavidez del gobierno que solo tuvo respuestas parciales e ineficaces.
Asi llegamos al 18 de octubre con el asalto en masa a las estaciones del Metro -cuyos detalles no analizaremos- y que concluyó con el ataque organizado y sistemático extremadamente violento y destructivo a casi todas sus estaciones el Metro y su ampliación en los días siguientes a una amplia variedad de establecimientos comerciales, monumentos, edificios públicos y privados, transporte público incluyendo practicamente todo tipo de objetivos, sin descriminación de ninguna especie, en una orgía de violencia y destrucción dificil de describir.
Esta primera parte de la violencia estuvo protagonizada por grupos diversos, como pandillas narcotraficantes, anarquistas, “barras bravas” pre existentes, estudiantes organizados en otros contextos pero entrenados en el uso de la violencia y de un numeroso lumpen siempre dispuesto a aprovechar cualquier situación de desorden para robar, incendiar y destruir, siempre en completa impunidad.
Entre el 18 y el 25 de octubre, en barrios típicos de clase media, la presencia de personas de esas clases fue incrementándose. Se organizaron principalmente por vecindarios y en forma mas o menos pacífica, de todas maneras muy lejos de los violencia brutal de los vándalos y saqueadores que aun manenían el control total del movimiento, pero sin lograr darle cuerpo ni consistencia.
Este vandalismo inorgánico se prolongó hasta el 25 de octubre, hasta esa fecha se apreció la presencia de líderes espontáneos en la escena, pero no de dirigentes de nivel estratégico o político, que existieron, pero se mantuvieron actuando activamente en la dirección a distancia -wasap, twiter, teléfono-. Como se señaló, tampoco hubo presencia masiva de ciudadanos de clase media.
La marcha multitudinaria del día 25, convocada en varias ciudades del país, fue cualitativamente muy diferente a lo acontecido hasta ese momento: grupos familiares, pacíficos, de clase media, con peticiones concretas y razonables, sin distintivos partidarios de ninguna clase y con comportamento ciudadano. Hubo intentos de radicalizar la situación y aparecieron algunos (muy pocos) personajes de la política, fueron rechazados y marginados a veces en forma enérgica. Los manifestantes se retiraron ordenada y pacificamente.
Se puede decir que esta fue la expresión ciudadana más nítida y clara del disgusto y frustración de un inmenso grupo de personas que quería cambios y correcciones a lo existente pero que no intentaba hacer una revolución, destruir al Estado ni derribar al Gobierno. Todo esto transcurría ante la parálisis del gobierno y la ausencia de los parlamentarios que no atinaban a nada que no fuera ocultarse.
Tras estas protestas, diversas figuras del gobierno manifestaron por redes sociales su apoyo a los manifestantes, incluyendo al presidente que se refirieron a la multitudinaria marcha como «transversal» y «sin colores políticos. Pero no tuvieron la visión ni la habilidad para asumir el liderazgo de la situación.
En los días siguientes la participación de esta categoría de ciudadanos fue decreciendo, yo diría que principalmente por la tensión que fue generándose entre su interés por los cambios en las políticas en aplicación por parte del gobierno y su necesidad de proteger sus casas, negocios y barrios del ataque y destrucción por parte de los vándalos. Asi, desaparecieron de la escena y el protagonismo volvió a los vándalos ahora con el aplauso de los parlamentarios ya resucitados de su miedo y la simpatía subrepticia de los que apuestan a jugar a ambos opciones a la vez -la democracia y el golpe de estado-. Los intereses concretos de mejoras a las políticas de salud, pensiones, transporte, sueldos, corrupción y abuso del parlamente, desaparecieron y apareció un interés tipicamente político: Cambio de la Constitución. El gobierno por su parte lanzó una Agenda Social desabrida, sin alma y sin energía, por cumplir se podría decir.
De aquí en más, la protesta quedó en manos de pandillas de vándalos más o menos coordinadas entre si, apoyados por el Partido Comunista, elementos del Frente Amplio, anarquistas, feministas, grupos homosexuales, odiosos de la religión y lumpen político diverso, que fue decreciendo en número, incrementándose en violencia y girando su objetivo hacia el derrocamiento del gobierno y el reemplazo de la Constitución, objetivos ambos muy alejados de la masa que se manifestó el día 25 de octubre y siguientes y muy representativos de los intereses de los partidos políticos de izquierda y sus representantes en el Congreso, que adquirieron gran protagonismo mediático.
En esa situación estamos. El Congreso y todo el aparataje político partidista concentrado en cambiar la Constitución para adquirir poder en desmedro del Ejecutivo y “correr la cerca hacia el socialismo”, el Ejecutivo tratando de pasar desapercibido y el Poder Judicial obstruyendo el castigo a los delincuentes y facilitando el vandalismo. El juego politiquero se ha restablecido, los problemas reales avanzan a paso de funeral en busca de soluciones que solo postergan las demandas de la clase media, sin solucionar nada.
En abril será el plebiscito para decidir si habrá o no nueva constitución, será la última oportunidad para que la clase media se haga escuchar y meta al Estado en cintura -a los tres Poderes- de nos ser así iniciaremos un desastroso peregrinar de dos años de destrucción de la economía, de “agudización de las contradicciones” y demolición de lo logrado en 46 años de esfuerzo y sacrificio.
Las FFAA se mantiene al margen, como deben hacerlo los guardadores de la última esperanza de la Patria.