Durante muchos años, la izquierda luchó en forma intensa e implacable por la hegemonía cultural en nuestro país y la consiguió.
La izquierda fue derrotada inapelablemente por el Gobierno Militar en el campo de batalla elegido y practicado por ella misma. En efecto, los militares abortaron por la fuerza el intento de la izquierda de capturar el poder político por medio de la violencia terrorista y guerrillera, en vez de lo cual los militares implantaron formas políticas y económicas que llevaron al país a alturas inimaginables para los menguados chilenos de aquel entonces.
El llanto y victimización constante -pos 1973- de los derrotados es risible e inmoral, pero fue eficaz y suficiente para acobardar a la derecha que se entregó sin pelear y que buscó su recompensa en el enriquecimiento ilimitado y el uso del poder por parte de su líderes.
Este proceso fue facilitado grandemente por su cobardía fisica y moral que se resignó a ser arrinconada física y moralmente y abandonó a las FFAA a la venganza de sus enemigos que siguen abusando hasta hoy día.
Esta rendición se reforzó con la codicia despiadada y la soberbia de la derecha económica, parte integral de la misma, y el asesinato -hasta hoy impune- del senador Jaime Guzmán, mayor y quizás único intelectual de fuste disponible en ese sector. La derecha económica sigue soñando que tiene poder porque tiene dinero, cuando la verdad es exactamente al revés: tiene dinero porque el Gobierno Militar los proveyó de un ambiente en el cual pudieron enriquecerse, y que cuando heredaron un poder político que no merecían no lo supieron emplear para el bien de los chilenos y no han sido capaces de conservarlo, ni siquiera para proteger sus propias ganancias
Para lo que aquí nos interesa, parte fundamental de esta campaña por la hegemonía cultural – el uso de la violencia y la distorsión e incumplimiento de las leyes- se basa en los conceptos tratados, entre otros, por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en “Hacia una radicalización de la democracia”.
En ella se explota la idea de la centralidad atribuída al lenguaje en áreas cada vez más amplias de las relaciones sociales y la existencia de agentes sociales concebidos ahora como sujetos descentralizados que actualmente se presentan casi atomizados.
Asi, la propuesta ideológica más o menos simple del italiano Antonio Gramsci adquirió un método concreto para su aplicación a las operaciones políticas.
Esta estrategia socialista operó a través de multiples campañas de las cuales me referiré solo a dos -la violencia y la prostitución del derecho- que pueden apreciarse con precisión en el comportamiento de sus líderes:
-La izquierda chilena y la violencia política. Es sabido que el marxismo de los partidos de izquierda de Chile, incluye “todas las formas de lucha”, limitadas solo por su incapacidad e impotencia.
En la década previa a 1973 fuimos notificados que habría revolución socialista, si o si, por la buenas o por las malas, por vía electoral o la violenta. Allende fue explícito con Regís Debray, las elecciones fueron solo una necesidad táctica no una convicción democrática.
Hasta el día de hoy, sus representantes siguen repitiendo impúdicamente lo de la validez de “todas las formas de lucha”.
Ya “en democracia”, como gustan decir los golpistas, Bachelet expresó pública y festivamente: “Cuando la izquierda sale a la calle, la derecha tiembla”. No causó escándalo alguno, era “sabido” y era “normal”.
Los dichos de la ex Presidente significan que para ella y su grupo:
- La izquierda sabe hacer violencia política y callejera.
- La derecha chilena teme a la violencia.
- El uso de la violencia da poder político a la izquierda.
La actual izquierda política y la violencia callejera son compañeras de ruta. Argumentan que esa es la respuesta del pueblo a la violencia institucional y armada de la oligarquía. Resta credibilidad a esta defensa el que la violencia pre – 1973 y ahora “en democracia” la hayan incorporado igual a su estrategia, aun estando en el gobierno y teniendo bajo su control no solo el uso legítimo de la violencia, sino estando a cargo de la seguridad pública y la protección de los derechos de toda la ciudadanía.
Este comportamiento de sus líderes que usaron, permitieron y avalaron la violencia expresada en funas, destrucción de la ciudad, saqueos, tomas, golpes a sus oponentes, uso de bombas incendiarias contra la policía, campañas mediáticas y muchas otras formas mas -mas allá de toda excusa- es inmoral, antidemocrático e ilegal.
Este es -hoy y siempre- un componente básico de la hegemonía cultural de la izquierda.
Para la Izquierda chilena, la ley y la Constitución son solo herramientas políticas de uso dual, para potenciar su poder cuando no tienen otra alternativa o para pasarles por encima cuando el enemigo esté paralizado o impotente.
En este sentido, la idea “burguesa” de que esos cuerpos legales son la expresión formal de una negociación democrática y la expresión de un acuerdo ciudadano, les es totalmente extraña y desconocida
Durante el segundo gobierno de Bachelet, la izquierda en el poder popularizó este desprecio en un slogan; “Estamos corriendo el cerco”, es decir, los límites sociales acordados y aprobados legal y Constitucionalmente por la ciudadanía eran solo temporales, sujetos a revisión unilateral y despreciables.
La actual campaña por la demolición del Poder Ejecutivo, en beneficio de un Parlamentarsimo irresponsable y demagógico, es regentado hoy día por ellos mismos. Mañana, cuando ya no controlen el Congreso, sus empeños apuntarán en otra dirección y los objetos de sus ataques y sabotaje serán aquellos que potencien su actuar partidista e ideológico.
La ley y la Constitución, como elementos normativos básicos y intangibles, como no sea mediante los procedimientos que ellas mismas establecen, para la izquierda no tienen valor alguno, son solo “condiciones tácticas”.
Todo puede ser cambiado, reinterpretado y distorsionado, solo es cuestión de oportunismo, haber acumulado el poder suficiente o peor, haber sobornado o atemorizado a los representantes de la oposición en el Congreso también es válido.
La falta de compromiso y lealtad con los fundamentos Legales y Constitucionales reducen nuestra convivencia ciudadana a una vulgar transancción entre bandidos repartiéndose el botín después del asalto. Esta impudicia sustenta también la “hegemonía cultural” socialista. Lo peor, esta grave falla moral ha ido siendo incorporada paulatinamente al comportamiento de algunos políticos de derecha.
Nos aproximamos al final del camino. El asalto al poder el 18 de Octubre de 2019 y la adhesión instantánea de sus cuadros dirigentes, mecánica y casi unánime, así lo confirma y muestra su permanente disposición a pasar a la violencia (via armada o asalto de las turbas) y simultáneamente a desconocer e irrespetar toda institucionalidad.
Por un lado, la presunta hegemonia cultural de la izquierda se estrella contra la reiterada demostración de su incapacidad para producir riquezas y por otro, por el desfonde de su ideología totalitaria y liberticida, la ha llevado a quedar reducida a ser promotores de minorías cada vez mas decadentes, exiguas y vocingleras. Solo les queda el ataque, cada día se corrompen más.
Debemos estar conscientes de que su presencia en los nodos de decisión es groseramente desproporcioanda a su poder real; es el resultado de la manipulación del lenguaje, los discursos demagógicos y las pillerías propias de su bajeza astuta.
No hay tal hegemonía y si la hubo, es momento de eliminarla.
Ya no queda tiempo, es hora de no temblar, aunque la izquierda salga a la calle.
No esperemos nada de la clase política, no a menos de que se renueve íntegra y profundamente
Fernando Thauby García
Melosilla
6 de julio de 2020